lunes, 8 de julio de 2024

MILEI ES ANARCOCAPITALISTA, AUNQUE PREFIERE LLAMARSE LIBERTARIO. ¿CÓMO SERÁ LA VIDA EN UN FUTURO MUNDO ANARCOCAPITALISTA?

 

CÓMO FUE ESCRITA ESTA HISTORIA AMBIENTADA EN UN MUNDO FUTURO ANARCOCAPITALISTA

 

El primer borrador lo escribí en 1990, después de leer las extrañas ideas del economista norteamericano Murray Rothbard. Este autor, un continuador marginal de la Escuela austríaca de economía, propone una forma inédita de organización social llamada anarcocapitalismo, donde toda autoridad estatal es abolida, los impuestos, derogados y la política, muerta y enterrada. En esta nueva sociedad, las personas cooperarán entre sí según las leyes siempre armónicas del mercado y resolverán sus conflictos ante una Justicia ejercida por agencias privadas en competencia.

Soy liberal, creo en la limitación del poder, en el libre comercio y en la reducción del estado hasta ocuparse sólo de proteger la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos. Pero de ahí a concebir una sociedad sin gobierno ni política hay, al menos para mí, un abismo insorteable.

Sin embargo, esa lectura tuvo la virtud de movilizar mi imaginación. Y mi imaginación se tiró de cabeza a navegar por todos los ríos, riachos y arroyuelos hipotéticos que fluyen laberínticos por ese fantástico mundo futuro. Descubrí entonces que aquella curiosa teoría era una fascinante fuente de inspiración para la ficción literaria.

Lo primero que pensé fue que si esa transformación se realizaba alguna vez en este mundo tan necesitado hoy de autoridad y tutelaje, debía de ser forzosamente en un futuro muy pero muy lejano. Por lo menos de mil años por delante. Y también me pasó por la cabeza que en una sociedad así no quedarían vestigios de los prejuicios represivos que, en pleno siglo xxi, siguen flagelando a nuestra naturaleza tan ávida de placeres físicos y espirituales.

En ese futuro libertario, la sexualidad, maravilloso regalo que nos hizo Dios —y en cuyo nombre, paradójicamente, los guardianes de la virtud nos lo han querido quitar, retacear o diluir en un enjabonado cerebral milenario—, habrá quedado, por fin, libre de retraimientos, miedos y prohibiciones.

Fue así como nació aquel primer borrador.

Pero lo abandoné después de muchos meses de trabajo. Supuse que en ese momento (acababa de caer el Muro de Berlín), los lectores no entenderían ese anarcocapitalismo desconocido, y tampoco soportarían, sin fuerte rechazo, ciertas escenas de sexo grupal que yo imaginé como práctica normal para el cuarto milenio: matrimonios entre tres, cuatro y más personas, a veces con algún componente de la ahora llamada «diversidad».

Decidí entonces abandonar ese mamotreto que ya superaba las trescientas páginas escritas en una Olivetti, y lo guardé en un sucucho donde se acumulaban carpetas inservibles y diarios viejos.

Cuando treinta años después, en 2020, la cuarentena por el Covid nos mantuvo a todos los argentinos encerrados, yo aproveché el tiempo muerto para hacer una buena limpieza en ese recoveco atestado de inutilidades. Una olvidada caja de cartón contenía el borrador de esa novela.

Cuando me puse a releerla, me sorprendí de lo que había escrito hacía tres décadas. Es que en el 2020 ya se había comenzado a hablar en la Argentina del anarcocapitalismo porque un nuevo líder político, carismático y muy disruptivo (que logró ser electo presidente en la reciente segunda vuelta), se declaraba partidario de las ideas libertarias de Murray Rothbard, y aunque después, por razones de sentido común y oportunidad política, dejó de mencionar ese proyecto indigerible, ya muchos jóvenes, hartos de los políticos y de sus fracasos catastróficos, se entusiasmaron con tales ideas, aunque sin pensar demasiado en su significado.

Por otra parte, la historia que yo había imaginado para ese mundo futuro y el enfoque psicológico de sus personajes, me parecieron interesantes. En cuanto a las escenas sicalípticas en las que hasta me permití describir la técnica del sexo tántrico (casi desconocida en 1990), a la que le agregué el adjetivo «dinámico» para crear una variante nueva desarrollada en ese imaginario futuro, no me parecieron más impúdicas y atrevidas que las que he leído en novelas escritas en la actualidad por colegas mujeres.

Entonces decidí tipear en mi computadora esas trescientas hojas y comenzar el lento proceso de reescritura y corrección, lo que me llevó casi dos años de trabajo.

En síntesis: esta novela fue comenzada por un hombre todavía joven, y terminada por un, digámoslo con elegancia, escritor «maduro»; con dominio de su oficio, y (eso es obvio) muy buena memoria.

 

Enrique Arenz
Mar del Plata, 15 de diciembre de 2023

 

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