miércoles, 6 de octubre de 2021

EL DILEMA DE LOS LIBERALES ANTE LA REALIDAD POLÍTICA Y CULTURAL DE OCCIDENTE (Nota publicada en 2010)


HAY UN URSO QUE GOLPEA A UNA MUJER Y YO NO LE PUEDO SACAR EL GARROTE, ¿QUÉ HAGO?

Por Enrique Arenz


Días pasados estaba yo chateando con un joven e inteligentísimo amigo liberal con quien intercambié algunas opiniones sobre la crisis de las reservas y la destitución ilegal del presidente del Banco Central.

Los dos coincidimos en un punto crucial de nuestra doctrina: no debería existir el Banco Central.

Pero a partir de ahí se produjo un amable disenso. Yo le comenté que, mientras aquí y en todo el mundo libre prevaleciera la idea, errónea pero inconmovible, de que un banco central es indispensable, lo único que podíamos hacer, pensando la política como el arte de lo posible, era defender a muerte la independencia de esa institución.

Mi joven amigo sostuvo que no, que los liberales no podíamos aprobar ni aceptar la existencia de un banco central. Como yo pretendía no sacar los pies de la tierra para lo cual me avenía resignado a la realidad de la cultura dominante de académicos, políticos y economistas occidentales, él me comentó una imagen interesante. Me dijo: “Si uno ve que un hombre está golpeando a una mujer con un gran palo, lo que hay que hacer es quitarle el palo, no darle uno más chico”.

La metáfora es brillante, ingeniosa y convincente, pero oculta una falacia. La misma falacia en la que incurren los izquierdistas cuando comparan la libertad de mercado con la “libertad del zorro en el gallinero”.

Los liberales sabemos que la libertad del mercado jamás puede ser la libertad del zorro en un gallinero porque entre las bestias impera la competencia biológica, mientras que entre las personas libres hay competencia social. Los animales compiten para derrotar al otro, para comérselo o para quitarle la comida, el territorio y el harén. Las personas, en cambio, compiten entre sí para ofrecer un mejor servicio a los demás.

Pero vayamos al hombre del garrote. Si el hombre es un grandote musculoso que, además, está furioso y descontrolado, ¿cómo hago yo, pobre alfeñique, para quitarle el garrote? Supongamos que yo con chamullo amigable logro convencerlo de que deje el garrote y agarre un palo de escoba que yo mismo le ofrezco.

El tipo acepta y la emprende contra la mujer con el palo de escoba. Yo me llevo el garrote, llamo a la policía y mientras tanto yo sé que aunque la pobre mujer va a salir lastimada, al menos no le va a romper ningún hueso.

Ahora, si yo me pongo en ortodoxo y digo: “No le puedo sacar el garrote, lo siento mucho, no me meteré en líos, seguiré mi camino y predicaré por el mundo que jamás hay que pegarle a una mujer, ni con la mano ni con un palo chico ni con un garrote”, seguramente no le haré ningún favor a la víctima: terminará muerta o con graves fracturas.

Pues bien: la Reserva Federal de los Estados Unidos, el Banco Central de la Unión Europea y nuestro propio Banco Central (durante el gobierno de Menem), son, en manos de los respectivos gobiernos, un palo chico, porque esas instituciones tienen autonomía (relativa, pero autonomía al fin) y no “pueden ni deben” (relativamente, también) recibir instrucciones, sugerencias u órdenes del Poder Ejecutivo. Hacen daño pero no rompen huesos.

Cuando se dictó por ley la actual Carta Orgánica del Banco Central (durante el gobierno de Menem), le quitamos al gobierno el garrote y le dimos un palo chico con el que, ciertamente, nos siguió sacudiendo el lomo. Lo alarmante es que ahora se está por modificar esa ley y yo sospecho que muchos diputados y senadores de la oposición van a terminar devolviéndole el garrote al Poder Ejecutivo. ¿Entonces qué hacemos, nosotros los liberales, dejamos que el grandote se haga nuevamente dueño del garrote o intervenimos para que siga empuñando el palo chico?

Y estamos hablando del gobierno argentino, que quiso manotear las reservas pero no pudo porque el palo chico que empuñaba se le partió al segundo o tercer golpe, por lo cual el daño no fue ni parecido a los tiempos de la hiperinflación alfonsinista en que había absoluta discrecionalidad para emitir moneda y disponer de las pocas reservas que entonces había.

Nuestros legisladores, con muy escasas excepciones, no entienden nada de esto, no tienen la menor idea de lo que implica poner verdaderos límites al gobierno de turno en lo que respecta a las reservas y políticas monetarias. Nosotros, los liberales, los que pensamos que no debería haber un banco central, y que también creemos que no deben establecerse "metas de inflación" entre otros absurdos de esa cultura dominante, lo único que podemos hacer con ellos es persuadirlos de que golpeen con el palo chico. Y para eso tenemos que opinar y batallar dentro del cuadrilátero, sin salirnos de los límites que marcan las cuerdas de la realidad en la que estamos. Lo cual no impide seguir difundiendo que no solamente no debería haber un banco central, tampoco debería haber una moneda acuñada por el Estado, ni leyes antimonopolio, ni impuestos distorsivos y confiscatorios, ni barreras aduaneras que prohíban importar o exportar libremente, ni mercados de divisas que no sean libres e irrestrictos.

Muchas cosas no debería haber. Pero las hay, y forman parte de la realidad política y la mentalidad colectiva que debemos intentar modificar. Pero entre la teoría ascética y la acción, yo prefiero la acción, así sea en el barro. Prefiero participar dando por sentada esa realidad de pesadilla, tratar de que no empeore, contribuir a mejorarla y fertilizar simultáneamente el terreno cultural de las futuras generaciones donde germinen esas ideas.

Desde ya confieso que me cuesta mucho creer que la Reserva Federal y el Banco Central Europeo van a dejar de existir algún día. Me cuesta mucho, muchísimo. ¿A ustedes, no? Sin embargo no dejo de apasionarme por las ideas científicas que fundamentan esa soñada e hipotética abolición. Alguna vez en el futuro, en el lejano futuro para el cual trabajamos los liberales, la humanidad podrá verlo. Un futuro que, ciertamente, nosotros no vamos a ver.

DUDAR HASTA DE LAS IDEAS LIBERALES

Ahora permítaseme que contradiga mis propias ideas con el más importante consejo que un viejo liberal como yo puede darle a los jóvenes que aspiran a serlo: duden de todo, cuestionen todo, analícenlo racionalmente todo y al mismo tiempo estén abiertos a todas las ideas, revisen todos los pensamientos, escuchen con respeto las ideas de los demás y sólo rechácenlas cuando su razonamiento les indique claramente que son falsas. Hagan la prueba de la falsación a la que alude con insistencia Karl Popper. ¡Cuidado con las figuras dialécticas, con las metáforas encandiladoras!


Un liberal no puede tener certezas últimas y definitivas, sencillamente porque la certeza absoluta es la muerte del intelecto.

Nota del autor:
La Carta Orgánica del Banco Central fue reformada por Ley 26.739 el 28 de marzo de 2012, dos años después de publicarse este artículo. Al mismo tiempo, se reformó la ley de Convertibilidad 23.928. 


Se permite su reproducción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión es muy importante para mí.