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viernes, 17 de marzo de 2023

Alsogaray el 24 de marzo de 1976


ALSOGARAY FUE EL ÚNICO POLÍTICO QUE SE OPUSO AL GOLPE DE ESTADO

Todos los años lo repito para esta época: Un solo político se opuso tenazmente al golpe del 24 de marzo de 1976: el ingeniero Álvaro C. Alsogaray quien en un comunicado público que lleva la fecha 18 de marzo expresó:

"Nada sería más contrario a los intereses del país que precipitar en estos momentos un golpe. Las fuerzas armadas supieron retirarse en mayo de 1973 de la escena política y no deberán volver a ella sino cuando esté realmente en peligro la supervivencia misma de la libertad. Constituyen la última reserva y no deben ser arriesgadas bajo estas condiciones. Entregaron el poder a los líderes políticos, incluyendo entre estos a los dirigentes sindicales y empresarios que actúan en función política, y fueron esos líderes quienes crearon el caos actual. Por lo tanto, son los únicos responsables, los verdaderos y exclusivos culpables de esta gran frustración argentina, y a ellos incumbe enfrentar las consecuencias y resolver, si pueden, el drama en que han sumido al país"

Fue la única voz que se oyó en medio de la impaciencia ciudadana para que el general Videla (que inicialmente se mostraba vacilante) tomara por fin la decisión de encabezar la rebelión militar. El líder de la oposición, Ricardo Balbín, desconcertado, había dicho por televisión que él no tenía soluciones. La gente hablaba en la calle y decía que había que sacar de una vez del poder a esa "pandilla de delincuentes", los diarios no opinaban, sólo informaban cautamente. Sólo La Tarde, creado por Jacobo Timerman y dirigido por su hijo Héctor, fogoneaba la intervención de las Fuerzas Armadas.

Hasta el Partido Comunista, unos días después del 24 de marzo, emitió un comunicado de apoyo a las nuevas autoridades de la Nación, expresando sus deseos de que pusieran orden, terminaran con el terrorismo y ordenaran las cuentas públicas.

Ernesto Sabato declaró poco después del golpe: "La inmensa mayoría de los argentinos rogaba por favor que la fuerzas armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos".

Alsogaray fue el único. Lo intentó por todos los medios, pero fracasó. Él tenía razón, tenían que funcionar las instituciones: "¿Por qué un golpe de Estado habría de liberar a los dirigentes políticos de su culpabilidad?", se preguntaba Alsogaray en su solitario pronunciamiento. "¿Por qué transformarlos en mártires incomprendidos de la democracia precisamente en momentos en que se verán obligados a proclamar su fracaso?"

Una de las ediciones de Clarín del 21 de marzo de 1976, en cuya tapa se muestran dos imágenes: la de Alsogaray, que se oponía al golpe, y la de Jacobo Timerman, que con su diario La Tarde, dirigido por su hijo Héctor, lo fogoneaba.

Y afirmaba su convicción con estas irrebatibles palabras: "Dentro de tres meses el país entero estará clamando que se vayan, pero no como perseguidos sino como culpables. No necesitamos un golpe de estado".

La tesis de Alsogaray era institucional y de gran sentido común: no había que dejarse arrastrar por el clamor civil que presionaba sobre las fuerzas armadas. Éstas debían permanecer unidas, bien cohesionadas y prescindentes mientras se desarrollaban los acontecimientos. Las instituciones de la República debían funcionar de acuerdo con las leyes. Había muchas opciones disponibles, incluyendo el traspaso del poder a la Corte Suprema. Y en última instancia, cuando los acontecimientos se hicieran incontrolables, allí estarían las Fuerzas Armadas, listas, preparadas para impedir el asalto al poder de grupos insurgentes o salir a restablecer el orden a requerimiento siempre de las autoridades legalmente constituidas.

En su libro Experiencias de cincuenta años..., Alsogaray cuenta lo ocurrido en esa época, y según su opinión no había posibilidad de desplazar a la presidente por la vía del juicio político. Asegura que lo único que podía esperarse era una descomposición total del sistema que provocara una reacción del pueblo argentino en las elecciones que debían convocarse para diciembre de 1976.  Alsogaray, a quien tan injustamente se ha querido involucrar en ese golpe, creía en la salida democrática. Había que votar, y que el pueblo pusiera las cosas en su lugar, harto de tanta demagogia, corrupción, desorden e impericia.

"Mi advertencia no tuvo ningún efecto", reconoce con tristeza el ingeniero. "El movimiento estaba ya lanzado y, como siempre ocurre en estos caso, era prácticamente imposible detenerlo. Por otra parte, el entusiasmo por el golpe de Estado en niveles elevados de la comunidad era un factor estimulante para la realización del mismo".

Si alguien podía hacer algo en ese momento para disuadir a los militares de lanzarse a esa peligrosa aventura, era Alsogaray, figura altamente respetada por los sectores castrenses. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, el golpe se hizo, es decir, Alsogaray no pudo concretar uno de sus objetivos más nobles, democráticos y lúcidos de su carrera política de medio siglo.

A cuarenta y siete años de aquellos sucesos, yo prefiero recordar el 24 de marzo de 1976 como el día en que Alsogaray fracasó en su intento por rescatar las instituciones republicanas y salvar la democracia. Recordar ese gesto tan lúcido es la mejor forma de honrar la memoria de ese talentoso hombre público que fue el ingeniero Álvaro C. Alsogaray.


Enrique Arenz

(Se permite su reproducción citando este blog) 


Otros artículos sobre Alsogaray (cliquear en los títulos)

 

viernes, 12 de marzo de 2010

ALSOGARAY: A CINCO AÑOS DE SU MUERTE, NADIE HA PODIDO REEMPLAZARLO


Por Enrique Arenz


En 1960 yo era un joven antiperonista sin ideas claras y con algunas ambiguas simpatías por el radicalismo y el socialismo democrático. Sentía un rechazo irracional por el presidente Frondizi y odiaba a su ministro de economía.  Un día, estando con unos amigos en una confitería, veo en la pantalla del televisor la figura inconfundible del ingeniero Alsogaray.  Iba a darle la espalda, como siempre, pero algo sucedió,  tal vez alguna palabra que atrajo mi atención. Me puse a escucharlo y me fui sintiendo extrañamente fascinado por conceptos jamás escuchados antes. Alsogaray estaba explicando cómo funciona un mercado libre, novedades sorprendentes para mí.  Me hice liberal a partir de aquella tarde.

Con el tiempo lo conocí y fuimos correligionarios y amigos. En abril de 2001, cuando él ya tenía ochenta y siete años y su salud comprometida, se tomó la molestia de ir hasta la Feria Internacional del Libro para saludarme, enterado de que yo firmaba ejemplares de uno de mis libros.  Fue para mí un momento mágico: ahí estaba el hombre que había iluminado mi ignorancia juvenil desde un casual programa televisivo; ahora, cuarenta años más tarde, me honraba con su presencia en la Feria del Libro. ¿Cómo no me voy a sentir orgulloso de su amistad? ¿Cómo no lo voy a defender de quienes hoy todavía lo atacan?

El 1 de abril se cumplen cinco años de su fallecimiento. Tenía 91 años y una admirable lucidez intelectual. Fue sin duda uno de los protagonistas de la política nacional de los últimos cincuenta años. Fundador de exitosas empresas industriales, pionero de la aeronavegación comercial, fue ministro de Industria durante el gobierno de la Revolución Libertadora, ministro de Economía de los presidentes Arturo Frondizi y José María Guido, embajador argentino en los Estados Unidos durante el gobierno militar de Juan Carlos Onganía, asesor del presidente Carlos Menem, fundador de tres partidos políticos, diputado nacional, a partir de 1983, durante cuatro períodos consecutivos, convencional constituyente en 1994 y, en dos ocasiones candidato a presidente de la República. 

Fue en sus comienzos una voz solitaria en la difusión de las ideas liberales, pero logró (aunque parcial y muy acotadamente) llevarlas a la práctica, primero, con el presidente Frondizi, y luego, mediante las privatizaciones y desregulaciones que aconsejó al presidente Menem a partir de 1989.

La opinión progresista de la Argentina se complacía en cargar las tintas con hechos anecdóticos, entre ellas la emisión de los famosos bonos “9 de Julio”. También se le enrostraron sus participaciones en  gobiernos militares, pero pocos recuerdan tres de sus definiciones políticas fundamentales:

1)   Fue uno de los pocos políticos que expresó públicamente su oposición al golpe militar de 1976.
 
2)   Fue el único político que condenó, por aventurera e irresponsable, la guerra de las Malvinas en pleno desembarco en las islas, lo cual le valió un juicio por traición a la patria.

3)   Como diputado nacional votó en contra de las leyes de “Punto Final” (1986) y de “Obediencia debida” (1987), convencido de que por ese camino jamás alcanzaríamos la reconciliación.

Pero hay otro hecho revelador de su independencia y de sus profundas convicciones liberales que muy pocos argentinos conocen: siendo embajador del general Onganía en los Estados Unidos, promovió, gestionó e hizo representar en Nueva York la ópera “Bomarzo”, de Manuel Mujica Lainez y Alberto Ginastera, obra que su jefe, el general Onganía, había censurado y prohibido en el teatro Colón de la Argentina. (Ver foto del encabezado: junto a Ginastera, Mujica Láinez y el vicepresidente Hubert Humphrey, en el estreno de Bomarzo en Nueva York)

Como candidato a presidente por la UceDé, llegó a obtener dos millones de votos, y como diputado nacional presidió un bloque que en su mejor momento reunió a once diputados liberales, muchos de los cuales, como Federico Clérici, Armando Ribas, Francisco Durañona y Vedia y Héctor Siracusano, entre otros, sobresalieron entre la mediocridad populista de entonces, con brillantes actuaciones parlamentarias.

Los que conocimos personalmente a Alsogaray y tuvimos el honor de ser condecorados con su amistad, sabemos hasta qué punto amaba la libertad humana y de qué manera inclaudicable se entregaba diariamente a su pasión por persuadir a la gente, a los militares y a los gobiernos civiles (porque él hablaba con todos y trataba pacientemente de convencerlos, fueran civiles o militares, intelectuales o políticos) de que la libertad económica era la condición de la prosperidad.

Recuerdo que hace cuatro largas décadas los pocos liberales de entonces nos sentíamos muy solos y angustiados por el destino incierto de nuestro país. Pero leíamos los artículos de Alsogaray en el diario La Prensa y recuperábamos el entusiasmo decaído. Era el faro que nos conducía en la oscuridad y nos sacaba del desaliento.

No ha llegado todavía el momento, pero el país (y también muchos liberales, que no lo quieren) le van a reconocer a Álvaro Alsogaray el enorme servicio intelectual que nos hizo a todos en su dilatada trayectoria pública. Se puede decir que gracias a él la Argentina recuperó el espíritu de Mayo y las ideas de Alberdi, eclipsadas durante tantos años por el autoritarismo, la demagogia y los mitos de las economías dirigidas.

La clase política le debe un desagravio. Cuando falleció, después de haber cumplido durante dieciséis años consecutivos una fecunda labor legislativa, la Cámara de Diputados le negó el discurso de despedida que se merecía. El 3 de abril de 2005 el bloque del ARI, y de otros partidos de izquierda se opusieron a que se pronunciaran discursos. El homenaje se limitó a entonces a un reglamentario minuto de silencio. Los  legisladores que se opusieron a los discursos hasta se retiraron del recinto para no participar del módico recordatorio.

Muchos liberales tuvimos diferencias doctrinarias con él. Su modelo era la Economía Social de Mercado, de Ludwig Erhard, Wilhem Röepke y Luigi Einaudi (entre otros) que propone la teoría de las “intervenciones conformes al mercado”, conceptos que ―aunque rescataron la economía de Europa de la pos guerra― provocaban y provocarán entre los liberales eternas discusiones y polémicas. Pero más allá de esas disidencias lo admirábamos por la habilidad con que llegaba a la gente común para persuadirla de los beneficios de la libertad económica.  Nadie, absolutamente nadie hasta hoy, ha enseñado los principios de la libertad con tanta solvencia, pasión y perseverancia. Ningún otro liberal fue jamás escuchado como él. Nadie consiguió despertar el interés de las personas sencillas, las que votan y no entienden nada de economía, como logró hacerlo Alsogaray.

Fue muy discutido y combatido dentro de la UCeDé aún por personas que alcanzaron gracias a él altos cargos y la notoriedad pública, pero ninguno de ellos, absolutamente ninguno, ha podido tomar su lugar, reemplazarlo en la imprescindible tarea de enseñarle y recordarle a la gente, entre otras cosas, cuáles son las causas de la inflación, por qué el excesivo gasto público desquicia las economías y cuáles son las ventajas que obtienen los trabajadores de la economía libre.  Han pasado cinco años desde su desaparición y nadie ha llenado ese vacío.

Lo único que sabemos, hoy por hoy, es que Alsogaray nos hace mucha falta.

(Se permite su reproducción citando este blog)