sábado, 9 de julio de 2011

El nazi que fue ángel

WILM HOSENFELD, UN OFICIAL QUE   SALVÓ A JUDÍOS Y POLACOS

por Enrique Arenz

Este capitán del ejército alemán fue uno de los nazis heroicos que arriesgaron su propia vida para ayudar a judíos y polacos durante la ocupación alemana en Polonia.

Se llamaba Wilm Hosenfeld, un ser bondadoso y valiente cuyos actos humanitarios jamás habríamos conocido si la casualidad y la gratitud de uno de sus beneficiarios no los hubieran rescatado del olvido  muchos años después de su injusta  muerte en un campo de prisioneros de la Unión Soviética.


Nadie sabía una palabra sobre la vida de este militar alemán, uno más de los tantos oficiales del Ejército germano, afiliado además al partido nazi, y su nombre habría quedado en el más injusto anonimato si un libro autobiográfico del pianista judío polaco Wladyzlaw Szpilman no hubiera caído, casi por casualidad, en las manos del cineasta Román Polansky.


Aunque Szpilman fue un concertista y compositor relativamente famoso en el mundo cultural de la posguerra, su libro titulado "El pianista del gheto de Varsovia"  no logró mayor difusión. 

Polansky, que había conocido en su desdichada niñez el horror del nazismo en Cracovia donde su madre murió en un campo de concentración por ser descendiente de judío por parte de padre, conmovido por esos recuerdos y los hechos narrados en esas páginas, decidió filmar la película El Pianista que todos los amantes de la música hemos visto con irreprimible emotividad. La película se estrenó en el año 2002 y ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes y tres Óscar de la Academia de Holliwood.

Esta es la historia: En noviembre de 1944, el ejército alemán en Varsovia estaba reacondicionando una casona abandonada para ser utilizada como el cuartel general de las fuerzas de ocupación. Al mando de esas tareas estaba el capitán  Wilm Hosenfeld. Este oficial recorría los recovecos de esa antigua casa mientras tomaba notas y planeaba la refacción cuando se encontró sorpresivamente frente a un sujeto vestido con harapos, flaco, mugriento, de larga barba negra y apariencia de haber sufrido muchas privaciones. Era Władysław Szpilman, un judío que venía escapando de los alemanes desde hacía años, y que por haber sido un artista conocido y muy querido por los polacos que lo escuchaban en la radio Varsovia recibió ayuda de muchos de ellos que se arriesgaron por protegerlo. Pero la situación se fue agravando a partir del levantamiento del gheto de Varsovia y Szpilman terminó escondiéndose en el desván de esa casona semiderruída, donde carecía de agua, calor y comida. 

Szpilman quedó paralizado de terror cuando se enfrentó con ese uniformado que se había quedado mirándolo con curiosidad y gesto adusto. El oficial lo interrogó, y cuando Szpilman le dijo que era pianista le ordenó que lo siguiera. Pasaron a una habitación donde había un piano de concierto cubierto de polvo. El capitan levantó la tapa y le pidió al pianista que tocara algo. Szpilman, con las manos entumecidas por el frío y las uñas sin cortar, arrimó tembloroso una silla al teclado y tocó un fragmento de la "Ballada No. 1" en Sol menor de Federico Chopin. Cuando terminó, Hosenfeld se quedó un largo instante mirándolo con asombro y admiración. En la película se ve al pianista,
La escena más intensa de la película El pianista
protagonizado magistralmente por el actor Adrien Brody, mirando al piso, sin atreverse a levantar la vista. Sabía que cualquier judío hallado por un oficial alemán recibía una muerte inmediata, porque esas eran las órdenes del alto mando. 


Sin embargo el oficial alemán le pidió al fugitivo que le mostrara su escondite. Una vez en el lugar, lo inspeccionó y le sugirió disimular mejor el acceso a la buhardilla para no correr el riesgo de ser hallado. Finalmente le proveyó comida y le recomendó que se mantuviera oculto. Durante un mes, Hosenfeld le dejó cada día una porción de comida envuelta en papel de periódico. En esas hojas Szpilman podía leer las últimas noticias que anunciaban la pronta caída de Alemania.
 
Cuando terminó la guerra, el capitán Hosenfeld fue tomado prisionero por el Ejército soviético junto a otros militares alemanes, y Wladyzlaw Szpilman volvió a desempeñar su cargo de director y pianista de la Radio Polaca.

Por entonces Szpilman no conocía ni siquiera el nombre del oficial nazi a quien le debía la vida. No tardó en averiguarlo. Intercedió por él ante la autoridad comunista de Varsovia a la cual solicitó insistentemente que se lo localizara y se le reconocieran sus gestos humanitarios. Fue inútil. Las nuevas autoridades polacas no estaban dispuestas a aceptar que un nazi mereciera consideración alguna por su conducta
El verdadero Szpilman
durante la guerra, y menos, agradecimiento. Trataron de sacarse de encima al molesto pianista pero éste no cejaba en sus reclamos. Finalmente le dijeron que lo que él pedía era imposible, que se trataba de un oficial de inteligencia y que por ese motivo ya había sido llevado a Stalingrado para ser exhaustivamente interrogado.

Szpilman escribió inmediatamente sus memorias y el libro se publicó en Polonia en 1946, apenas un año después de terminada la guerra. En uno de los capítulos narra vívidamente su encuentro con el capitán Hosenfeld y hace público su infinito agradecimiento por la ayuda recibida. Le debe la vida y quiere retribuir ese compromiso moral difundiendo el acto humanitario, siempre con la esperanza de poder rescatarlo. Lamentablemente el libro fue censurado por las nuevas autoridades comunistas, y retirado inmediatamente de circulación.

Hubo que esperar a que la URSS desapareciera para conocerse que el capitán Hosenfeld fue torturado en interminables interrogatorios y sometido durante siete años a durísimas condiciones de cautiverio. Se enfermó, no recibió atención médica y falleció en una celda el 13 de agosto de 1952.Tenía 57 años. "El hecho es que toda suerte de canallas y malhechores siguen libres, mientras que este hombre, que merece una condecoración, tiene que sufrir", se lamentó en 1950 Leon Warm, otro judío a quien Hosenfeld había salvado en Varsovia.
Debieron pasar cincuenta años hasta que el libro de Szpilman volviera a editarse en inglés. Eso sucedió en 1998, y fue un éxito editorial, aunque nunca llegó a tener una difusión masiva. Pero, como dijimos, el libro llegó a las manos de Román Polansky quien decidió filmar la película que mostró, ahora sí masivamente, ese suceso tan conmovedor.


Pero eso no es todo. Según se ha sabido recientemente, Hosenfeld, que era miembro del partido nazi desde 1935, estaba profundamente desilusionado del partido y de sus dirigentes, especialmente cuando vio la forma en que eran tratados los polacos. Había escrito en su diario que los alemanes pagarían muy caro esos crímenes. Él y otros oficiales sentían simpatía por el pueblo de la Polonia ocupada. Avergonzados de lo que Alemania estaba haciendo, se ofrecieron secretamente a quienes necesitaban su ayuda.


Hosenfeld se hizo amigo de muchos polacos e incluso se esforzó en aprender su lengua. Era muy católico, acudía a los oficios religiosos, se confesaba y tomaba la comunión en iglesias polacas, a pesar de que esto les estaba prohibido a los oficiales alemanes. Sus actos en favor de los polacos comenzaron ya en 1939 cuando, en contra del reglamento, permitió que los prisioneros de guerra tuvieran acceso a sus familias e incluso consiguió la liberación de algunos de ellos.

En numerosas ocasiones utilizó su alto cargo para dar refugio a personas que estaban en peligro de ser arrestados por la Gestapo, ya fueran polacos o judíos, y hasta llegó a proteger a un alemán perseguido por desertor. Su ayuda consistía muchas veces en proporcionarles documentación para que pudieran trabajar en el centro deportivo que estaba a su cargo. En no pocas oportunidades les asignaba nombres falsos para mantenerlas ocultas, ya que figuraban en las listas de la Gestapo. 

Según consigna Wikipedia, el hijo del pianista Wladyslaw Spilman, Andrzej Szpilman (cuando ya su padre había fallecido), solicitó al Estado de Israel que reconociera a Hosenfeld como  "Justo entre las Naciones", un título que se concede a los no judíos que arriesgaron su vida por salvar a los judíos. El 25 de noviembre de 2008 se produjo dicho reconocimiento, y el 19 de junio de 2009 Israel honró la figura de Hosenfeld en una ceremonia celebrada en Berlín. Hosenfeld se convertía así en uno de los pocos militares alemanes que participaron en la II Guerra Mundial merecedores de recibir ese título de honor, una distinción concedida por el centro Yad Vashem del Holocausto. 



Los hijos de ambos protagonistas, Hosenfeld y Szpilman, asistieron emocionados a la ceremonia. "Somos conscientes de que este es el mayor honor con que el Estado de Israel reconoce a los no judíos", declaró el hijo del capitán alemán, Detlev Hosenfeld.  "El salvador de la vida de judíos al que honramos muestra que hubo gente de uniforme, incluso bajo la dictadura y el terror, que defendieron la humanidad y la compasión", dijo el embajador adjunto de Israel en Berlín, Ilan Mor.
 
Por su parte, el presidente de Polonia concedió en 2007 a Wilm Hosenfeld la Cruz de Comandante de la Polonia Restituida. Si el pobre Hosenfeld hubiera vivido para recibir esos honores...

Es conmovedor y reconciliador con la condición humana saber que en la terrible Alemania nazi hubo personas decentes que desobedecieron a un tirano y despreciaron el peligro para servir a los altos valores de la humanidad. Por ejemplo: el coronel Claus von Stauffenberg, que el 20 de julio de 1944 comandó junto a varios oficiales el golpe de Estado conocido como Operación Valquiria para asesinar a Hitler y a Himler y arrestar a sus principales lugartenientes, operación que fracasó y todos los implicados fueron sometidos a juicios humillantes y ahorcados con cuerdas de piano; o los hermanos Sophie y Hans Scholl, estudiantes universitarios, activistas antinazis pertenecientes a la organización Rosa Blanca, que fueron condenados por repartir volantes en la universidad y ejecutados en la guillotina en febrero de 1943; y Oskar Schindler, empresario alemán, también rescatado del olvido por una película, "La lista de Schindler", que sobornó a oficiales nazis hasta perder toda su fortuna para que le asignaran judíos para trabajar en sus fábricas con el único propósito de salvarlos de las cámaras de gas. Rescató a más de un millar de personas.

Seguramente hubo otros héroes que aún no conocemos y cuyos nombres quizás salgan a la luz para que podamos honrarlos como se merecen. Causa melancolía que estos casos hayan sido conocidos cuando sus protagonistas ya habían muerto, pero nos hace sentir a todos un poco mejores personas y más optimistas sobre el futuro de la humanidad.

(Se permite su reproducción. Se ruega citar este blog)

domingo, 15 de mayo de 2011

El diario La Capital de Mar del Plata me hizo este breve reportaje


  • Quienes me conocen saben que no acepto reportajes periodísticos, entre otras razones porque no soy ingenioso ni habil en las respuestas inmediatas. Por eso prefiero limitarme a escribir que es lo que hago pasablemente bien. Pero en esta oportunidad accedí con gusto a responder un cuestionario de ocho preguntas que aparece todos los domingos en el suplemento Cultura del diario marplatense La Capital. La nota se publicó el domingo 15 de mayo. La comparto con ustedes.

Ocho preguntas para Enrique Arenz*: 

1) ¿Qué error le molesta más advertir en un texto literario y cuál es el último que halló en el libro que está leyendo o que acaba de leer?

En Henry James, Isaac Singer y Chejov, que son algunos de mis predilectos, no encuentro errores, salvo en las traducciones. En cuentistas contemporáneos me fastidia la falta de unidad en el desarrollo de la narración. En los diálogos en general me molesta que todos los personajes hablen igual, sin diferenciaciones individuales. No me gusta la retórica presuntuosa, el "leísmo" en los autores españoles, y dos defectos graves: los adjetivos innecesarios y las diarreas adverbiales. Actualmente estoy leyendo La olmo del paseo, de Anatole France,  y el único defecto que hallé es la letra demasiado chica.

2) ¿Qué situación de su vida cotidiana encontró reflejada con sorpresiva exactitud en un libro, una película, una canción o cualquier otra obra de arte?

Cuando leí El Túnel de Sábato, hace casi treinta años, me sentí identificado con el personaje Juan Pablo Castel. Eso me inquietó durante mucho tiempo porque Castel es un artista plástico solitario y neurótico que termina matando a la mujer que ama porque no puede comunicarse con ella. Pero una frase de Roland Barthes me devolvió el sueño: "La neurosis es un mal menor; pero ese mal menor es el único que permite escribir"

3) ¿De qué lugar, personaje común o circunstancia en general que ofrece Mar del Plata se apropiaría para incorporarlo como pasaje central de alguna de sus obras?

Ya lo hice. En mi novela Marplateros describí personajes y lugares de Mar del Plata. La avenida Colón de los años cincuenta, entre 1º de Mayo y Marconi, ha sido mi cantera, tal vez porque allí transcurrió mi infancia. La calle era de tierra y estaba siempre inundada y llena de sapos que cantaban a coro toda la noche. En ese arrabal ocurrieron homicidios y sucesos extraños que he utilizado en esa novela.

4) ¿Cuál es el mejor diálogo que recuerda entre dos personajes de ficción?

Hay un capítulo en la novela Madame Bovary, de Flaubert, en la que se superponen tres escenas simultáneas: Rodolfo conversa con Emma en la habitación del primer piso mientras desde la plaza se escucha el mugido del ganado, y el discurso ampuloso de un funcionario frente a un gentío. Todo en forma simultánea, en un alarde técnico increíble. Los diálogos de esa novela son los mejores que he leído. Flaubert trabajaba el texto hasta la extenuación.

5) Si le permitieran ingresar en una ficción y ayudar a un personaje, ¿cuál sería y qué haría?

Me metería en Autopista del Sur, de Cortázar, para impedir ese final exasperante en el que el ingeniero del Peugeot 404 pierde de vista a la muchacha del Dauphine poco después de que los automóviles atascados durante días comienzan a avanzar y otros vehículos se interponen entre ellos. ¿Cómo no se le ocurrió anotar la dirección o el teléfono de la mujer cuando ambos vivieron un romance durante el largo embotellamiento? Ese cuento es demasiado bueno para terminar así. 

6) ¿Recuerda haber robado un libro alguna vez? ¿Cuál o cuáles?

Nunca robé nada, menos robaría un libro, tesoro del que algunos intelectuales se apoderan sin culpa y hasta con jactancia. Aunque sí he dejado de devolver libros que me prestaron, una forma más discreta de cultivar la "amistad" por lo ajeno. El último fue J. S. Bach, el músico poeta, de Albert Schweitzer, pero ahora que lo dije tendré que devolverlo.

7) Un extraño hongo se esparce por su biblioteca y consume de manera irrefrenable los libros. Solo dispone de unos segundos para actuar y salvar a tres de ellos. Lo que usted hace para ganar tiempo es arrojar a la voracidad del hongo a otros tres libros. ¿Cuáles serían los sacrificados y cuáles los salvados?

Arrojaría sin pensarlo: Drácula, de Bram Stoker; Abaddón, el exterminador, de Sábato y Adán Buenos Aires, de Marechal. Salvaría: Otra vuelta de tuerca, de Henry James; La Acción Humana, de Ludwig von Mises; y cualquier libro de Borges que pudiera manotear.

8) Se le concede la extraordinaria excepción de hacerle una única pregunta a uno de sus tantos escritores predilectos. ¿Qué le preguntaría?

Le preguntaría a Julio Cortázar cuál es su secreto para lograr las atmósferas de tensión extrema en cuentos como Casa tomada e Instrucciones para John Howell, donde al final uno queda desconcertado sin saber qué ha pasado, pero siente que vivió algo innombrable que perdurará en su recuerdo para siempre. Pero yo sé que esa pregunta no tiene respuesta.

*  *  *

* Enrique Arenz nació en Mar del Plata en 1942. Es escritor con ocho libros publicados en los géneros novela, cuento y ensayo. Fue columnista de opinión del diario La Prensa entre los años 1984 y 1994. Es también colaborador del diario La Capital y otros medios gráficos y digitales. En este diario lleva publicados diecisiete cuentos de Navidad escritos en diciembre de cada año desde 1994. En su página web (www.enriquearenz.com.ar) pueden leerse todos sus textos. Su último libro es Historias de Tierra Santa, un conjunto de cuentos inspirados en un viaje que realizó a Israel, Cisjordania y Roma en diciembre de 2008.


martes, 10 de mayo de 2011

ALICIA JURADO, UNA ESCRITORA COMPROMETIDA CON LA LIBERTAD

Alicia Jurado fue una escritora comprometida con la libertad, por eso vivió en un injusto exilio literario. Fue opositora al peronismo y apoyó a la Revolución Libertadora. Doctora en ciencias naturales, prefirió dedicar su vida a las letras y a las ideas. Escribió durante décadas en el diario La Prensa, publicó varias novelas, cuentos, ensayos, biografías y memorias. Entre las novelas más importantes cabe destacar: "La cárcel y los hierros" y "Los hechiceros de la tribu". Escribió, en colaboración con Borges, el libro "Qué es el budismo". Fue autora, además, de varias biografías: las de H. W. Hudson, de Roberto Cunningame Graham, y la de Jorge Luis Borges, esta última sin duda la mejor de cuantas han sido editadas.
Recibió importantes premios, entre ellos: el Primer Premio Municipal de Novela, el Primer Premio Nacional de Ensayo y el Premio Alberdi-Sarmiento, otorgado por el Instituto Popular de Conferencias del diario La Prensa.
Todos sus libros son valiosos y dignos de perdurar, con una prosa clara y concisa, y un estilo inconfundible, acariciador, por momentos punzante y mordaz. Ha sido una de las escritorias más importantes de la Argentina aunque muy pocos amantes de la literatura la recuerdan.

Era miembro de la Academia Argentina de Letras, en el honroso sillón de Juan Bautista Alberdi.  Veremos quién ocupará ahora ese sitial de privilegio.
Acaba de morir a los 88 años. Olvidada, víctima de ese cruel y cerrado ninguneo que invariablemente le depara el mundo cultural argentino a aquellos intelectuales que piensan y se expresan de manera inconformista con la corriente política e ideológica predominante en este tiempo.
Enrique Arenz
(Se permite su reproducción)

sábado, 30 de abril de 2011

MURIÓ EL ÚLTIMO GRAN ESCRITOR ARGENTINO

por Enrique Arenz

Después de la desaparición de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, sólo quedaba en la Argentina un escritor trascendental, Premio Cervantes y autor de tres novelas y una veintena de libros de ensayo: Ernesto Sábato. Con él se fue el último gran escritor argentino de proyección universal, porque lamentablemente no quedan ya en el país figuras literarias de esa estatura.

Ernesto Sábato fue toda su vida un hombre de izquierda con actuación relevante en la CONADEP creada por el presidente Alfonsín en el comienzo de nuestra era democrática. Muchos hoy lo recuerdan por ese compromiso, acaso sesgado y no lo suficientemente imparcial ni equitativo, aunque hay que recordar que el prólogo que escribió para el libro Nunca Más fue canallescamente censurado por el actual gobierno. Allí Sábato recomendaba la investigación y el juzgamiento de los crímenes cometidos por el terrorismo.

Pero yo no quiero recordarlo por sus errores humanos. Siempre he dicho que la política es una superficialidad en la que tarde o temprano nos equivocamos todos. Yo quiero hoy recordarlo como el gran escritor argentino que produjo obras memorables dignas de ser leídas aunque uno no comparta las opiniones y pensamientos que reflejan.

Escribió solamente tres novelas. La primera, El Túnel, es una historia psicológica cuyo personaje central, acosado por la soledad y la falta de comunicación humana, nos hace por momentos sentirnos identificados. Es una novela corta, intensa, de ritmo vertiginoso, que uno empieza a leer y no puede dejarla hasta su última página. Y esa última página es cruel, demoledora, deprimente, pero que nos hace sonreír, admirados y agradecidos, por lo bien que nos hemos sentido tratados a través de esa prosa clara y punzante.  La segunda novela: Sobre Héroes y Tumbas, es una historia caótica, profunda, de dificultosa lectura, pero que contiene dos capítulos esplendorosos: uno, escalofriante: "Informe sobre ciegos" (creo que es lo mejor que escribió Sábato), y el otro, el famoso "Romance de la muerte de Juan Lavalle", que el mismo Sábato solía leer en los Teatros de Buenos Aires junto a la voz y la guitarra del maestro Eduardo Falú, en un espectáculo de poesía y música inolvidable. La tercera y última novela, Abadón el exterminador, adolece quizá (es solamente mi opinión) de la calidad literaria de las dos anteriores. Yo al menos no pude terminar de leerla nunca, aunque recibió importantes premios internacionales, y ha sido merecedora de unánimes elogios por parte de la crítica.

Dueño de un estilo que atrapa al lector, lo excita, lo conmueve y a veces lo exaspera, yo no he encontrado en otros escritores argentinos una capacidad similar para expresar con tanta elegancia y erudición hasta las ideas equivocadas que defendía. Sus ensayos, tales como Uno y el Universo, Apologías y rechazos, Heterodoxia, La cultura en la encrucijada nacional, Itinerario y El escritor y sus fantasmas, entre muchos otros, son ejemplos de escritura comprometida y, al mismo tiempo, de calidad literaria. 

Todo en sus ensayos es de tendencia izquierdizante, pero lo escribe con tanta inteligencia, con tanto alarde de conocimiento y, sobre todo, con tan honda pasión y convicción, que uno lo lee encantado, aunque no esté en nada de acuerdo con lo que dice. Si leer las dos primeras novelas de Sábato es un placer estético inigualable, leer sus ensayos es un goce intelectual, por el uso del lenguaje el estilo llano y conciso y la autenticidad que uno respira detrás de cada palabra.

Yo he leído y releído todos y cada uno de los ensayos de Sábato, y puedo decir que, con excepción de los dos últimos, Antes del fin y La resistencia (que tal vez nunca debió escribir), donde exhibe más exacerbados que nunca el pesimismo y el desaliento que lo torturaron toda la vida, los devoré con esa extraña mezcla de rechazo permanente por sus ideas políticas diametralmente opuestas a las mías, y a la vez con el grato sentimiento de estar aprendiendo a escribir con esa pluma magistral. He saboreado cada una de sus frases con la fruición de un sibarita literario.

No era un hombre creyente, como tantos artistas, y vivía acosado por la certidumbre de que el mundo se derrumbaba, que el capitalismo iba a destruir a la humanidad y que no había esperanzas ni en este mundo ni en el otro. Con todo, yo y muchos como yo, rezaremos hoy para que su alma mortificada encuentre la paz que no tuvo en su angustiosa vida.

Adiós, maestro, me hubiera gustado que usted fuese liberal, pero todos no podemos pensar igual. Usted nunca usó la literatura para hacer política, nunca quiso persuadir con recursos indignos, usted simplemente decía lo que pensaba y escribía lo que le dictaba su conciencia. Y hasta donde sé, con todos sus defectos, neurosis y errores, nunca le faltó el respeto a quienes pensaran diferente. Que haya sido una persona tolerante es para mí suficiente virtud para tenerlo en mi biblioteca y en mi corazón entre los hombres de letras que más admiro.

(Se permite su reproducción)

  • "Es trágico y siniestro que el fanatismo y la mala fe difundan el sofisma: 'O comunista o fascista'. Parece que inevitablemente hubiese que ser -de un lado o del otro- partidario del terror, la venganza, la opresión, la calumnia, la duplicidad y el servilismo que caracterizan a todos los regímenes totalitarios"
 Ernesto Sábato, HETERODOXIA, ensayo publicado en 1953. 

 Sobre héroes y  tumbas (Fragmento del Capítulo 1):


¿Aquí se sentó Bruno?
"Un sábado de mayo de 1953, dos años antes de los acontecimientos de Barracas, un muchacho alto y encorvado caminaba por uno de los senderos del parque Lezama. 

"Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos. "Como un bote a la deriva en un gran lago aparentemente tranquilo pero agitado por corrientes profundas", pensó Bruno, cuando, después de la muerte de Alejandra, Martín le contó, confusa y fragmentariamente, algunos de los episodios vinculados a aquella relación. Y no sólo lo pensaba sino que lo
Estatua de Ceres
comprendía ¡y de qué manera!, ya que aquel Martín de  diecisiete años le recordaba a su propio antepasado, al remoto Bruno que a veces vislumbraba a través de un territorio neblinoso de treinta años; territorio enriquecido y devastado por el amor, la desilusión y la muerte. Melancólicamente  lo imaginaba en aquel viejo parque, con la luz crepuscular demorándose sobre las modestas estatuas, sobre los pensativos leones de bronce, sobre los senderos cubiertos de hojas blandamente muertas. A esa hora en que comienzan a oírse los pequeños murmullos, en que los grandes ruidos se van retirando, como se apagan las conversaciones demasiado fuertes en la habitación de un moribundo; y entonces, el rumor de la fuente, los pasos de un hombre que se aleja, el gorjeo de los pájaros que no terminan de acomodarse en sus nidos, el lejano grito de un niño, comienzan a notarse con extraña gravedad. Un misterioso acontecimiento se produce en esos momentos: anochece"
Parque Lezama
Esta es la primera página de la novela Sobre héroes y tumbas. Una bellísima descripción del sentimiento de soledad y tristeza en un lento y melancólico anochecer en el parque Lezama. Las fotografías de los lugares descriptos por Sábato las tomé personalmente el 4 de mayo de 2011, como un modesto homenaje al gran escritor argentino fallecido pocos días antes.

    viernes, 1 de abril de 2011

    "LA PRENSA" Y UN HÉROE DEL PERIODISMO: MÁXIMO GAINZA.

    Me había propuesto escribir un artículo sobre el diario La Prensa y su director, el arquitecto Máximo Gainza, con la intención de resaltar su trayectoria durante el gobierno del
    arquitecto Máximo Gainza
    Proceso, trayectoria ejemplar injustamente silenciada por las organizaciones de derechos humanos. Había sido tan increíble la valentía de este periodista en la defensa de la libertad y el Estado de Derecho, y tan miserable, por no decir inexistente, el reconocimiento que la sociedad en general le otorgó, que comencé a buscar en Internet datos que me permitieran desarrollar el tema con suficiente información.


    En esa búsqueda me encontré con un blog titulado "Gaucho malo" de un ex periodista de ese diario, Santiago González. En ese blog este periodista que trabajó en La Prensa entre 1970 y 1983, escribió un extraordinario artículo titulado: "La Prensa, de Gainza". Quedé deslumbrado porque en ese artículo está escrito todo. Nadie podría agregar una sola palabra. Pensé que ya no era necesario que yo escriba algo nuevo, bastaba con difundir ese texto tan informado y serio. Simplemente los invito, entonces, a leer lo que escribió Santiago González haciendo clic en el enlace que inserto al final de esta nota.


    Por mi parte sólo deseo recordar que en La Prensa de ese tiempo escribieron columnistas de lujo como Jorge García Venturini, Eudocio Ravines, José Rexach, Álvaro Alsogaray, Manuel Tagle, Emilio Hardoy, Daniel Lupa, Manfred Schöenfeld, José Antonio Abuín, Alicia Jurado, el prebítero Carlos Cuchetti, Alberto Benegas Linch, Alberto Benegas Linch (hijo), Roberto Cachanosky, Juan Carlos Cachanosky, Carlos Sanchez Sañudo, Isaac Rojas, Raúl Oscar Abdala, Meir Zylberberg y muchos otros que en este momento escapan a mi memoria. Todos ellos contribuyeron a hacer de La Prensa el diario más culto, comprometido y valiente de la Argentina.


    Pero quiero resaltar, sobre todos esos brillantes intelectuales, a quien los lideraba como un verdadero héroe del periodismo libertario y defensor de la verdad, el arquitecto Máximo Gainza, quien, como su padre, el doctor Alberto Gainza Paz al que debió suceder por su enfermedad y posterior fallecimiento, hizo del periodismo un apostolado que enfrentó toda adversidad y no claudicó ante ningún peligro. 

    Hasta que el diario debió ser vendido porque económicamente no soportó las consecuencias de tanta ética y tanta hombría de bien. A La Prensa le sucedió como al inolvidable René Favaloro. En un país donde todo se negocia, donde nada es mejor y todo da igual, el fracaso o la muerte son el destino casi inevitable de quienes se niegan a vivir una existencia sin decoro.

    1. "La Prensa fue hostigada por todos los gobiernos, desde Uriburu en adelante, con excepción del surgido del golpe de 1955. Incluso Alfonsín, por vía administrativa, mantuvo preso en 1985 durante dos meses al columnista Horacio Daniel Rodríguez, que firmaba como Daniel Lupa. La manipulación de la publicidad oficial y de los precios del papel, y errores propios, terminaron por ahogarla". Santiago González


    CARTA DEL AUTOR PUBLICADA EN La Nación el 9/4/2011: "Tal vez hemos madurado, por eso ahora reaccionamos mejor. Pero en 1985 no nos preocupamos mucho cuando el presidente Raúl Alfonsín ordenó el arresto del columnista de La Prensa Horacio Daniel Rodríguez, "Daniel Lupa", y lo mantuvo preso durante dos meses, sin causa judicial ni estado de sitio. Ese acto intimidatorio, en plena democracia, fue tan autoritario y tan amenazante contra la libertad de prensa, como lo ha sido el bloqueo de los diarios".  E.A.

    Hacer clic en el título que sigue para leer la nota de Santiago González:

    por Santiago González


    Otro enlace recomendado:
     Salvados del infierno

    • El arquitecto Máximo Gainza falleció en Buenos Aires el 2 de octubre de 2014, alos noventa años de edad. E.A. (3/10/14

    martes, 8 de marzo de 2011

    ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS NO PODEMOS EXPRESAR NUESTRAS DISIDENCIAS¿?


    Por Enrique Arenz

    El presbítero Nicolás Alessio, un cura tercermundista que el año pasado (2010) apoyó con sus opiniones la sanción de la ley de matrimonio igualitario, fue echado de la Iglesia luego de un juicio canónico llamativamente expeditivo.

    Los fundamentos amañados de la decisión dicen que el sacerdote opinó de manera divergente sobre la doctrina de la Iglesia en materia de homosexualidad. En realidad, el sacerdote sólo opinó sobre una ley civil que en nada afecta a la Iglesia ni a nadie obliga. Opinó como lo hicimos tantos argentinos, unos a favor y otros en contra.

    No consta, por lo tanto, que el padre Alessio haya desobedecido la doctrina de la Iglesia, ni surge claramente que este sacerdote de 53 años haya actuado incorrectamente. Solamente se pronunció a favor del matrimonio civil gay y dijo que a su juicio la homosexualidad no es una desviación moral ni una enfermedad. Expresó un simple punto de vista como puede hacerlo cualquier ciudadano libre en un país democrático con relación a un problema humano que no es ni comprendido ni afrontado con honradez intelectual por la Iglesia católica.

    Ahora bien, el padre Alessio puede estar equivocado. ¿Pero acaso su condición de sacerdote lo obliga a ocultar su pensamiento, a callarlo, a proceder como un hipócrita?
    Habló de una materia opinable, que no roza la doctrina. Pero, aunque esto no fuera así, aunque por extensión hubiera existido un cuestionamiento o interpretación heterodoxa de los Evangelios y de la doctrina de la Iglesia, ¿por qué los católicos, sacerdotes o no, debemos reprimir nuestras ansias de conocimiento y nuestra vocación por el debate sincero y respetuoso dentro de nuestra comunidad?


    Yo también tengo opiniones divergentes

    Soy católico, y no por simple elección. Lo aclaro porque varias veces han intentado negarme esa pertenencia. Desciendo de varias generaciones de creyentes, en mi familia hay un sacerdote salesiano y hubo una monja de clausura, ya fallecida. La Iglesia está en mis genes, en mi mente y en mi cultura. Es mi Iglesia, tan mía como del padre Alessio y del mismísimo Bergoglio. ¿O acaso no somos una comunidad? Veamos el diccionario: “Comunidad, cualidad de común, que, no siendo privativa de ninguno, pertenece o se extiende a varios”.

    Y como integrante de esa comunidad universal he ido mucho más lejos que el padre Alessio. Tengo mi mente abierta en la interpretación de los Evangelios y he meditado la doctrina con espíritu fuertemente crítico, porque Dios me hizo ante todo un hombre libre y pensante, y si bien soy consciente del uso responsable que debo hacer de esos atributos, me siento poseedor de la plena potestad para opinar, expresar mis pensamientos y meterme respetuosamente en los oscuros y fascinantes laberintos de dos mil años de magisterio.

    Y para demostrar comparativamente lo intrascendentes que han sido los “pecados” atribuidos injustamente al padre Alessio, voy a enumerar algunas de mis propias opiniones sobre la doctrina, la tradición y las enseñanzas de la Iglesia. No porque sea importante lo que yo opino, sino para poner en negro sobre blanco algo sobre lo que no se quiere hablar dentro de la Iglesia: que se trata de opiniones compartidas por millones y millones de católicos de todo el mundo:
    Control de la natalidad: Creo que es lícito el control de la natalidad por medios no abortivos. La Iglesia aceptó, después de siglos de controversias, que pueden utilizarse los ciclos de fertilidad femenina para evitar los embarazos. Muy bien, entonces razonemos: ¿qué diferencia hay entre dejar a mis espermatozoides perecer sin salida en el interior de mi organismo y dejarlos encerrados en el fondo de un profiláctico? ¡Cuál es la diferencia! Por Dios, quiero que alguien me lo explique y me convenza de que estoy en un error. Entre tanto no me demuestren lo contrario, creo, racionalmente, lúcidamente, que no ofendo a Dios si hago una responsable planificación de mi familia sin privarme del sexo.

    Sexualidad: Creo que la sexualidad humana es uno de los regalos más maravillosos que recibimos del Creador. ¡Qué agradecidos debemos estar todos, mujeres y hombres, por ese milagro de los sentidos tan extremadamente movilizador, excitante y placentero! Es verdad que el sexo tiene por finalidad principal la procreación: es como la zanahoria que hace trabajar al burro. Pero caeríamos en una simplicidad excesiva, en una ofensa a la inteligencia si creyéramos que una pulsión tan poderosa, tan irresistible, tan gratificante física, espiritual y sicológicamente tiene por única finalidad la preservación de la especie. Usando un poco el sentido del humor, podríamos hasta sospechar que el sexo fue creado para divertirnos, y de paso para procrear. ¿Alguien de entre mis lectores se ha escandalizado por esta humorada? Les aseguro que hasta Jesús debe de haber sonreído.

    Ahora bien, ¿por qué la Iglesia y otras religiones se empeñan en decir que el sexo fuera del matrimonio es un grave pecado, un pecado mortal? ¿Dónde está el pecado? ¿Cuál es el daño que hacemos a los demás cuando disfrutamos de un momento de sexualidad intenso con otra persona que nos atrae y con la que no pensamos, no queremos o no nos conviene casarnos? ¿Por qué la Iglesia transformó el Mandamiento que dice “No cometerás adulterio” (absolutamente incuestionable) en otro mentiroso que ordena “¡No fornicarás!” (Recuerdo que de chico preguntábamos a la catequista qué era fornicar, y la catequista se ruborizaba y cambiaba rápidamente de tema). El origen de esta prohibición habría que buscarlo en San Agustín. Pero da la casualidad de que el mismo San Agustín nos habló de las cosas opinables de las que podíamos hablar y discutir libremente dentro de la Iglesia. ¿Y acaso el sexo no es uno de esos temas opinables por excelencia? Yo, al igual que millones y millones de católicos de todo el mundo, creo que el sexo puede practicarse responsablemente fuera del matrimonio sin que por ello se ofenda a Dios ni mucho menos se caiga en pecado mortal.

    Sacramentos: Si uno lee detenidamente los cuatro evangelios canónicos observa que Jesús estableció solamente cuatro sacramentos: El bautismo, la Eucaristía, la Comunión y el Matrimonio. No instituyó ni la confesión, ni la unción de los enfermos ni la confirmación. Estos sacramentos han sido incorporados por la Iglesia en el devenir de los siglos. Con respecto a la Confesión, debamos decir ante todo que fue establecida como sacramento por el Concilio de Letrán, en 1215, no por Jesús. Acepto que debemos considerar con honestidad intelectual la hipótesis de que cuando Jesús instruyó a sus discípulos para que fueran por el mundo y perdonaran los pecados, diera por sobreentendido que para producir el gesto de la absolución debía existir una confesión previa. Pero lo cierto es que a Jesús no lo vemos en ningún Evangelio escuchando los pecados de nadie. Yo estoy cada vez más convencido de que la confesión implica una violación de la intimidad, innecesaria para tomar la comunión que, junto con la Eucaristía, constituye el momento más sublime y conmovedor de la liturgia católica. Y lo creo innecesario porque, si uno se ha arrepentido sinceramente de sus pecados, ¿para qué necesita un intermediario entre él y Dios? Ahora bien, considerando que muchas personas buscan el alivio de aligerar sus conciencias en los oídos de un confesor como otras necesitan hacer terapia con un psicólogo, no niego la confesión como un importante ritual de nuestra Iglesia, pero no como sacramente sino como acto voluntario de contrición.

    Homosexualidad: Si bien el Antiguo Testamento anatematiza la homosexualidad en cientos de citas, Jesús jamás habló del asunto, nunca condenó esa práctica como sí condenó explícita y severamente la pedofilia. Pero no sólo no habló de la homosexualidad, tampoco se metió con la heterosexualidad. Al contrario, pareció hasta justificar el divorcio “por causa de fornicación” (Mateo 19 - 9), aunque, justo es recordarlo, no sabemos cuántas deformaciones habrá sufrido el texto sagrado en dos mil años de tergiversaciones involuntarias o intencionales y múltiples errores de traducción. El concepto de que la homosexualidad es una desviación moral es tan anacrónico, infundado y, sobre todo, tan cruelmente doloroso para los homosexuales creyentes, que la Iglesia debiera revisarlo cuanto antes. Por otra parte, el matrimonio es una institución de la Iglesia. Aunque la ley controversial hable de “matrimonio igualitario”, no se trata sino del uso políticamente indebido de una palabra. El matrimonio siempre será para la Iglesia y para los católicos el sacramento de la unión entre dos personas de distinto sexo en el contexto de una ceremonia religiosa. La unión conyugal civil es otra cosa, es un mero contrato entre dos personas de igual o distinto sexo que no debiera requerir la intervención del Estado sino simplemente suscribirse en una escribanía.

    Estas son algunas de mis opiniones sobre lo que entiendo es materia opinable y no doctrinal dentro de la Iglesia. ¿Merezco por pensar así una declaración de apostasía? No, mientras sean simples opiniones que no modifican mi conducta. Yo, que amo a mi Iglesia, lo considero un aporte al debate que las autoridades eclesiásticas deberían alentar en lugar de sofocar. Porque la Iglesia del siglo XXI necesita urgentes reformas. Es más, tengo derecho de exigir una discusión dentro de mi comunidad, no quiero el silencio y la obediencia. Sí, el respeto y la prudencia, pero no la obediencia ciega.

    Hay reformas impostergables que claman por su protagonismo. La estructura de la Iglesia de nuestro tiempo está anquilosada y padece aun hoy el poder y las presiones de grupos integristas que conservan, aunque cueste creerlo, el mismo espíritu corporativo e intolerante del Concilio de Constanza, que llevó a la hoguera, en 1415, al teólogo reformador Juan Hus, bajo el injusto cargo de herejía.

    El gran mérito de Juan XXIII fue haber convocado en 1959 el Concilio Vaticano II que cambió muchas cosas dentro del asfixiante clima de intolerancia que predominaba en la Iglesia Católica de ese tiempo. Ha transcurrido más de medio siglo y el mundo ya no es ni la sombra de lo que era. Los cambios ahora son más acelerados, impulsados por la revolución de las comunicaciones. Si antes se organizaba un concilio cada varios siglos, ahora debiera hacerse cada veinte o treinta años.

    Yo no estoy para nada seguro de lo que afirmé arriba. Tal vez deba retractarme en el futuro, pero no porque me obligue el Santo Oficio sino porque alguien me habrá demostrado mi error. Muchos de mis lectores católicos se habrán sentido molestos. No ha sido mi intención escandalizar a nadie. Solo reclamo, como católico, algo muy sencillo e inofensivo: que no le huyamos al debate, que podamos decir lo que pensamos, que no haya temas tabúes dentro de nuestra comunidad. Que un cura pueda opinar como lo hizo el padre Alessio sin que le quiten las potestades eucarísticas y lo echen como a un perro de la Casa Parroquial. Y que millones de católicos no nos veamos empujados a elegir por una de estas falsas opciones: o ser unos grandísimos hipócritas, o renunciar a nuestra sexualidad, o alejarnos amargamente de nuestra madre Iglesia.

    La misión de la Iglesia es luchar por un mundo mejor y más justo, buscar la paz y la concordia entre hermanos, predicar incansablemente contra la violencia, el crimen y las guerras, difundir la palabra de Jesús que perdonó a la adúltera y le dijo “ve, y no peques más”, pero que no se metió con las prostitutas, ni con los homosexuales ni con la vida íntima de nadie. El legado de Jesús para su Iglesia es el amor por el prójimo, la comprensión, el “no juzgues para no ser juzgado”, la docencia para formar a los jóvenes como personas de bien, la solidaridad con los infortunados y la misericordia hacia los que sufren la enfermedad y la pobreza.

    Pero la Iglesia tiene sobre todo un deber: preservar la llama de la fe, que se está apagando lentamente en el mundo cristiano porque mucha gente se siente excluida de una Iglesia que se encierra en sus prejuicios y se olvida a veces de la palabra sencilla de Jesús.

    8-3-2011

    (Se permite su reproducción
    citando al autor)

    martes, 1 de marzo de 2011

    VARGAS LLOSA Y NUESTROS INTELECTUALES



    por Enrique Arenz

    Cuando el año pasado le dieron a Mario Vargas Llosa el merecido Premio Nobel de Literatura, los intelectuales izquierdistas argentinos murmuraron y gruñeron un poco, pero lo hicieron por lo bajo, con prudente sordina, porque no se atrevieron a cuestionar los méritos literarios del autor de Conversaciones en La Catedral. A Vargas Llosa y a Borges sólo se los puede atacar por sus posiciones políticas, jamás por su literatura, porque eso los cubriría de ridículo.

    Pero bastó que la Fundación El Libro tuviera la buena idea de invitar al peruano a la inauguración de la próxima Feria Internacional del Libro para que aflorara el rencor ideológico y estallaran las proclamas descalificatorias.

    “Me produjo una enorme indignación que Vargas Llosa venga a abrir la Feria después de lo que dijo de la Argentina”, declaró a La Nación el filósofo y escritor José Pablo Feinmann. Pero Vargas Llosa jamás habló mal de la Argentina, criticó al gobierno argentino, que es una cosa muy distinta. ¡Y qué certero fue todo lo que dijo! “Esta es una verdad descomunal”, podría haber dicho con su lenguaje ampuloso el propio Feinmann, si no hubiera sido un declarado cristinista.

    Un grupo de intelectuales redactó una solicitada que tal vez podamos ver publicada muy próximamente, pero que por ahora anda buscando adhesiones por los ámbitos culturales de Buenos Aires. Entre los que ya firmaron figuran, según La Nación: Mario Goloboff, Vicente Battista, Liliana Heker y Horacio González. También participarían algunos actores, cantantes e intelectuales de Carta Abierta. En ese borrador consideran que la visita de Vargas Llosa “sería inoportuna y agraviante para la cultura nacional (sic), y para con las preferencias democráticas y mayoritarias de nuestro pueblo (¡sic!)”.

    ¡Nuestro pueblo! Habría que hacerles saber a estos patrones de la cultura nacional que hace décadas que nuestro pueblo tiene grandes dificultades para ampliar sus horizontes literarios porque casi toda la literatura que se publica, se premia y se reseña elogiosamente en los suplementos y revistas culturales de los principales diarios capitalinos (se salvan algunos del interior), es mediocre, ideologizada y aburrida. Igual que el cine subvencionado, el teatro mal llamado independiente y las artes plásticas, salvo notable excepciones.

    Es que para existir y asomar la cabeza en el mundillo cultural argentino, para que los jurados de los concursos nominen una obra y para que los críticos se dignen a posar su vista sobre ella, el autor debe  ser de izquierda, progresista, comprometido socialmente y resentido contra “el sistema”. No se le ocurra a un artista ser liberal, o indiferente a las ideologías, o un  hombre de fe religiosa, o simplemente un demócrata que repudia las dictaduras y los populismos demagógicos, como es el caso de Vargas Llosa. Si uno es así será tildado de derechista y no podrá salir de su exilio cultural: directamente no existirá. Vargas Llosa, en la Argentina de hoy, no habría sido nadie.

    Hace años que vengo denunciando el ideologismo de izquierda predominante en los cenáculos culturales de nuestro país, en donde sus miembros, al igual que en el Sindicato de escritores de la Unión Soviética en tiempos de Boris Pasternak, se han adueñado de todas las instituciones, foros y espacios culturales, inclusive   de­n­tro de empresas privadas, sociedades civiles o fundaciones que nada tienen que ver con esas ideologías anacrónicas.

    Se trata de un ideologismo áspero por lo intolerante, autoritario, reclutador de voluntades, ninguneador y destructor de los artistas que piensan diferente. Aunque la izquierda haya fracasado militar, política y económicamente en todo el mundo, ellos han copado la cultura como una gigantesca ameba. Aquí más que en ninguna parte. No estoy exagerando, la cultura es de ellos, les pertenece a ellos.
    Muchas de estas personas pueden ser honestas y bien intencionadas, algunas tal vez han desarrollado una adaptación de sobrevivencia, aun cuando no creen en las proclamas que les hacen firmar. Pero observemos su militancia revisionista de la historia cultural: condenan sin piedad a los artistas y científicos que en el pasado colaboraron o simpatizaron con los regímenes de extrema derecha, y al mismo tiempo dispensan buenamente a quienes respaldaron con su silencio, su justificación y hasta su ayuda, los crímenes de Stalin, Mao, Ho Chi Minh y Fidel Castro. Es lo que Edmund Amis denominó acertadamente "la asimetría de la indulgencia", una suerte de enfermedad espiritual que afecta a todos estos intelectuales.

    Por ejemplo, el fallecido escritor Tomás Eloy Martínez, en uno de sus últimos artículos publicados en La Nación, fue impiadoso con el escritor alemán Hanns Heinz Ewers, a quien llamó impropiamente “el escritor de Hitler”, nada más que porque éste admiraba la ciencia ficción del notable autor de La mandrágora. Es sabido que Ewers se sintió inicialmente seducido por Hitler, pero por la sola vanidad, tan traicionera y cegadora en los artistas (y ese defecto lo podemos ver ahora mismo), de sentirse elogiado y admirado. Pero terminó cruelmente perseguido por el nazismo. Y su obra es valiosa y perdurable. También se ensañó Eloy Martínez, en el mismo artículo, con el compositor alemán Richard Strauss, por sus inclinaciones filonazis, y hasta se acordó rencorosamente de nuestro pobre y genial Leopoldo Lugones, que equivocadamente apoyó el golpe de 1930.

    Pero se olvidó de mencionar, siquiera al pasar, a los célebres artistas e intelectuales que apoyaron a Stalin y toleraron y hasta justificaron sus crímenes, artistas como Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Pablo Picasso, y hasta notables filósofos como Bertrand Russell y Jean Paul Sartre. Este último llegó al extremo de negar el gulag soviético.

    Gabriel García Márquez fue, en su país, Colombia, nada menos que un oficial de la organización argentina Montoneros (1). ¿Alguien lo ha cuestionado literariamente por esa siniestra complicidad, o porque cada tanto viaje a Cuba para dar talleres literarios gratuitos invitado por su amigo Fidel Castro? O el escritor portugués José Saramago, otro Premio Nobel, también amigo de Fidel, "comunista hormonal", como se describe orgullosamente a sí mismo. Por no hablar de los cientos de intelectuales que hoy admiran y apoyan al régimen cubano, o a dictadorzuelos neomarxistas, sostenedores de las FARC, como Chávez y Correa.

    A quienes no somos de izquierda no se nos ocurriría rechazar la visita de ninguno de ellos, porque como artistas los respetamos y admiramos, aunque lamentemos sus ideologías vetustas y sus posiciones políticas.

    En esta tesitura están prácticamente todos los intelectuales argentinos que han alcanzado alguna notoriedad pública. Notoriedad que en muchos casos no deben al mérito ni al talento ni al esfuerzo persistente sino a la militancia corporativa que los cobija y encumbra. Se alientan, se dan manija entre ellos, llevan un tren de vida que contradice en muchos casos sus ideas y se desesperan por lograr una tajadita del presupuesto oficial.

    Estos intelectuales tienen todo el derecho del mundo de creer en sus ideas. Claro que tienen derecho. Decir lo contrario sería actuar como ellos. También tienen derecho de generar un arte social progresista y revolucionario. Pero, atención,  hay un límite moral que nadie puede trasponer sin perder el honor y la credibilidad:  Ese límite consiste en reconocer, con honestidad intelectual (y escribirlo y proclamarlo, clara y explícitamente), que todas las tiranías, persecuciones políticas, vejámenes y crímenes contra la humanidad son condenables, sean de derecha o sean de izquierda, sin excusas, sin peros, sin pretextos amañados. Y aceptar que los intelectuales y artistas que colaboraron alguna vez con esos regímenes merecerían, si se equivocaron en buena fe, igualitaria indulgencia, y si no, el mismo repudio de la historia. Porque no hay dictaduras malas y dictaduras buenas. Todas son abominables y repulsivas. Todas. Al menos ante la fina sensibilidad de un verdadero artista.

    Karl Popper, el enemigo intelectual número uno del comunismo, reconoció que en su juventud fue atrapado intelectual y moralmente por el marxismo, y que las terribles purgas y crímenes de Stalin eran, para los jóvenes idealistas de esos tiempos, justificables, una suerte de mal menor para alcanzar el soñado paraíso socialista, teniendo en cuenta que se trataba de cambiar al ser humano para lograr un futuro venturoso de felicidad y prosperidad sin explotación ni clases sociales. Algo parecido le sucedió a nuestro Julio Cortázar, que se enamoró de la revolución cubana y nunca se inquietó por los crímenes de lesa humanidad que perpetró Fidel Castro desde el primer día.

    Por fortuna, la mentalidad crítica de Popper lo desengañó y liberó de esa trampa ideológica en muy poco tiempo. Sin embargo, él mismo admite que tardó veinti­séis años en animarse a divulgar sus divergencias porque "no quería apoyar indirectamente al fascismo". ¡Ni siquiera una inteligencia tan vasta como la de Popper logró despojarse, durante veintiséis años, del prejuicio según el cual ser un severo crítico del marxismo implica ser funcional a la ultraderecha!

    Yo reconozco con humildad que después de muchos intentos (aunque he leído, pensado y escrito mucho acerca del Síndrome izquierdoso), he fracasado en mi aspiración de entender cuál es el mecanismo mental que lleva a los intelectuales y artistas, dotados de inteligencia cognitiva, sensibilidad superior y sentimientos humanitarios profundos, a repudiar una determinada categoría de tiranía criminal y aceptar y defender otra igualmente inhumana y destructiva. Y sobre todo: qué los lleva a ser tan intolerantes y despiadados con los que piensan, escriben o crean  inspirados en otras ideas y con diferentes conceptos estéticos.

    Vargas Llosa es un demócrata liberal que ha luchado contra todas las tiranías y ha combatido todos los populismos de América. Jamás ha callado lo que piensa.

    Su presencia en nuestra Feria Internacional del Libro será una honrosa distinción que atenuará el dolor de nuestro aislamiento internacional y nos permitirá admirar su personalidad imponente y escuchar sus cautivantes palabras.

    Pero como sabemos que habrá escraches y movilizaciones como las que le hicieron, también en esa Feria, a la médica cubana doctora Hilda Molina, yo le aconsejaría que reflexione, que no venga, que se quede cómodamente en Europa disfrutando de su merecida gloria en un mundo civilizado y tolerante.

    1)   Revelado por el fiscal nacional de Casación Juan Martín Romero Victorica en el programa "Poder Vacante" de Jorge Asís en Crónica TV).

    (Se permite su reproducción. Se ruega citar este blog y hacer un enlace)

    martes, 15 de febrero de 2011

    Mi nuevo libro: HISTORIAS DE TIERRA SANTA


    RESUMEN DE LOS SEIS CUENTOS QUE INTEGRAN ESTE LIBRO:

    Testimonio de Hafar, el judío que intentó salvar a Jesús

      Un judío erudito del siglo I, políglota y profundo estudioso de la filosofía y ciencias de Grecia y Egipto, intenta salvar a Jesús de morir en la cruz. No creé que sea el Mesías (es un intelectual escéptico aun del judaísmo), pero admira y respeta a ese hombre extraordinario amado y seguido por multitudes de enfermos y desheredados. 

      Cuando Jesús es arrestado intercede ante el propio Pilatos y llega a poner en marcha un audaz plan de rescate que logra inicialmente su objetivo, aunque algo inexplicable sucede finalmente.



      El celular del cura

        A un cura franciscano joven le diagnostican una enfermedad terminal. Pide ser trasladado a Tierra Santa para pasar allí sus últimos días. Está tan abatido que comienza a perder la fe. La Eucaristía ya no lo conmueve. Se siente solo y desamparado. Pero en una de las misas que oficia en Nazaret suena sorpresivamente un celular...


        Herencia maldita

          Una estudiante judía es violada en Tel Aviv y queda embarazada. Una orden de monjas católicas la asiste para que no interrumpa el embarazo. Nace un niño que es dado en adopción sin que su madre lo vea. La joven continúa su vida normal. Pasan más de veinte años y un día el hijo al que no quiso abortar se presenta ante ella. Se muestra afectuoso y agradecido. Ella lo recibe emocionada. Todo parece ir bien…, pero las cosas nunca son como creemos.


          Setenta veces siete

            Un pequeño grupo de católicos uruguayos, al que se ha sumado una mujer argentina, realiza una peregrinación por los lugares sagrados de Tierra Santa guiados por un sacerdote español. El grupo experimenta una crisis de convivencia que el guía espiritual no sabe o no puede encauzar.  


            El día que Pedro quiso olvidarlo todo y dijo: "Me voy a pescar"

              Después de la crucifixión, Jesús resucitado se les aparece a sus discípulos por tercera vez en Tabgha, a orillas del mar de Galilea. Ellos se resisten a reconocerlo porque desean terminar con la pesadilla que vivieron en Jerusalén. La crucifixión fue un suceso terrible  cuyo significado aun no han comprendido. Pero Jesús les hace ver que la misión de ellos y sus sacrificios recién están por comenzar. Ese día Jesús le revela a Pedro uno de los grandes secretos del plan maestro de Dios.


              La confesión de Hitler

                Un profesor argentino, investigador de Historia religiosa, quiere averiguar si es verdad, como dice una leyenda, que Adolfo Hitler se confesó con un sacerdote católico antes de suicidarse. 
                Va primero a Israel y después a Roma para reunir pruebas sobre ese acontecimiento histórico jamás demostrado. Mientras investiga se espanta al verse a sí mismo capaz de cualquier indignidad con tal de obtener lo que apasionadamente se propone.
                Logra apoderarse de un documento único: un cuaderno manuscrito en el que el supuesto confesor escribió detalladamente la confesión de Hitler. Pero hay fuerzas oscuras que se movilizan detrás de ese cuaderno y el profesor debe afrontar graves riesgos y consecuencias. Finalmente su tenacidad lo lleva a un sorprendente, insospechado y terrible descubrimiento.

                *  *  *

                Estos son los temas de los seis cuentos reunidos en este libro, historias que imaginé durante mi viaje a Israel, Cisjordania y Roma en la Navidad de 2008.

                Dos de los cuentos están ambientados en la época de Cristo; los otros transcurren en la actualidad. Dos cuentos son largos (el primero y el último), los otros cuatro, cortos. Todos están relacionados con el cristianismo, la fe y la condición humana, tan propensa a las debilidades y  contradicciones.


                En el prólogo advierto a mis lectores que escribí estas historias con total libertad creadora. No es un libro profano (soy un escritor católico, con todas las desventajas y responsabilidades que ello implica en la creación artística), pero tampoco se ajusta a los dogmas catequísticos ni a las versiones canónicas de las historias sagradas. Como en mis anteriores ficciones, he dejado volar libremente mi imaginación, sin consentir que frontera alguna condicione el ejercicio de la creatividad literaria en la construcción de tramas y personajes.



                Creo que he logrado que en el texto haya silencios que dicen más que las palabras, e indicios que, sin hacerse notar, están a la vista y anticipan sutilmente algunos finales sorpresivos. En los cuentos "El celular del cura" y "Setenta veces siete", la resolución del enigma queda en manos del lector.


                El libro está en las siguientes librerías:
                • En Buenos Aires: Ayacucho 357 (a metros de Corrientes)
                • En Mar del Plata: Librería Fray Mocho, Belgrano 2877  Alejandría Libros, San Luis 1745; Polo Norte, Av. Constitución 6843, y Santa Teresita, Catamarca 1665.
                • Para comprar por INTERNET, hacer clic aquí