miércoles, 6 de octubre de 2021

EL DILEMA DE LOS LIBERALES ANTE LA REALIDAD POLÍTICA Y CULTURAL DE OCCIDENTE (Nota publicada en 2010)


HAY UN URSO QUE GOLPEA A UNA MUJER Y YO NO LE PUEDO SACAR EL GARROTE, ¿QUÉ HAGO?

Por Enrique Arenz


Días pasados estaba yo chateando con un joven e inteligentísimo amigo liberal con quien intercambié algunas opiniones sobre la crisis de las reservas y la destitución ilegal del presidente del Banco Central.

Los dos coincidimos en un punto crucial de nuestra doctrina: no debería existir el Banco Central.

Pero a partir de ahí se produjo un amable disenso. Yo le comenté que, mientras aquí y en todo el mundo libre prevaleciera la idea, errónea pero inconmovible, de que un banco central es indispensable, lo único que podíamos hacer, pensando la política como el arte de lo posible, era defender a muerte la independencia de esa institución.

Mi joven amigo sostuvo que no, que los liberales no podíamos aprobar ni aceptar la existencia de un banco central. Como yo pretendía no sacar los pies de la tierra para lo cual me avenía resignado a la realidad de la cultura dominante de académicos, políticos y economistas occidentales, él me comentó una imagen interesante. Me dijo: “Si uno ve que un hombre está golpeando a una mujer con un gran palo, lo que hay que hacer es quitarle el palo, no darle uno más chico”.

La metáfora es brillante, ingeniosa y convincente, pero oculta una falacia. La misma falacia en la que incurren los izquierdistas cuando comparan la libertad de mercado con la “libertad del zorro en el gallinero”.

Los liberales sabemos que la libertad del mercado jamás puede ser la libertad del zorro en un gallinero porque entre las bestias impera la competencia biológica, mientras que entre las personas libres hay competencia social. Los animales compiten para derrotar al otro, para comérselo o para quitarle la comida, el territorio y el harén. Las personas, en cambio, compiten entre sí para ofrecer un mejor servicio a los demás.

Pero vayamos al hombre del garrote. Si el hombre es un grandote musculoso que, además, está furioso y descontrolado, ¿cómo hago yo, pobre alfeñique, para quitarle el garrote? Supongamos que yo con chamullo amigable logro convencerlo de que deje el garrote y agarre un palo de escoba que yo mismo le ofrezco.

El tipo acepta y la emprende contra la mujer con el palo de escoba. Yo me llevo el garrote, llamo a la policía y mientras tanto yo sé que aunque la pobre mujer va a salir lastimada, al menos no le va a romper ningún hueso.

Ahora, si yo me pongo en ortodoxo y digo: “No le puedo sacar el garrote, lo siento mucho, no me meteré en líos, seguiré mi camino y predicaré por el mundo que jamás hay que pegarle a una mujer, ni con la mano ni con un palo chico ni con un garrote”, seguramente no le haré ningún favor a la víctima: terminará muerta o con graves fracturas.

Pues bien: la Reserva Federal de los Estados Unidos, el Banco Central de la Unión Europea y nuestro propio Banco Central (durante el gobierno de Menem), son, en manos de los respectivos gobiernos, un palo chico, porque esas instituciones tienen autonomía (relativa, pero autonomía al fin) y no “pueden ni deben” (relativamente, también) recibir instrucciones, sugerencias u órdenes del Poder Ejecutivo. Hacen daño pero no rompen huesos.

Cuando se dictó por ley la actual Carta Orgánica del Banco Central (durante el gobierno de Menem), le quitamos al gobierno el garrote y le dimos un palo chico con el que, ciertamente, nos siguió sacudiendo el lomo. Lo alarmante es que ahora se está por modificar esa ley y yo sospecho que muchos diputados y senadores de la oposición van a terminar devolviéndole el garrote al Poder Ejecutivo. ¿Entonces qué hacemos, nosotros los liberales, dejamos que el grandote se haga nuevamente dueño del garrote o intervenimos para que siga empuñando el palo chico?

Y estamos hablando del gobierno argentino, que quiso manotear las reservas pero no pudo porque el palo chico que empuñaba se le partió al segundo o tercer golpe, por lo cual el daño no fue ni parecido a los tiempos de la hiperinflación alfonsinista en que había absoluta discrecionalidad para emitir moneda y disponer de las pocas reservas que entonces había.

Nuestros legisladores, con muy escasas excepciones, no entienden nada de esto, no tienen la menor idea de lo que implica poner verdaderos límites al gobierno de turno en lo que respecta a las reservas y políticas monetarias. Nosotros, los liberales, los que pensamos que no debería haber un banco central, y que también creemos que no deben establecerse "metas de inflación" entre otros absurdos de esa cultura dominante, lo único que podemos hacer con ellos es persuadirlos de que golpeen con el palo chico. Y para eso tenemos que opinar y batallar dentro del cuadrilátero, sin salirnos de los límites que marcan las cuerdas de la realidad en la que estamos. Lo cual no impide seguir difundiendo que no solamente no debería haber un banco central, tampoco debería haber una moneda acuñada por el Estado, ni leyes antimonopolio, ni impuestos distorsivos y confiscatorios, ni barreras aduaneras que prohíban importar o exportar libremente, ni mercados de divisas que no sean libres e irrestrictos.

Muchas cosas no debería haber. Pero las hay, y forman parte de la realidad política y la mentalidad colectiva que debemos intentar modificar. Pero entre la teoría ascética y la acción, yo prefiero la acción, así sea en el barro. Prefiero participar dando por sentada esa realidad de pesadilla, tratar de que no empeore, contribuir a mejorarla y fertilizar simultáneamente el terreno cultural de las futuras generaciones donde germinen esas ideas.

Desde ya confieso que me cuesta mucho creer que la Reserva Federal y el Banco Central Europeo van a dejar de existir algún día. Me cuesta mucho, muchísimo. ¿A ustedes, no? Sin embargo no dejo de apasionarme por las ideas científicas que fundamentan esa soñada e hipotética abolición. Alguna vez en el futuro, en el lejano futuro para el cual trabajamos los liberales, la humanidad podrá verlo. Un futuro que, ciertamente, nosotros no vamos a ver.

DUDAR HASTA DE LAS IDEAS LIBERALES

Ahora permítaseme que contradiga mis propias ideas con el más importante consejo que un viejo liberal como yo puede darle a los jóvenes que aspiran a serlo: duden de todo, cuestionen todo, analícenlo racionalmente todo y al mismo tiempo estén abiertos a todas las ideas, revisen todos los pensamientos, escuchen con respeto las ideas de los demás y sólo rechácenlas cuando su razonamiento les indique claramente que son falsas. Hagan la prueba de la falsación a la que alude con insistencia Karl Popper. ¡Cuidado con las figuras dialécticas, con las metáforas encandiladoras!


Un liberal no puede tener certezas últimas y definitivas, sencillamente porque la certeza absoluta es la muerte del intelecto.

Nota del autor:
La Carta Orgánica del Banco Central fue reformada por Ley 26.739 el 28 de marzo de 2012, dos años después de publicarse este artículo. Al mismo tiempo, se reformó la ley de Convertibilidad 23.928. 


Se permite su reproducción.

viernes, 10 de septiembre de 2021

¿Drácula o el Hombre lobo?

Que los Estados Unidos y Gran Bretaña se hayan aliado con el tirano Stalin para pelear contra Hitler, nos parece hoy una decisión amarga, sobre todo si analizamos sus consecuencias posteriores al tratado de Yalta. Pero en ese momento fue indispensable para derrotar a la Alemania nazi. Churchill desconfiaba de Stalin, y Stalin se hizo rogar, hasta que los alemanes invadieron territorio soviético. Entonces los tres se pusieron de acuerdo y Roosevelt hasta ayudó a los soviéticos con gran cantidad de armamento.

En la guerra y en la política siempre se opta por el mal menor.

En democracia, el mal menor suele buscarse mediante lo que se llama «el voto útil».

Este concepto produce rechazo moral. Lo entiendo porque yo lo combatí en los ochenta, en tiempos de la UCeDé, cuando se exhortaba a votar por los radicales para vencer al peronismo. Por entonces escribí varios artículos periodísticos en defensa del voto idealista, el voto a conciencia, fiel a los principios de cada sufragante, pero nunca pude encontrar argumentos serios para explicar cuál era la ventaja de votar por un partido que de antemano sabíamos que no podía ganar.

Hoy reconozco que estaba equivocado, y que si se trata de elegir entre dos grandes competidores: Drácula y el Hombre lobo, no tiene sentido votar a Caperucita. Lo lógico es elegir el mal menor, que en este caso es el Hombre lobo. Porque Drácula nos chupa la sangre todos los días, y el otro, sólo es peligroso las noches de luna llena.

Como en la guerra, la política no tiene soluciones morales sino alternativas eficaces, prácticas, de sentido común. Hay reglas para ambas, y que esas reglas sean respetadas es toda la moral que podemos exigirles.

Si la Argentina no es todavía Transilvania (la Venezuela de Maduro), es porque tres partidos políticos republicanos (PRO, UCR y CC) tuvieron la lucidez de unirse a tiempo en la alianza Cambiemos, una fuerza opositora lo suficientemente fuerte y consolidada como para competir con el siempre poderoso peronismo.

Cambiemos fue en 2015 el voto útil que le permitió a la mayoría quitarle el poder a Cristina Kirchner. Macri gobernó cuatro años, no se le puede negar que fue un presidente con virtudes republicanas: honesto, respetuoso de las instituciones y apegado a la ley, pero cometió muchos errores como gobernante y como líder de su propia alianza. Es verdad que las dos cámaras del Congreso estuvieron siempre con mayoría kirchnerista-peronista dispuesta a la obstrucción sistemática, pero Macri no tomó decisiones enérgicas y claras en materia económica y se dispararon la inflación y la pobreza. Tampoco supo proponerle de entrada al pueblo argentino un plan integral de reforma estructural y pedirle el apoyo que necesitaba para llevarlo adelante. En resumen, fracasó y Cristina volvió al poder.

Pasaron dos años, todo ha sido un desastre, pero el gobierno kirchnerista sigue culpando a la herencia recibida de Macri, cuando en realidad es la misma herencia que doce años de kirchnerismo le dejaron a Macri y que Macri, en cuatro años de implacable asedio del sindicalismo, del club del helicóptero y de toneladas de piedra contra el Congreso, no pudo o no supo liquidar.

Sin embargo, con la consolidación de Cambiemos (ahora Juntos por el Cambio) la Argentina recobró cierto equilibrio político: volvió a ser un país bipartidista con dos grandes minorías cuyas bases electorales son en lo cuantitativo muy parecidas, y un electorado independiente y apolítico que es el que rompe el equilibrio y define al ganador.

Pero también se produjo aquí un fenómeno mundial preocupante: la irrupción de los grupos «antisistema», los que no quieren políticos ni instituciones ni leyes ni estado. Por ahora son minoritarios, casi tribus urbanas, pero podrían dejar de serlo. Algunos de estos antisistema son atraídos por dirigentes libertarios histriónicos, o por pequeños partidos de izquierda o de derecha nacionalista.

También los desencantados de las dos grandes alianzas y muchos de la franja independiente terminan renunciando al voto útil para apoyar a estos cuentapropistas, o bien deciden la abstención o el voto en blanco.

Ahora estamos ante las elecciones parlamentarias de medio término.

Es la oportunidad de quitarle al kirchnerismo la mayoría en las dos cámaras, operación fundamental si queremos frenar los desorbitados planes judiciales y hasta de reforma constitucional de Cristina y La Cámpora. Pero para lograr esta hazaña posible, lo razonable, lo sensato, lo inteligente es que no se dispersen votos yendo a partidos con pocas posibilidades de obtener una banca, y que una mayoría importante haga ganar a la única fuerza opositora capaz de derrotar a Drácula. Con el Hombre Lobo tenemos la oportunidad de debatir en libertad y sin miedo, decirle lo que pensamos y hasta, quizás, convencerlo. Hay que estar atento a las fases de la luna, claro. Se trata de un mal menor que nos infunde algunas esperanzas.

También hay que tener en cuenta que el sistema D’Hondt asigna proporcionalmente más diputados a las fuerzas que obtienen más votos, por lo cual es un desperdicio votar a un pequeño partido con la esperanza de que sus primeros candidatos entren, cuando la suma de todos esos votos dispersos tendría un mayor alcance práctico volcados a la fuerza opositora principal.

El partido gobernante, Frente de Todos, se ha visto muy debilitado en los últimos meses por el estallido de varios escándalos: el vacunatorio vip, la fiesta de Olivos, los más de 112.000 muertos por covid, la cuarentena más larga del mundo que terminó de arruinar nuestra economía, la obstinación en prohibir la presencialidad escolar, el aumento de la pobreza y la inseguridad, y, sobre todo, haber obstruido por razones ideológicas el ingreso de la vacuna Pfizer, disponible para nosotros desde diciembre del año pasado, lo que habría salvado miles de vidas sacrificadas con un desdén imperdonable.

Pero a pesar de que casi todas las encuestas dan ganador a a Juntos por el Cambio, el Frente de Todos está casi alcanzando el empate. Es decir, Drácula sigue fuerte, ganando voluntades con el plan "platita", con amenazas y con otros recursos similares. Y esta terrorífica realidad no parece preocuparles a los opositores solitarios. Ellos se preparan para captar el voto de los antisistema, los independientes y los desencantados, y lo más deplorable, no critican casi al kirchnerismo, hacen campaña hablando mal de Larreta y de la oposición.

Y si uno les hace ver que con esta actitud sólo logran beneficiar al oficialismo, se justifican con el argumento mentiroso de que las dos grandes alianzas son la misma cosa.

Ya es tarde para pedir sensatez a estos candidatos solitarios que debieron bajarse o unirse a la coalición opositora para no poner en riesgo el gran proyecto de liberar a la Argentina de una vez para siempre del peronismo de las mil caras. Ahora sólo cabe hablarles a los votantes para que reflexionen en el momento de tomar la decisión trascendental de depositar su voto. ¿No les gusta Macri, no les gusta Larreta, no les gusta Santilli? No importa, piensen que con el hombre lobo podemos tomar un café, con Drácula tenemos que desabrocharnos el cuello de la camisa.


Nota para los porteños: No se olviden que el Hombre lobo va a tener de ladero al Bulldog, que es una garantía para los días nefastos de luna llena.

viernes, 9 de julio de 2021

DIOS SALVE A LOS EE.UU DE AMÉRICA


Cuando juró Biden, una periodista amiga escribió en Facebook que el nuevo presidente había nombrado varias veces en su discurso la palabra democracia, pero ni una sola vez la palabra libertad.

Yo quise opinar amablemente sobre ese post y escribí que para los norteamericanos, en particular los "demócratas", el concepto "libertad" está incluido en el término amplio y difuso de "democracia". Tan así es que los demócratas se autodenominan "liberales". Más liberales cuanto más de izquierda. (Por eso Leonard Read debió acuñar el término "Libertario", que muchos pretenden implantar aquí sin ninguna razón de ser).

Bien, parece que lo que escribí horrorizó a muchos templarios, lo que siempre me da pie para desarrollar mejor la idea en un artículo.

La democracia es un sistema de derecho político que establece la forma menos imperfecta de sacar a un gobierno y poner a otro sin que haya violencia. Con la democracia institucional se consagra mi "libertad" de elegir a mis representantes y administradores sin que un policía me lo impida, mientra que el sentido profundo del concepto "libertad" implica la limitación de lo que pueden hacer contra mis derechos aquellos a quienes yo elijo para que me sirvan.

¿Sabe algo de eso la mayoría de la humanidad? No, no lo sabe, y los norteamericanos no son la excepción, no entienden el concepto de la libertad como la doctrina de la limitación del poder, aunque tienen una herencia histórica liberal que cada tanto se los recuerda y los hace reaccionar saludablemente. Por eso sus instituciones son sólidas y los avances del estado sobre los individuos son más dificultosos y acotados que en otros países.

Es cierto que en los EE.UU exaltan mucho a la democracia y hablan poco de la libertad del individuo, porque los dos grandes partidos norteamericanos creen en el ideal socialista, uno, de izquierda y el otro, de derecha. Pero recuérdese que la mayoría del electorado estadounidense es independiente y se inclina por uno o por otro partido según su estado de ánimo y lo que intuya de los candidatos. Los demócratas tienden más al intervencionismo estatal que los republicanos. Y los republicanos propenden al autoritarismo de derecha, al nacionalismo, al proteccionismo, al racismo, a la intolerancia hacia la diversidad sexual, y, (eso lo sabemos ahora), hasta tienen recovecos tenebrosos con nostálgicos esclavistas, según lo hemos visto en las banderas de la Confederación enarboladas durante el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021. ¿Son minoría estos dementes? Sí, lo son, pero están ahí, siempre al acecho. En cambio el partido Libertario, fundado por Leonard Read hace más de sesenta años, nunca pasó de ser una minoría ilustrada electoralmente insignificante (1,18 % en la última elección presidencial). Nunca logró convencer a las mayorías. Es el problema del liberalismo en todo el ancho mundo. Se equivocan los liberales argentinos que se enamoran de los republicanos porque los creen defensores de la libertad. Allá también el electorado elige entre Drácula y el Hombre Lobo, pero las instituciones que han heredado de los Padres fundadores son tan sólidas, tienen cimientos históricos tan indestructibles que ni esos dos espantos de la política pueden dañar demasiado a los Estados Unidos de América.


RESULTADOS DE LAS ÚLTIMAS ELECCIONES PRESIDENCIALES DE EE.UU

Demócratas: 81.281.888 votos. 51,38 %
Republicanos: 74.223.251 votos. 41,91 %
LIBERTARIOS: 1.865.858 votos. 1,18 %



viernes, 7 de mayo de 2021

Reflexiones sobre liberales, libertarios y anarcocapitalistas

 

El 1º de mayo de 1945, el ministro de educación y propaganda nazi Joseph Goebbels y su esposa Magda se suicidaron en el asediado búnker de Berlín. Pero antes, la mujer mató con cianuro a sus seis hijos plácidamente dormidos. Con mucho sigilo para no despertarlos, les introdujo entre los dientes una cápsula de cianuro y apretó con suavidad sus mandíbulas para que la mordieran. Uno a uno los vio convulsionar y morir. De una cama pasó a la otra quitándoles la vida sin vacilar, convencida de estar haciéndoles un bien. ¡Seis veces hizo esto! Cuando vio a todos sus hijos muertos, mordió su propia cápsula. Se sabe que el matrimonio Goebbels amaba mucho a sus seis pequeños, y podemos imaginar que esas pobres criaturas se durmieron aquella noche confiadas en la protección de sus amorosos padres. (Seguir leyendo en el sitio del autor)







viernes, 2 de abril de 2021

Ambición, odio y mucha plata


Carlotto, igual 
que Bonafini, pero con buenos modales



Por Enrique Arenz

Estela de Carlotto supo hacerse una imagen de bondadosa abuela que busca a su nieto y a otros nietos desde 1977. Y hay que reconocerle que lo hizo incansablemente y logró encontrar a ciento treinta hijos de desaparecidos, incluyendo el suyo.
Pero cuando acusó falsamente a Ernestina de Noble de apropiadora de sus hijos adoptivos, demostró, por su ensañamiento y perversidad, que es una persona violenta y vengativa, hasta el extremo de decir, cuando quedó demostrada la inocencia de la directora de "Clarín", "Lamentablemente no son hijos de desaparecidos". ¿Lamentablemente? En lugar de disculparse con Ernestina, a quien hizo arrestar sin ninguna razón válida, lamentaba que la verdad biológica comprobada no fuera la que ella pretendía. Eso la delata como a un ser de espíritu malvado y violento. 
Ahora ha vuelto a hacer lo mismo: ha pedido la prisión de un ex presidente constitucional a quien acusa sin ninguna prueba de ser un delincuente. ¡Y afirma que eso ha quedado demostrado! Otra prueba de personalidad violenta, pero en este caso no contra una persona en particular, Mauricio Macri, sino contra el sistema republicano y democrático que esa persona ha representado y representa.
Y esa actitud reveladora de su ideologismo ciego la iguala en violencia a Hebe de Bonafini.

Yo siempre me la imaginé a Hebe joven, en su casa, con sus hijos chiquitos, maldiciendo todos los días en la mesa familiar a los patrones, a los burgueses, a los capitalistas, a los militares, a los norteamericanos, a la Iglesia; siempre con odio, siempre con prejuicio y con un resentimiento lacerante, quizás por su origen proletario, sus muchas carencias y una incapacidad cultural y psicológica para salir adelante con esfuerzo y ganas de luchar. 
No afirmo que haya sido así, es sólo que no puedo pensarla de otra manera. El veneno ideológico derivado de la tirria visceral, atraviesa las barreras defensivas de unos niños que lo reciben desde la cuna todos los días, a toda hora, en las discusiones y peleas de los padres, siempre por dinero, por las deudas que se acumulan, por el alquiler atrasado; en las explosiones de ira ante la perversidad de la sociedad burguesa, en las imprecaciones contra la política, las potencias imperialistas y contra mil enemigos que se benefician chupándoles la sangre a los pobres como ellos.
Yo me imagino las conversaciones en esa mesa familiar. Y me las imagino porque he conocido familias con esas características, con una prédica insistente, larga, reiterada, una letanía diaria contra lo que ellos llaman ciegamente “el sistema”. En ese sistema tan odiado medran todos aquellos que no han fracasados en la vida ni son perdedores crónicos, cipayos del imperialismo que antes nos robaba el petróleo y que ahora nos quiere quitar el agua. Cualquiera que logra salir adelante con esfuerzo personal pasa a ser un enemigo para estas mentes desquiciadas.
Los chicos son esponjas que absorben ávidamente todo lo que ven y escuchan en su mundo familiar. ¿Cómo no suponer que esos chicos se iban a criar necesariamente, inevitablemente, con deseos de vengar las desdichas de sus padres, causadas por la injusta sociedad capitalista?
Cuando estos chicos fueron grandes ya estaban maduros para tomar una decisión trascendental. Cabe dudar si Hebe los indujo, los estimuló, los alentó a la lucha revolucionaria, o por el contrario, intentó disuadirlos de ese peligroso camino. Porque no podía desconocer los peligros que los acechaban en esa ruta de la muerte. No lo sabemos. Hoy ella dice estar orgullosa de sus muchachos, y quiere reivindicarlos como revolucionarios. Nunca reconoció ―como sí lo han hecho algunos ex terroristas, hoy honestamente arrepentidos―, que tomaron un camino equivocado. Ella no condesciende con ninguna contrición, sólo los ha reivindicado como valerosos guerrilleros.
Pero de una persona que ha llegado al extremo inaudito de festejar el atentado a las Torres gemelas, de celebrar los crímenes de la ETA en España y de solidarizarse con las FARC y otros grupos terroristas; de una mujer que, abusando de la impunidad que le da su proximidad con la política de los Kirchner y el simbolismo innegablemente heroico de las Madres de Plaza de Mayo, insulta a los jueces de la Suprema Corte, los trata de “turros”, los acusa de recibir sobres y lanza la amenaza de tomar el Palacio de Justicia; de una mujer que adopta enfermizamente como hijos propios a dos parricidas repudiados por la sociedad, y que no conforme con eso los pone al frente de su Fundación para que manejen los fondos públicos que el gobierno de Kirchner le asignó a manos llenas; de una persona así es lícito, casi obligatorio, suponer que cuando sus hijos decidieron tomar las armas, ella les dijo: “Vayan a matar, muchachos, y estén dispuestos a morir por la revolución”.
No lo sabemos. Y nunca lo sabremos. Si ella lo reconociera
sería como culparse a sí misma por haberlos encaminado hacia la muerte. Y si lo negara, implicaría una contradicción con el orgullo que ella manifiesta por sus hijos revolucionarios. Si hasta ha dicho que debieran exhibirse en el Museo de la Memoria los fusiles FAL que aquellos empuñaron.
Sin embargo, hasta el escándalo de Sueños Compartidos, la señora Hebe, mal o bien, era un intocable símbolo de los derechos humanos. Aun con toda la carga negativa que implica su sed de venganza, su apología de la violencia y su solidaridad con el terrorismo mundial, al menos no se la podía acusar de corrupta. Pero cuando aceptó el dinero que le ofrecieron para desarrollar el proyecto de "Sueños compartidos" se le cayó ese último velo que la ponía en una suerte de altar moral.
Y esto es doloroso para todos los argentinos. Sencillamente Hebe cayó en las redes de Néstor Kirchner que hizo de las dádivas, los subsidios, los planes sociales y los retornos, los pilares fundacionales de su ilimitado poder. Hebe se dejó seducir por el expresidente que hizo de los derechos humanos, por los que jamás se había preocupado en su vida, el epicentro de su modelo político y de su voracidad personal, y después, se dejó corromper, pero no por algunos sobres, como tantos otros, sino por muchísimo dinero, más de mil millones. De lejos, el precio más alto que pagó Kirchner por una conciencia. Ese fue el precio de Hebe, y ya sabemos que Kirchner estaba convencido de que todos los seres humanos tenemos un precio. No es así, afortunadamente (a Raúl Castells, al Perro Santillán y a otros líderes sociales no los pudo comprar), pero acertó con muchos prohombres y gusanos que pasaron blandamente a ser peones de su ajedrez. Desde los que se borocotizaron por un plato de lentejas, hasta los que recibieron planes sociales; desde periodistas e intelectuales arrastrados a la “militancia”, comprados según la cotización de cada uno, hasta gobernadores e intendentes que se postraron por una obra pública o tan sólo para poder pagar los sueldos del personal. Todo, claro, con retorno, a veces del cincuenta por ciento. Dos pájaros de un tiro, porque, como le dijo Néstor una vez a su esposa: “para hacer política hace falta mucha plata”.
Eso pensaba yo de Hebe, y ahora veo que Estela de Carlotto es igual que ella, violenta, ambiciosa y llena de odio. Su hija presuntamente desaparecida (porque eso nunca quedó claro), Laura Estela Carlotto, alias "Rita", era una militante montonera que mató por la espalda de cinco balazos a un militante de la CNU, y participó en numerosos operativos de esa organización criminal.

En síntesis; ambas mujeres, Hebe y Carlotto, lucraron con la muerte de sus hijos: las dos son millonarias, sus organizaciones recibieron cuantiosos subsidios del Estado y de muchos países capitalistas, o sea, de países que integran sistema que ellas odian y contra el que pelearon sus hijos. La ambición y la codicia pudieron más que el dolor.

En la Divina Comedia, en el Canto 33º de El Infierno, Dante narra su encuentro, en el noveno círculo del Infierno, con el violento tirano Ugolino, de Pisa, que en 1289 había sido condenado a morir de hambre encerrado en la torre junto a sus cuatro hijos. Ugolino le cuenta a Dante su desventura: Desesperado, ve morir de hambre uno a uno a sus hijos, luego queda ciego. Durante tres días los llama, desconsolado, y tantea los cadáveres macilentos. La historia finaliza con este ambiguo, insinuante y terrible verso: "Poscia, piu che'l dolor, poté il digiuno" (“El hambre pudo más que el dolor”)



(Se permite su reproducción)