viernes, 2 de abril de 2021

Ambición, odio y mucha plata


Carlotto, igual 
que Bonafini, pero con buenos modales



Por Enrique Arenz

Estela de Carlotto supo hacerse una imagen de bondadosa abuela que busca a su nieto y a otros nietos desde 1977. Y hay que reconocerle que lo hizo incansablemente y logró encontrar a ciento treinta hijos de desaparecidos, incluyendo a su propio nieto.
Pero cuando acusó falsamente a Ernestina de Noble de apropiadora de sus hijos adoptivos, demostró, por su ensañamiento y perversidad, que es una persona violenta y vengativa, hasta el extremo de decir, cuando quedó demostrada la inocencia de la directora de "Clarín", "Lamentablemente no son hijos de desaparecidos". ¿Lamentablemente? En lugar de disculparse con Ernestina, a quien hizo arrestar por el juez Roberto Marquevich sin ninguna razón válida, lamentaba que la verdad biológica comprobada no fuera la que ella pretendía. Eso la delata como a un ser de espíritu malvado y violento. 
Ahora ha vuelto a hacer lo mismo: ha pedido la prisión de un ex presidente constitucional a quien acusa sin ninguna prueba de ser un delincuente. ¡Y afirma que eso ha quedado demostrado! Otra prueba de personalidad violenta, pero en este caso no contra una persona en particular, Mauricio Macri, sino contra el sistema republicano y democrático que esa persona ha representado y representa.
Y esa actitud reveladora de su ideologismo ciego la iguala en violencia a Hebe de Bonafini.

Yo siempre me la imaginé a Hebe joven, en su casa, con sus hijos chiquitos, maldiciendo todos los días en la mesa familiar a los patrones, a los burgueses, a los capitalistas, a los militares, a los norteamericanos, a la Iglesia; siempre con odio, siempre con prejuicio y con un resentimiento lacerante, quizás por su origen proletario, sus muchas carencias y una incapacidad cultural y psicológica para salir adelante con esfuerzo y ganas de luchar. 
No afirmo que haya sido así, es sólo que no puedo pensarla de otra manera. El veneno ideológico derivado de la tirria visceral, atraviesa las barreras defensivas de unos niños que lo reciben desde la cuna todos los días, a toda hora, en las discusiones y peleas de los padres, siempre por dinero, por las deudas que se acumulan, por el alquiler atrasado; en las explosiones de ira ante la perversidad de la sociedad burguesa, en las imprecaciones contra la política, las potencias imperialistas y contra mil enemigos que se benefician chupándoles la sangre a los pobres como ellos.
Yo me imagino las conversaciones en esa mesa familiar. Y me las imagino porque he conocido familias con esas características, con una prédica insistente, larga, reiterada, una letanía diaria contra lo que ellos llaman ciegamente “el sistema”. En ese sistema tan odiado medran todos aquellos que no han fracasados en la vida ni son perdedores crónicos, cipayos del imperialismo que antes nos robaba el petróleo y que ahora nos quiere quitar el agua. Cualquiera que logra salir adelante con esfuerzo personal pasa a ser un enemigo para estas mentes desquiciadas.
Los chicos son esponjas que absorben ávidamente todo lo que ven y escuchan en su mundo familiar. ¿Cómo no suponer que esos chicos se iban a criar necesariamente, inevitablemente, con deseos de vengar las desdichas de sus padres, causadas por la injusta sociedad capitalista?
Cuando estos chicos fueron grandes ya estaban maduros para tomar una decisión trascendental. Cabe dudar si Hebe los indujo, los estimuló, los alentó a la lucha revolucionaria, o por el contrario, intentó disuadirlos de ese peligroso camino. Porque no podía desconocer los peligros que los acechaban en esa ruta de la muerte. No lo sabemos. Hoy ella dice estar orgullosa de sus muchachos, y quiere reivindicarlos como revolucionarios. Nunca reconoció ―como sí lo han hecho algunos ex terroristas, hoy honestamente arrepentidos―, que tomaron un camino equivocado. Ella no condesciende con ninguna contrición, sólo los ha reivindicado como valerosos guerrilleros.
Pero de una persona que ha llegado al extremo inaudito de festejar el atentado a las Torres gemelas, de celebrar los crímenes de la ETA en España y de solidarizarse con las FARC y otros grupos terroristas; de una mujer que, abusando de la impunidad que le da su proximidad con la política de los Kirchner y el simbolismo innegablemente heroico de las Madres de Plaza de Mayo, insulta a los jueces de la Suprema Corte, los trata de “turros”, los acusa de recibir sobres y lanza la amenaza de tomar el Palacio de Justicia; de una mujer que adopta enfermizamente como hijos propios a dos parricidas repudiados por la sociedad, y que no conforme con eso los pone al frente de su Fundación para que manejen los fondos públicos que el gobierno de Kirchner le asignó a manos llenas; de una persona así es lícito, casi obligatorio, suponer que cuando sus hijos decidieron tomar las armas, ella les dijo: “Vayan a matar, muchachos, y estén dispuestos a morir por la revolución”.
No lo sabemos. Y nunca lo sabremos. Si ella lo reconociera
sería como culparse a sí misma por haberlos encaminado hacia la muerte. Y si lo negara, implicaría una contradicción con el orgullo que ella manifiesta por sus hijos revolucionarios. Si hasta ha dicho que debieran exhibirse en el Museo de la Memoria los fusiles FAL que aquellos empuñaron.
Sin embargo, hasta el escándalo de Sueños Compartidos, la señora Hebe, mal o bien, era un intocable símbolo de los derechos humanos. Aun con toda la carga negativa que implica su sed de venganza, su apología de la violencia y su solidaridad con el terrorismo mundial, al menos no se la podía acusar de corrupta. Pero cuando aceptó el dinero que le ofrecieron para desarrollar el proyecto de "Sueños compartidos" se le cayó ese último velo que la ponía en una suerte de altar moral.
Y esto es doloroso para todos los argentinos. Sencillamente Hebe cayó en las redes de Néstor Kirchner que hizo de las dádivas, los subsidios, los planes sociales y los retornos, los pilares fundacionales de su ilimitado poder. Hebe se dejó seducir por el expresidente que hizo de los derechos humanos, por los que jamás se había preocupado en su vida, el epicentro de su modelo político y de su voracidad personal, y después, se dejó corromper, pero no por algunos sobres, como tantos otros, sino por muchísimo dinero, más de mil millones. De lejos, el precio más alto que pagó Kirchner por una conciencia. Ese fue el precio de Hebe, y ya sabemos que Kirchner estaba convencido de que todos los seres humanos tenemos un precio. No es así, afortunadamente (a Raúl Castells, al Perro Santillán y a otros líderes sociales no los pudo comprar), pero acertó con muchos prohombres y gusanos que pasaron blandamente a ser peones de su ajedrez. Desde los que se borocotizaron por un plato de lentejas, hasta los que recibieron planes sociales; desde periodistas e intelectuales arrastrados a la “militancia”, comprados según la cotización de cada uno, hasta gobernadores e intendentes que se postraron por una obra pública o tan sólo para poder pagar los sueldos del personal. Todo, claro, con retorno, a veces del cincuenta por ciento. Dos pájaros de un tiro, porque, como le dijo Néstor una vez a su esposa: “para hacer política hace falta mucha plata”.
Eso pensaba yo de Hebe, y ahora veo que Estela de Carlotto es igual que ella, violenta, ambiciosa y llena de odio. Su hija presuntamente desaparecida (porque eso nunca quedó claro), Laura Estela Carlotto, alias "Rita", era una militante montonera que mató por la espalda de cinco balazos a un militante de la CNU, y participó en numerosos operativos de esa organización criminal.

En síntesis; ambas mujeres, Hebe y Carlotto, lucraron con la muerte de sus hijos: las dos se hicieron millonarias, sus organizaciones recibieron cuantiosos subsidios del Estado y de muchos países capitalistas, o sea, de países que integran sistema que ellas odian y contra el que pelearon sus hijos. La ambición y la codicia pudieron más que el dolor.

En la Divina Comedia, en el Canto 33º de El Infierno, Dante narra su encuentro, en el noveno círculo del Infierno, con el violento tirano Ugolino, de Pisa, que en 1289 había sido condenado a morir de hambre encerrado en la torre junto a sus cuatro hijos. Ugolino le cuenta a Dante su desventura: Desesperado, ve morir de hambre uno a uno a sus hijos, luego queda ciego. Durante tres días los llama, desconsolado, y tantea los cadáveres macilentos. La historia finaliza con este ambiguo, insinuante y terrible verso: "Poscia, piu che'l dolor, poté il digiuno" (“El hambre pudo más que el dolor”)



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