LA HISTORIA DE PAPÁ NOEL Y EL PRIMER REGALO DE NAVIDAD
Del libro "Mágica Navidad" de Enrique Arenz
Papá Noel, el simpático personaje que
aman todos los niños del mundo y que según una antigua leyenda reparte regalos
en Navidad desde un trineo volador, fue un personaje real hace mil seiscientos
años. ¡Y fue quien hizo el primer regalo navideño de la historia!
Trescientos años después de Cristo, en la ciudad de Mira
(donde actualmente está Turquía), un anciano llamado Teófilo estaba
desesperado. En su juventud había sido un distinguido caballero que prestó
honoríficos servicios al Estado, pero por su honradez terminó olvidado y en la
mayor pobreza.
A causa de su situación no podía casar a ninguna de sus
tres hijas. Eran épocas en que ninguna mujer se casaba si su padre no disponía
de cierta cantidad de dinero para entregar como dote al futuro marido. Teófilo
sabía que a su muerte sus hijas quedarían desamparadas.
De estos avatares se enteró el obispo de la ciudad de
Mira, llamado Nicolás.
Nicolás era un obispo muy querido por su bondad y
humildad. Decidió ayudar a Teófilo, pero de manera anónima, de acuerdo con lo
que él siempre predicaba: “Las obras de caridad no deben darse a conocer”.
Al acercarse la Navidad, el obispo vio la ocasión ideal
para materializar su ayuda. En una de sus homilías, habló acerca de los
milagros de Navidad y recomendó a los fieles que oraran y pidieran ayuda a
Jesús. Teófilo y sus tres hijas, que estaban como siempre en la misa dominical,
cumplieron con la recomendación.
En la noche de la Navidad del año 317, el obispo Nicolás
se acercó sigilosamente a la vivienda del anciano y arrojó por una ventanita
una pequeña bolsa con monedas de oro.
Nicolás acababa de hacer el primer regalo de Navidad.
Teófilo y sus hijas no lo podían creer. Corrieron a ver
al obispo para anunciarle que se había producido el milagro de Navidad que habían pedido. Seis meses después, Teófilo
casó a su hija mayor.
Al año siguiente Teófilo y sus hijas oraron por otro
milagro de Navidad y Nicolás repitió su anónimo acto de caridad. El anciano
pudo casar a su segunda hija.
Teófilo estaba feliz e intrigado al mismo tiempo. Sabía
que se trataba de un milagro, pero, se preguntaba, ¿quién era el encargado de
realizarlo? ¿Acaso un mensajero celeste? Comentó el suceso con sus vecinos y
por ellos vino a enterarse de que otros hechos similares e igualmente
misteriosos habían beneficiado en Navidad a personas necesitadas.
El viejo hidalgo no se quedó tranquilo. Estaba convencido
de que en la próxima Navidad se repetiría el milagro en beneficio de su tercera
hija, y como era un hombre agradecido quería saber a quién debía expresar su
gratitud por tanta bondad. Cuando llegó la noche de Navidad se quedó espiando y
sorprendió al obispo de larga barba blanca que desmontó de su burro frente a su
casa, se acercó a la ventanita y arrojó la bolsita con las monedas de oro.
Teófilo, conmovido hasta las lágrimas, cayó de rodillas
ante su benefactor y besó sus manos.
―Venerable padre… ¡usted…!
─Me has descubierto, Teófilo ─dijo riendo el obispo
mientras ayudaba al anciano a ponerse de pie─. No digas nada. Prométeme que
guardarás el secreto.
─Pero venerable padre, ¿por qué? ─balbuceó Teófilo─ ¿Por
qué se desprende usted de su dinero para ayudarme?
El obispo sonrió, besó al anciano y le dijo simplemente:
─Porque hoy es Navidad.
Según cuanta la leyenda el secreto no pudo guardarse y
Nicolás dedicó el resto de su vida a llevar obsequios a los niños y a los
pobres cada día de Navidad.
El obispo falleció el 6 de diciembre del año 345, y sus
restos fueron sepultados en la ciudad de Mira. Pero cuando en 1087 esta ciudad
cayó en manos de los musulmanes, un grupo de cincuenta marineros italianos
devotos del santo a quien atribuían famosos milagros a favor de los náufragos y
marineros en peligro (de hecho San Nicolás es el santo patrono de los
navegantes), desembarcaron en Mira, tomaron por asalto la tumba de Nicolás y se
llevaron sus huesos al pueblo italiano de Bari, donde erigieron en su honor una
de las más bellas iglesias de la cristiandad. Desde entonces se lo conoce en el
santoral como San Nicolás de Bari. Se le atribuye haber hecho en vida y después
de muerto milagros portentosos, y se dice que tenía la facultad sobrenatural de
hacerse ver en varios lugares al mismo tiempo. Aunque mucho de esto es leyenda
no reconocida por la Iglesia Católica.
Si bien fue muy amado en su tiempo, lo curioso es que a
pesar de ser un santo secundario en la constelación de las grandes
personalidades de la Iglesia, su popularidad fue aumentando con los siglos.
Miles de templos en todo el mundo llevan su nombre. Solamente en Inglaterra hay
más de cuatrocientos.
Desde el siglo iv
la imagen de este santo quedó indisolublemente unida a la tradición navideña.
Las primeras leyendas sobre Nicolás vienen de Holanda. Lo muestran montado en
un burro o un caballo repartiendo regalos a los niños el día de San Nicolás de
Bari. Esta fecha se trasladó más tarde a la noche de Navidad.
La tradición Holandesa cruzó el Atlántico en 1621 y fue
llevada a la isla de Manhattan (Nueva York) por los primeros colonos
holandeses que se establecieron allí.
Ya entonces lo llamaban Sinterklaas, que en
neerlandés quiere decir “San Nicolás. La imagen que los colonos tenían del
“Santa” de esos días era la de un obispo adusto, serio, alto, delgado, anciano
y de larguísima barba blanca.
Fue un escritor neoyorquino, Washington Irving, quien, en 1809, desacralizó la
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El escritor neoyorquino Washington Irving |
figura solemne
de un obispo con su mitra y báculo pascual y describió a Santa Claus como un anciano de baja
estatura, más bien gordito y panzón, muy simpático y risueño, vestido de rojo,
y montado en un trineo tirado por ocho alces voladores.
En sus Historias de Nueva York, Irving traza la
imagen moderna de Papá Noel y hasta les pone nombre a cada uno de los alces. El
alce guía se llama Rodolfo. Hasta el día de hoy se filman películas donde es
protagonista alguno de los alces de Santa con el nombre que le dio este
escritor de prolífica imaginación.
Charles W. Jones, uno de los estudiosos más serios de la
vida del auténtico San Nicolás de Bari, escribió en octubre de 1954 en el
New York Historial Socity Quaterly Bulletin: “Sin Washington Irving no hubiera habido
Santa Claus. Santa Claus fue inventado por Washington Irving”.
La imagen definitiva de Santa
Claus la trazó el dibujante norteamericano Habdon Sundblom para la publicidad
de Coca Cola entre los años 1933 y 1966, época relativamente muy
reciente en comparación con el mito extendido por más de un milenio. De ahí
viene tal vez el prejuicio de considerar a Papá Noel como un
ícono comercial destinado a vender productos en el mundo capitalista.
Pero no es así. Papá Noel no fue una invención frívola
surgida de los gabinetes publicitarios de la sociedad de consumo. Él existió,
y encarnó por primera vez el espíritu de la Navidad apenas tres siglos después
del Nacimiento de Jesús.
San Nicolás de Bari fue el
primer cristiano que asoció la Navidad con el generoso gesto de dar a nuestros
semejantes. Se puede decir que este santo fue virtualmente el “inventor” del
regalo navideño. Por eso es comprensible y justo que la humanidad, a través de
los siglos, haya tejido en su honor esta bellísima, tierna e imperecedera
leyenda.