Que los Estados Unidos y Gran
Bretaña se hayan aliado con el tirano Stalin para pelear contra Hitler, nos
parece hoy una decisión amarga, sobre todo si analizamos sus consecuencias posteriores
al tratado de Yalta. Pero en ese momento fue indispensable para derrotar a la Alemania
nazi. Churchill desconfiaba de Stalin, y Stalin se hizo rogar, hasta que los
alemanes invadieron territorio soviético. Entonces los tres se pusieron de
acuerdo y Roosevelt hasta ayudó a los soviéticos con gran cantidad de armamento.
En la guerra y en la
política siempre se opta por el mal menor.
En democracia, el mal
menor suele buscarse mediante lo que se llama «el voto útil».
Este concepto produce
rechazo moral. Lo entiendo porque yo lo combatí en los ochenta, en tiempos de la
UCeDé, cuando se exhortaba a votar por los radicales para vencer al peronismo. Por entonces
escribí varios artículos periodísticos en defensa del voto idealista, el voto a
conciencia, fiel a los principios de cada sufragante, pero nunca pude encontrar
argumentos serios para explicar cuál era la ventaja de votar por un partido que
de antemano sabíamos que no podía ganar.
Hoy reconozco que estaba
equivocado, y que si se trata de elegir entre dos grandes competidores: Drácula
y el Hombre lobo, no tiene sentido votar a Caperucita. Lo lógico es elegir
el mal menor, que en este caso es el Hombre lobo. Porque Drácula nos chupa la
sangre todos los días, y el otro, sólo es peligroso las noches de luna
llena.
Como en la guerra, la
política no tiene soluciones morales sino alternativas eficaces, prácticas, de
sentido común. Hay reglas para ambas, y que esas reglas sean respetadas es toda
la moral que podemos exigirles.
Si la Argentina no es
todavía Transilvania (la Venezuela de Maduro), es porque tres partidos
políticos republicanos (PRO, UCR y CC) tuvieron la lucidez de unirse a tiempo en
la alianza Cambiemos, una fuerza opositora lo suficientemente fuerte y
consolidada como para competir con el siempre poderoso peronismo.
Cambiemos fue en 2015 el voto
útil que le permitió a la mayoría quitarle el poder a Cristina Kirchner. Macri
gobernó cuatro años, no se le puede negar que fue un presidente con virtudes republicanas:
honesto, respetuoso de las instituciones y apegado a la ley, pero cometió
muchos errores como gobernante y como líder de su propia alianza. Es verdad que
las dos cámaras del Congreso estuvieron siempre con mayoría kirchnerista-peronista
dispuesta a la obstrucción sistemática, pero Macri no tomó decisiones enérgicas y claras en
materia económica y se dispararon la inflación y la pobreza. Tampoco supo
proponerle de entrada al pueblo argentino un plan integral de reforma
estructural y pedirle el apoyo que necesitaba para llevarlo adelante. En
resumen, fracasó y Cristina volvió al poder.
Pasaron dos años,
todo ha sido un desastre, pero el gobierno kirchnerista sigue culpando a la
herencia recibida de Macri, cuando en realidad es la misma herencia que doce
años de kirchnerismo le dejaron a Macri y que Macri, en cuatro años de
implacable asedio del sindicalismo, del club del helicóptero y de toneladas de
piedra contra el Congreso, no pudo o no supo liquidar.
Sin embargo, con la
consolidación de Cambiemos (ahora Juntos por el Cambio) la Argentina
recobró cierto equilibrio político: volvió a ser un país bipartidista con dos
grandes minorías cuyas bases electorales son en lo cuantitativo muy parecidas, y un electorado
independiente y apolítico que es el que rompe el equilibrio y define al ganador.
Pero también se
produjo aquí un fenómeno mundial preocupante: la irrupción de los grupos «antisistema»,
los que no quieren políticos ni instituciones ni leyes ni estado. Por ahora son minoritarios, casi tribus urbanas, pero podrían dejar de serlo. Algunos de estos antisistema son
atraídos por dirigentes libertarios histriónicos, o por pequeños partidos de
izquierda o de derecha nacionalista.
También los desencantados
de las dos grandes alianzas y muchos de la franja independiente terminan
renunciando al voto útil para apoyar a estos cuentapropistas, o bien deciden la
abstención o el voto en blanco.
Ahora estamos ante las elecciones parlamentarias de medio término.
Es la oportunidad de
quitarle al kirchnerismo la mayoría en las dos cámaras, operación fundamental si
queremos frenar los desorbitados planes judiciales y hasta de reforma
constitucional de Cristina y La Cámpora. Pero para lograr esta hazaña posible, lo
razonable, lo sensato, lo inteligente es que no se dispersen votos yendo a partidos
con pocas posibilidades de obtener una banca, y que una mayoría importante haga
ganar a la única fuerza opositora capaz de derrotar a Drácula. Con el Hombre
Lobo tenemos la oportunidad de debatir en libertad y sin miedo, decirle lo que
pensamos y hasta, quizás, convencerlo. Hay que estar atento a las fases de la luna,
claro. Se trata de un mal menor que nos infunde algunas esperanzas.
También hay que tener
en cuenta que el sistema D’Hondt asigna proporcionalmente más diputados
a las fuerzas que obtienen más votos, por lo cual es un desperdicio votar a un
pequeño partido con la esperanza de que sus primeros candidatos entren, cuando la suma de todos esos votos dispersos tendría un mayor
alcance práctico volcados a la fuerza opositora principal.
El partido gobernante,
Frente de Todos, se ha visto muy debilitado en los últimos meses por el
estallido de varios escándalos: el vacunatorio vip, la fiesta de Olivos, los
más de 112.000 muertos por covid, la cuarentena más larga del mundo que terminó
de arruinar nuestra economía, la obstinación en prohibir la presencialidad escolar,
el aumento de la pobreza y la inseguridad, y, sobre todo, haber obstruido por razones ideológicas el
ingreso de la vacuna Pfizer, disponible para nosotros desde diciembre del
año pasado, lo que habría salvado miles de vidas sacrificadas con un desdén imperdonable.
Pero a pesar de que casi todas las encuestas dan ganador a a Juntos por el Cambio, el Frente de Todos está casi alcanzando el empate. Es
decir, Drácula sigue fuerte, ganando voluntades con el plan "platita", con amenazas y con otros recursos similares. Y esta terrorífica realidad no parece preocuparles a los opositores solitarios. Ellos se preparan para captar el voto
de los antisistema, los independientes y los desencantados, y lo más deplorable,
no critican casi al kirchnerismo, hacen campaña hablando mal de
Larreta y de la oposición.
Y si uno les hace ver
que con esta actitud sólo logran beneficiar al oficialismo, se justifican con
el argumento mentiroso de que las dos grandes alianzas son la misma cosa.
Ya es tarde para pedir sensatez a estos candidatos solitarios que debieron bajarse o unirse a la coalición opositora para no poner en riesgo el gran proyecto de liberar a la Argentina de una vez para siempre del peronismo de las mil caras. Ahora sólo cabe hablarles a los votantes para que reflexionen en el momento de tomar la decisión trascendental de depositar su voto. ¿No les gusta Macri, no les gusta Larreta, no les gusta Santilli? No importa, piensen que con el hombre lobo podemos tomar un café, con Drácula tenemos que desabrocharnos el cuello de la camisa.
Nota para los porteños: No se olviden que el Hombre lobo va a tener de ladero al Bulldog, que es una garantía para los días nefastos de luna llena.
Muy meduloso.Mi reflexion seria mas larga qque su escrito.
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