martes, 21 de enero de 2014

Moneda, inflación e hiperinflación




Fragmento del capítulo 8º de 
mi libro Libertad: un sistema 
de fronteras móviles
(Editado en 1986 con datos actualizados
a 2007)


El dinero no apareció como resultado de un acto legislativo ni porque todos los hombres se pusieran de acuerdo en utilizar determinadas mercancías como medio convencional de intercambio. La adaptación fue lenta y natural. Al comienzo fueron muy pocas personas (hábiles comerciantes dotados de la rara intuición del empresario) quienes descubrieron que cambiar bienes poco vendibles por otros más vendibles y acumular estos últimos para a su vez volverlos a cambiar por otros bienes menos vendibles en el momento en que estos se necesitaban, proporcionaba fluidez a las operaciones y considerables ventajas económicas.

Conociendo la naturaleza humana no cuesta mucho imaginar la desconfianza y resistencia del común de las personas ante el lento avance de este ingenioso método de intercambio indirecto. Podemos deducir que los pocos que lo practicaron al comienzo obtuvieron gran enriquecimiento al poder concretar cientos de intercambios mientras sus vecinos apenas si encontraban a alguien que aceptara sus gallinas a cambio de un ternero.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Grassi: me equivoqué cuando lo creí inocente

PIDO DISCULPAS A MIS LECTORES
por Enrique Arenz


Durante más de una década estuve convencido de que el padre Julio César Grassi era inocente de las acusaciones de abuso sexual y corrupción de menores por las que se lo procesó y condenó en un Tribunal Oral cuya sentencia fue confirmada por la Cámara de Casación.

Dos fuentes de inspiración para mí honorabilísimas contribuyeron a que me formara ese concepto: Las denuncias del fallecido periodista Julio Ramos, quien a través de su diario "Ambito Financiero", acusó en extensos y vibrantes artículos a un medio periodístico de haber armado la causa con testimonios falsos; y la apasionada defensa del conductor televisivo Raúl Portal, quién por su condición de vicepresidente de la Fundación Felices los Niños y en su carácter de amigo personal del sacerdote, juró que éste era inocente, que conocía su vida por haber estado muy cerca de él, y que jamás había tenido indicios ni sospechas de un comportamiento criminal como el que se le atribuía.

Dos personas de bien, dos hombres públicos ejemplares que jamás dirían lo que sus conciencia no aprobaran. Pues bien, les creí, como creí los testimonios que me llegaron desde distintas fuentes: Grassi era inocente, y detrás de la acusación había una trama de oscuros intereses relacionados con la Fundación que el sacerdote había creado de la nada, y que, por su dedicación y empeño, se había transformado en la obra de ayuda para niños y adolescentes sin hogar más importante del país.

Ahora, después de leer la sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires me doy cuenta de que estaba equivocado, de que Grassi es evidentemente culpable y que, haya habido o no intereses espurios que movilizaron la denuncia, los cargos no fueron inventados sino que existieron en los hechos.

Es muy fácil y hasta tentador salvar el amor propio y seguir sosteniendo que Grassi es inocente, ya que el proceso probablemente se prolongará en la Corte Federal y siempre flotará la duda porque la supuesta inocencia de Grassi quedó instalada como un mito, y muchos argentinos seguirán aferrados a esa convicción. Pero yo no quiero tomar el camino fácil, porque si fui sincero cuando defendí a Grassi con notas periodísticas y cartas de lectores en importantes diarios, tengo también que serlo ahora reconociendo honradamente ante mis lectores que me equivoqué, que lamento haber sostenido durante años un punto de vista alejado de la verdad.

Mucha gente, como dije antes, seguirá creyendo que Grassi es inocente, víctima de una oscura conspiración urdida por una empresa periodística, una organización de derechos humanos y funcionarios del poder judicial de Morón para quitarle al cura la Fundación. Mi opinión ahora es esta: tres instancias judiciales donde tres tribunales lo consideraron culpable no puede jamás formar parte de un complot. No es razonable, es fantasioso, no podemos refugiarnos en esa ensoñación. Diez jueces, algunos de ellos conocidos por su probidad (el propio Portal calificó así a los jueces del Tribunal Oral), integrantes de distintos tribunales de diferente jerarquía no pueden ponerse de acuerdo para fallar injustamente contra un inocente. Eso es racionalmente imposible. Y los tres tribunales dieron por probadas las acusaciones, al menos en dos de los casos denunciados. En los otros fue absuelto. La Corte ha dicho que hay certeza de contenido incriminatorio.

Soy consciente de que con mis opiniones suelo ejercer influencia sobre las personas que me leen principalmente porque confían en mi honestidad y mi criterio. Al sostener la inocencia de Grassi durante tantos años pude inducir a esos lectores a inclinarse en favor de mi errónea visión. Les pido disculpas, me equivoqué. Lo hice en buena fe, con mi honestidad de siempre, pero me equivoqué, esa es la realidad.
  
Dolorosamente desengañado, profundamente triste por una verdad dura y difícil de asimilar, hoy estoy seguro de que el sacerdote Julio César Grassi es culpable, que el proceso al que fue sometido ha sido justo y que contó con todas las garantías procesales para ejercer su legítima defensa.  
 
23 de setiembre de 1013

domingo, 18 de agosto de 2013

Crítica al liberalismo dogmático puro

SIN IDEAS LIBERALES HUMANIZADAS LA ARGENTINA NO TIENE SALIDA

por Enrique Arenz


Creo haber leído lo esencial de todos los pensadores liberales traducidos al español. He meditado por mí mismo sobre el ideario liberal, lo he defendido y divulgado durante casi medio siglo y hasta escribí un par de libros y cientos de artículos periodísticos. 

Me tragué a todos aquellos eminentes autores, pero cuando ahora tengo dudas y los releo, les encuentro defectos, omisiones, razonamientos oscuros jamás aclarados y un esfuerzo conmovedor por demostrar lo indemostrable. Y encuentro una coincidencia notable en casi todos: ninguno habla de ese sentimiento que es la conmiseración por nuestros semejantes. Cualidad que hasta Schopenhauer, en medio de su honda desilusión por el género humano, descubre con asombro y desconcierto en las personas más sencillas. En cambio en los sabios liberales el amor y la ternura parecen recluidos al círculo de su familia, y de algunos amigos íntimos. Pareciera que la sociedad humana no tuviera nada que ver con nosotros, el prójimo no es mi hermano, el mundo no es una gran familia donde cada vida es lo más valioso, como nos enseñó Jesús cuando se atrevió a predicar que la vida de un esclavo vale tanto como la del emperador. No, para el pensador liberal el mundo es apenas una sociedad contractual. (No afirmo que todos piensen así, sólo digo que la prédica liberal científica -hablo de la teoría económica del liberalismo-, en su pedantería académica trasunta este ingrato deshumanismo como una insoportable constante.

Creo que el liberalismo económico, sobre todo en sus proposiciones más científicas y modernas, como la admirable Escuela Austriaca a la cual debemos el mayor descubrimiento de la ciencia económica: la teoría subjetiva del valor, nos debe alguna autocrítica. (Sólo la escuela liberal de la Economía Social de Mercado ha conservado rasgos humanitarios que no la desvinculan de la política ni de su único objeto y destinatario: el ser humano real). Siempre machaco lo que decía Karl Popper: "Una ciencia que tiene todas las respuestas es por lo menos sospechosa". Como lo es el psicoanálisis, que según Mario Bunge no es una ciencia sino una seudociencia (¿Quién puede demostrar que el subconsciente freudiano existe, como la neurociencia ha podido probar que hay neurotransmisores, o la mecánica cuántica que existen partículas subatómicas que nos atraviesan el cuerpo sin que nos demos cuenta?).

No veo, salvo excepciones muy solitarias, liberales abiertos y dispuestos a revisar conceptos y a intentar alumbrar una revolución intelectual revisionista fundada en la primera materia liberal, la tolerancia, y donde puedan darse cordialmente la mano tanto el sentimiento humanitario, sin el cual nada civilizado se justifica ni vale la pena; la política práctica, que es la que primero debe obtener el consentimiento ciudadano para después ordenar y amalgamar a una sociedad plural donde todo pueda discutirse siempre; la honestidad individual, como factor gravitante y posible en los funcionarios de gobierno; y por último, una revisión valiente de lo que se llama las funciones indelegables del Estado moderno. 


Funciones del Estado que son casi un dogma de fe para el liberalismo científico. Preguntémonos honradamente, por ejemplo: si los liberales soñamos legítimamente con un mundo sin fronteras, ¿por qué consideramos una función del Estado a la defensa nacional y no así a la educación pública? ¿Por qué habrían de ser más importantes un ejército, una armada y una fuerza aérea que escuelas sarmientinas en cada rincón del país, bien equipadas y con maestros bien pagos y jerarquizados por el Estado, sin negar, va de suyo, la enseñanza libre y privada? Coexistencia y competencia por la calidad educativa entre una escuela pública, gratuita, laica y obligatoria y una escuela privada, confesional o laica, para que la gente elija. ¿La libre elección no es también uno de nuestros principios liminares?

Dije educación obligatoria, y aquí se plantea otra cuestión. La locura de esta pasión por la pedantería libertaria ha llevado a algunos teóricos hasta a proclamar un supuesto "derecho a la ignorancia", según el cual un padre no tiene obligación de mandar a sus hijos a la escuela. ¿Estamos enloqueciendo los liberales, o sólo buscamos sorprender y espantar a nuestros conciudadanos menos sabios? 

Yo soy un liberal cristiano que cree que en un país moderno no debe haber un solo niño que no vaya obligatoriamente a la escuela, tampoco debe haber un solo habitante al que le falte un plato de sopa caliente todos los días y una cama seca donde dormir de noche. No importa si es un vago, un adicto, un discapacitado, un enfermo, un viejo desamparado o un niño sin hogar. Y no me vengan con la chicana de que para eso está la caridad privada, libre e individual, porque en dos mil años de esfuerzo, los cristianos no hemos alcanzado esa utopía, salvo casos excepcionales y admirables, y si quieren que les confiese mi superlativo escepticismo, creo que no la alcanzaremos en dos mil años más. De modo que si somos honestos no podemos prescindir de la asistencia estatal. ¿Que la burocracia es corrupta? En términos generales, sí. Pero hay muchas formas de asegurar cierta mínima asistencia humanitaria sin incurrir en las estructuras y formatos burocráticos conocidos. Y también creo mucho más probable que logremos formar funcionarios honorables antes que hombres caritativos y buenos samaritanos que lleven a los pobres y a los leprosos a comer a su casa.

El Estado moderno tiene que tener esas funciones altamente éticas con la plata de los contribuyentes mientras los mercado funcionan aceitadamente no con una inadulteración perfecta, lo que tampoco existirá jamás, sino con la máxima libertad racionalmente alcanzable, los impuestos mínimos optimamente administrados y las condiciones jurídicas y económicas estables e inteligentemente trazadas por una clase política superior, es decir, integrada por hombres ambiciosos y egoístas como han sido, son y serán siempre los políticos, pero con el agregado de una virtud que ahora les falta: suficiente sabiduría como para no dudar acerca de lo que hay que hacer si se quiere ser votado en un país culto que aspira a vivir en una república estable y genuinamente progresista.


Muchas veces me han dicho que un liberalismo cristiano como el que yo propongo es una fantástica utopía. Es posible. Sin embargo tengo esperanzas. Y si alguna vez me convenciera de que la doctrina liberal debe necesariamente ser despojada de todo sentimiento humanitario prevalente mediante el argumento hipócrita de que nadie pasará necesidades una vez que el mercado funcione sin interferencias ni limitaciones (cuando ni siquiera sabemos si esto es una verdad irrefutable) y que mientras tanto mis hermanos los pobres se jodan, en ese caso me apartaré del liberalismo y me dedicaré a rezar, porque será más fácil esperar que Dios arregle nuestros asuntos a que nosotros sepamos valernos de la inteligencia que nos dio.

En la Argentina el liberalismo ha retrocedido espantosamente en el plano político, aunque  ha avanzado mucho intelectualmente en los últimos años, y creo que nunca hubo como hoy tantos grupos de estudio, páginas de Internet  organizaciones, seminarios, universidades y mentes lúcidas individuales. Pero mientras hoy vemos asiduamente en la televisión y en la calle a grupos de ultraizquierda con personería política que hasta logran modestas representaciones parlamentarias, a partidos grandes y chicos que se proclaman progresistas, de centro derecha y centro de izquierda, el liberalismo ha desaparecido del escenario partidario absolutamente por completo. Desde la muerte del ingeniero Álvaro C. Alsogaray, que supo exponer con extraordinaria claridad el ideario de la libertad en su plano práctico y realista, se ha perdido la capacidad de plantear los principios liberales para que la gente los entienda sin alarmarse, sin aturdir a los pobres ciudadanos con teorías desubicadas como la de clausurar el Banco Central o proclamar el derecho a la ignorancia.

Y estoy angustiosamente convencido de que sin ideas liberales humanizadas y políticamente sólidas la Argentina no tiene salida. Porque pocos países en el mundo (tal vez por obra del peronismo, esa formidable empresa de demoliciones, como lo calificó acertadamente María Zaldívar) están tan despojados como lo estamos nosotros de la fe colectiva en la libertad y de la confianza individual en el propio esfuerzo y responsabilidad para salir de la pobreza y alcanzar la prosperidad. Nuestra orfandad de convicciones por una vida libre y digna, es espantosa.

Y no estoy proponiendo que deban existir en la Argentina ni en ningún otro lugar partidos proclamados liberales o libertarios, constituidos únicamente por liberales convencidos. Al contrario, mi idea es que los liberales deben militar dentro de los demás partidos democráticos y republicanos e influir intelectualmente desde la militancia partidaria sin descanso ni claudicación, porque si no, los partidos que se proclaman liberales terminan convertidos en grupúsculos de sectarios que se fragmentan como los trostsquistas, ante la menor divergencia de sus integrantes. Debe haber un debate constante tanto en la sociedad como en sus partidos políticos. Discutir sin miedo el grado de intervención estatal que estamos dispuestos a soportar y la tendencia libertaria por la cual avanzar, pero sin olvidarnos jamás de la persona humana y sus padecimientos. Karl Popper escribió: "Debiéramos sustituir el principio ideológico del mercado libre por este otro: el principio de limitar la libertad sólo allí donde sea necesario por motivos urgentes. Y aquí es donde en muchos casos no van a ponerse de acuerdo las diferentes opiniones acerca de dónde debe  trazarse el límite de lo necesario".  Hay que persuadir, pero también ceder, porque esa es la política. Y los pedantes que se queden en el laboratorio, en donde también son útiles por sus aportes intelectuales, pero sin perorar en las tribunas para las que no fueron hechos. Los que deberán aplicar sus teoría son los políticos, no los pensadores de gabinete. La tolerancia a la diversidad es, como dije arriba, otra materia que tendríamos que aprender antes de decir: "Si vos pensás así, no sos liberal".

Además, por mi experiencia personal, creo que un partido integrado únicamente por liberales terminaría inevitablemente siendo como un baile de ciegos, donde todos se abrazan y nadie se puede ver.

(Se permite su reproducción
Se ruega citar el sitio web del autor
www.enriquearenz.com.ar)

* * *
 

Para entender mejor este artículo, transcribo a continuación el último epílogo que incorporé a la edición de Internet de mi libro "Libertad: un sistema de fronteras móviles" donde aconsejo a mis lectores que no tomen demasiado en serio todo lo que he escrito:

"Consejo para los jóvenes: DUDAR HASTA DE LAS IDEAS LIBERALES

"En fin, amigo lector, creo que dije todo lo que me proponía decir. Ahora permítame que quizás contradiga mis propias palabras con el más importante consejo que un auténtico liberal puede darle a quién aspira a serlo: dude de todo, cuestione todo, analícelo racionalmente todo y al mismo tiempo esté abierto a todas las ideas, revise todos los pensamientos, escuche con respeto las ideas de los demás y sólo rechácelas cuando su razonamiento le indique claramente que son falsas. Un liberal no puede tener certezas últimas y definitivas, sencillamente porque la certeza absoluta es la muerte del intelecto. René Descartes afirmaba que podía y debía dudar de todo, excepto de que dudaba, porque sólo el pensamiento está en nuestro poder: “Pienso, luego existo”. Esta era su única certeza, tan firme y segura que, decía, ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran capaces de conmoverla. Esa fue para Descartes el primer principio de su filosofía. En El discurso del método, Descartes señala las cuatro condiciones del pensamiento que se autoimpuso:1) No aceptar nunca cosa alguna como verdadera que no conociese como tal con la más clara evidencia, es decir, evitar cuidadosamente la precipitación, y no admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda.2) Dividir cada una de los problemas que examinase en tantas partes como fuera posible.3) Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo un orden incluso entre los que no se preceden naturalmente.4) Hacer siempre enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que estuviese seguro de no omitir nada. Por lo tanto, amigo lector, no puedo sino aconsejarle: piense en las ideas liberales que acabo de exponer, pero no esté demasiado seguro de ellas. Yo creo que son las ideas más acabadas que ha logrado elaborar hasta hoy la humanidad en materia de política, de economía y de organización social, pero eso no impide que en el futuro puedan surgir otras maneras de ver las cosas. Tal vez ya existen pensadores que están en condiciones de demostrarnos con evidencia irrefutable que hay otra manera de organizar la sociedad que no sea sobre los principios de la libertad individual. Tendrán que sudar mucho para lograrlo, pero… ¿quién sabe? En síntesis: dude de todo, incluso de las ideas liberales". (2007)


martes, 2 de abril de 2013

La religiosidad del pueblo argentino

YA NO LO ESCONDEN 
TANTO A DIOS

Por Enrique Arenz

Si la ausencia de Dios produce un vacío terrible en la vida de los no creyentes, ¿qué habría que decir de aquellos que, creyendo, lo esconden a Dios por vergüenza?
 

Según datos estadísticos, el ochenta por ciento de los argentinos cree en Dios, aunque muchos de los bautizados no vayan casi a misa, algunos se hayan apartado de la Iglesia por distintas causas y otros no se sientan cómodos en ninguna religión. No es novedad, siempre se reconoció la religiosidad del pueblo argentino.

Pero debido a una persistente corriente intelectual de las últimas décadas, en la que universidades, científicos, filósofos, escritores e ideólogos del poder terrenal han ridiculizado sistemáticamente la fe y dado por cierto que el Universo se hizo solo, gracias a la unión azarosa de los elementos que lo componen en un orden perfecto curiosamente casual, la gente sencilla ha ido ocultando su religiosidad por pudor, para estar a la altura de la moderna  mundanidad.

Hasta que apareció Francisco parecía que nadie podía presumir de inteligente, de persona culta o de artista talentoso si no se era indiferente ante lo sobrenatural y despreciativo de cualquier expresión de fe religiosa. En Europa lograron que la palabra Dios no se mencionara ni una sola vez en la Constitución Europea, y aquí tuvimos un fuerte movimiento tendiente a suprimir los Crucifijos en los tribunales de Justicia y otros edificios públicos.

Por influencia de esta tendencia antirreligiosa (y en parte también por culpa de la Iglesia que no ha sabido rectificar sus errores más insostenibles) muchos se han ido apartando de Dios. Los varones han sido legión, las mujeres han resistido mejor. Es que la fe en ellas es afín a su natural sensibilidad, tanto que sorprende (y hasta llega a incomodar) encontrarse con una mujer que le dice a uno: "Soy atea, no creo en nada". Por otra parte el agnosticismo, la postura racional de los que "no saben", parece ser patrimonio predominantemente masculino. El agnóstico no toma posición ni a favor ni en contra de lo que ignora: considera que la Divinidad es inaccesible al entendimiento humano y trasciende a toda experiencia. Es una opinión respetable. Ahora bien, por mis observaciones y experiencia afirmaría que no hay casi mujeres agnósticas. Casi todas adscriben a alguna de las dos vertientes de la fe profunda: o creen en Dios (la mayoría), o niegan su existencia (muy pocas).

Cada cual tiene derecho a pensar como quiera, pero la falta de fe es objetivamente, psicológicamente, una gran desventaja para enfrentar la vida. Siempre he aconsejado (a veces con éxito) a mis amigos no creyentes que hagan el esfuerzo introspectivo de hablar con Dios. Les he dicho: pídanle ayuda si la necesitan, fortaleza para enfrentar la adversidad y discernimiento para saber cómo actuar ante una enfermedad, una amenaza, una gran depresión o una pérdida afectiva. El solo hecho de hablar con Dios, aunque no se tenga fe, logra efectos extraordinarios.
 

El célebre psiquiatra Carl Jung escribió: "Entre todos mis pacientes de más de treinta y cinco años no ha habido uno solo cuyo problema no fuera en última instancia el de hallar una perspectiva religiosa de la vida. Puedo decir que todos ellos se sentían enfermos porque habían perdido lo que las religiones han dado siempre a sus fieles, y que ninguno de ellos se curó realmente sin recobrar esa perspectiva religiosa".
 

Y otro famoso psiquiatra, el Dr. Abraham Arden Brill, estadounidense de origen austríaco, afirmó: "Todo aquel que es verdaderamente religioso no desarrolla una neurosis".
 

(Si, ya sé, vayan a contarle esto a los psicólogos y psiquiatras de nuestros días...)

Pero algo extraordinario ha ocurrido en esta Argentina llena de sorpresas, enigmas y contradicciones; la elección del cardenal argentino Jorge Bergoglio como el papa Francisco ha tenido la virtud de “sacar del clóset” la religiosidad oculta de mucha gente, incluyendo a insospechados famosos del espectáculo y la televisión.

En este domingo de Pascua las iglesias católicas de todo el país han rebalsado de fieles como nunca antes. La catedral porteña, la iglesia jesuita San Ignacio de Loyola, las humildes capillas de las villas donde Bergoglio celebraba misa casi secretamente, todos los templos del país, grandes y pequeños, se colmaron de fieles y nuevos visitantes. Me contaron que en la catedral de Mar del Plata, al terminar una de las misas matutinas del domingo de Pascua en la que comulgó el doble de la gente que lo hace habitualmente, los fieles que llenaban el templo de punta a punta irrumpieron en un fuerte aplauso, explosión de alegría absolutamente inédita.

Parecería que muchos de los que se avergonzaban de Dios o lo tenían relegado se sintieron de pronto orgullosos de ser católicos. En esto se percibe una tendencia colectiva a procurar parecerse en algo al papa argentino, aunque cabe la sospecha de que muchos ciudadanos hartos de este gobierno que lleva diez años de fracaso y prepotencia, han vivido la elección de Jorge Bergoglio como una suerte de revancha, una movilización semejante a la del 11 de noviembre. Puede haber una mezcla de ambas cosas. Lo cierto es que el papa Francisco ha sorprendido y conmovido a las personas de bien y ha contagiado su bonhomía a creyentes y no creyentes, católicos y de otras religiones.

Pero este fenómeno se ha dado en todo el mundo. En Estados Unidos los católicos que se habían alejado de la Iglesia decepcionados por la protección que recibieron sacerdotes abusadores, han regresado esperanzados en una tolerancia cero
que promete Francisco respecto de esos degenerados. “Hacía tiempo que no veíamos tanta gente en nuestro Vía Crucis”, comentó ante la prensa un emocionado sacerdote de la Iglesia Santa Cruz, en Maryland. Hay noticias similares de España, Italia y lugares tan lejanos como el Japón.

¿Aprenderemos los argentinos a emular los gestos ejemplares de este obispo de Roma que vino del fin del mundo para evangelizar y acariciar el alma de los que sufren? La humildad, la tolerancia, la capacidad de perdonar, de arrepentirse del dolor causado a otros, y el afán de servir a los que están debajo de nosotros son virtudes altamente valiosas para lograr una comunidad mejor, más solidaria y justa. Si asimilamos algo, aunque sea una pequeña partecita de esta deslumbrante conducta, la Argentina podría llegar a cambiar. Toda la humanidad puede cambiar, porque el Papa es la segunda personalidad más influyente del mundo.

Esperemos que al menos la sociedad argentina, dividida, enfrentada, llena de rencores y resentimientos, se reencuentre a sí misma bajo la bendición de Francisco y pueda reconciliarse.

¿Y los intelectuales, los profesores universitarios, los científicos que exploran el espacio sideral y se asoman a los abismos de las partículas subatómicas y no lo han visto a Dios, aunque lo han tenido siempre frente a sus narices? Esos que hablan de superchería, de supersticiones, del opio de los pueblos. Ahora se estarán enterando de lo que ignoraban: que éste es un pueblo mayoritariamente creyente y que fracasaron en su intento de derrotar a las religiones. Lo menos que esperaremos de ellos de aquí en adelante es que respeten a los argentinos no sólo en la pluralidad de sus pensamientos políticos sino también, y primordialmente, en la diversidad de sus creencias religiosas.

(Se permite su reproducción. Se ruega citar este blog)

lunes, 18 de marzo de 2013

Francisco no quiere "La Secta de los treinta" de Borges


LOS POBRES Y LA POBREZA
SEGÚN EL PAPA FRANCISCO

Por Enrique Arenz
  

L
os liberales católicos siempre nos encontramos frente al dilema que nos plantea nuestra Iglesia con respecto a la libertad económica.

Permítanme que, cansado de insistir acerca de la concordancia entre los Evangelios y el ideario liberal, haga una “traducción” de las palabras de nuestro querido papa Francisco.

Francisco ha dicho: “Quisiera una Iglesia pobre para pobres”.
Leído así parecería que quiso decir: “Quiero una Iglesia sin recursos, tan pobre que no pueda pagar ni los sueldos de sus empleados, ni ayudar a las misiones ni sostener las miles de escuelas, universidades e institutos de caridad que administra en todo el mundo, una iglesia miserable e insolvente que, por añadidura, no será para todos los hijos de Dios sino tan sólo para los muy, muy pobres”.

¿Ha querido decir esto Francisco? La descripción nos recuerda el cuento de Jorge Luis Borges La secta de los treinta (El libro de arena). Esta secta ordenaba a sus miembros vender lo que poseían y darlo a los pobres. Como todos acataban rigurosamente el mandato, los primeros beneficiarios lo daban a otros y estos a otros, hasta que todos andaban indigentes y desnudos.

Sabemos que éste no es el pensamiento ni de Francisco ni de ningún otro miembro de la Iglesia católica. Al contrario: una de las prioridades del nuevo papa será poner orden en las finanzas del Vaticano, terminar con la corrupción, los dispendios y los gastos suntuarios que han llevado al pequeño Estado al borde de la bancarrota.


Lo que Francisco quiso decir, y perdónenme que presuma de fiel exégeta del papa, es que sueña con una Iglesia austera para todos los cristianos del mundo, aunque su preferencia estará siempre del lado de los más pobres y desheredados. Lo cual, al menos me parece a mí, es una postura justa, ética e incuestionablemente cristiana.


¿Se expresó mal? No lo creo. La Iglesia nunca habla en términos de lógica política y menos de teorías económicas. Sus palabras tienen un exclusivo sentido moral y así deben ser siempre interpretadas.
Los liberales católicos estamos acostumbrados a que, con la excepción de algunas notables personalidades de la Iglesia, como el teólogo norteamericano Michael Novak y los Papas Pío XI y Juan Pablo II (este último con definiciones contradictorias), la Iglesia ha sido tradicionalmente antiliberal, antimercado y antiriqueza.

Esto se ha debido, creo yo, a que la ciencia económica no ha estado nunca entre las disciplinas que la Iglesia estudió a través de sus hombres más inteligentes. Han leído mucho a Marx, de eso no cabe duda, pero parecería que nada a Mises, a Hayek, a nuestro Alberdi.

Pero este no es el caso de Jorge Bergoglio
. ¿Por qué hago esta afirmación? Porque me consta que él, un apasionado lector y hombre siempre ansioso de conocimientos y nuevas perspectivas, leyó mucho sobre economía, se interiorizó acerca de las distintas corrientes del liberalismo y, lo más importante, conoce la teoría subjetiva del valor de la Escuela Austríaca. No sé si esas lecturas lo convencieron de la superioridad de tales teorías con relación al estatismo, al socialismo y al intervencionismo keynesiano (probablemente, no), pero como es un hombre intelectualmente brillante podemos alentar la ilusión, la esperanza, quizás un poco ingenua, de que no habrá de ser un papa antiliberal acérrimo.
Bergoglio no ignora que para superar la pobreza en el mundo es necesario crear riqueza y expandir las fronteras de las posibilidades económicas. (La borgeana secta de los treinta está lejos de su pensamiento). Y sabe que para crear riqueza debe haber personas ambiciosas (si fueran justos cristianos, mejor) que inviertan su dinero para ganar más dinero; sabe que los ricos tienen en sus manos el poder virtuoso de generar muchos empleos y abaratar los precios, y que para que arriesguen sus fortunas en la búsqueda de nuevos proyectos productivos necesitan algo más que la caridad cristiana: necesitan ambiciones, temple empresarial, relativa libertad económica, condiciones ventajosas y un clima de respeto por el derecho y la propiedad privada. Todo eso lo sabe Bergoglio mejor que cualquier economista, por lo tanto sería absurdo sospechar que desea una iglesia para un mundo de pobres sin esperanza, una secta que se extingue por su propio desprendimiento material como pereció la imaginada secta de Borges.

Que él predique austeridad y humildad, y que lo haga con admirable ejemplo personal, no quiere decir que deteste a los ricos. Lo que él detesta es la figuración, la ostentación, el lujo obsceno que ofende a los que no tienen ni un plato de comida para alimentar a sus hijos. Y esa prédica de sencillez y humildad nos viene bien a todos. No está mal que seamos un poco menos vanidosos, menos superfluos menos codiciosos de lujos innecesarios mientras en el mundo haya tanta desigualdad y tanta pobreza, pero eso no quiere decir que para la Iglesia sea un pecado ser rico o de clase media y que solo los pobres merecen el reino de los cielos.

Pero atención: predicar no quiere decir imponer. Cada cual es libre de elegir su vida. El papa nos da una lección, nos señala un camino, nos muestra un paradigma de conducta cristiana. Para nosotros los creyentes es una lección moral que nos recuerda las enseñanzas olvidadas del propio Jesús. Podemos aprovecharla para ser mejores o desecharla. Seguimos teniendo el libre albedrío que Dios le dio a cada uno de sus hijos.

Nota agregada el 14/6/14:  Hoy leí las declaraciones que hizo Francisco al diario español La Vanguardia. Me siento profundamente sorprendido y desencantado. El papa ha demostrado un desconocimiento abrumador de la ciencia Económica y ha llegado a denunciar que el sistema capitalista necesita de las guerras y de la limitación de la natalidad para sobrevivir. Además habló de la idolatría del dinero, lo cual es un mito insostenible, ya que. como sabemos los liberales, no existe ni existió nunca el homo oeconomicus.

Debo, por lo tanto, rectificar mi optimismo excesivo volcado en esta nota. Mi fuente de información sobre los supuestos conocimientos del papa de la Escuela Austríaca, es absolutamente confiable, aunque ahora compruebo que me ha vendido pescado podrido. Con todo, sigo creyendo que Francisco es un gran hombre, que el mundo tiene mucho que esperar de su influencia moral y su sentido ético de la vida con relación a la paz, la concordia, la tolerancia y la convivencia pacífica entre distintas ideologías políticas y creencias religiosas, en ese sentido siempre debemos apoyarlo. Pero cuando recemos por él, no olvidemos
pedirle a Dios que ilumine ese lado oscuro de su inteligencia.

Se permite su reproducción