sábado, 28 de mayo de 2016
martes, 19 de enero de 2016
MENEM: ¿QUÉ OPINABA LA GENTE EN 1998?
OTRO CAPÍTULO DE MI NOVELA
LAS MANDRÁGORAS HAN
DADO OLOR
Las mandrágoras han dado olor
Novela de la era menemista
LAS MANDRÁGORAS HAN
DADO OLOR
La Novela LAS MANDRÁGOTRAS HAN DADO OLOR fue escrita en 1998 y en ella se narran los episodios políticos de ese año en particular. En este capítulo dos de los personajes, un docente y su abogado, dialogan sobre política y expresan diferentes puntos de vista sobre el menemismo. La discusión posiblemente resulte de interés para los lectores interesados en recordar cómo se pensaba políticamente en el final de la segunda presidencia de Menem, ya que este diálogo fue tomado de la realidad de ese tiempo, a pesar de alguna perdonable subjetividad del autor.
Capítulo 20º
Don Raimundo declara ante el juez
Griselda no lo volvió a llamar.
Afligido, Raimundo intentó comunicarse con ella pero nadie contentaba el
teléfono del domicilio de la profesora, y su celular se hallaba desconectado. El
jueves lo citó su abogado y le dijo que el fiscal le recibiría declaración el
lunes siguiente a las ocho de la mañana. Lo tranquilizó haciéndole saber que no
había notado ni en la Fiscalía ni en el Juzgado la intención de perjudicarlo procesalmente,
ni a él, como principal denunciado, ni a las dos profesoras. El letrado había
observado con gran desconcierto que la Fiscalía apuntaba más al obispo que a
ellos. Ignoraba el motivo, ya que monseñor Anteres Melitano era absolutamente
ajeno a los hechos denunciados.
A
los dos les llamó la atención que esa postura del juzgado coincidiera con los
medios de comunicación. A partir del jueves los diarios y la televisión se
ensañaron con el obispo a quien no sólo se lo procesaba sino que la Santa Sede
—ahora estaba confirmado—, había
dispuesto su relevo como titular de la diócesis de Mar del Plata y lo había
designado simbólicamente al frente de una diócesis inexistente. A don Raimundo
no volvieron a nombrarlo, y cuando se hablaba del caso de corrupción en los
colegios oranitas, se mencionaba únicamente al obispo Melitano.
Esto trajo alivio a don Raimundo. Las unidades móviles abandonaron la guardia en su hotel y se instalaron en el Pasaje Catedral a la caza del obispo. Ahora hurgaban también en la conducta presuntamente homosexual de algunos sacerdotes muy allegados al obispado. Se animó entonces a salir a caminar un poco, pero molesto porque la gente lo reconocía y se volvía para mirarlo, regresó enseguida a encerrarse nuevamente en su habitación.
El sábado y el domingo devoró los diarios y comprobó con satisfacción que el caso de corrupción en Mar del Plata casi ni se mencionaba. La atención pública estaba ahora concentrada en la posible ruptura de relaciones diplomáticas con Irán al comprobarse la participación de esa nación islámica en los atentados contra la Embajada de Israel, ocurrido en 1992 y
contra la AMIA en 1994.
También se hablaba del pedido de captura librado contra Alfredo Yabrán, el poderoso empresario telepostal sospechoso de haber ordenado el asesinato del fotógrafo de la revista Noticias José Luis Cabezas.
Durante
esos dos días Raimundo se dedicó a leer, habló telefónicamente con sus hijos y
se comunicó con un par de amigos de Buenos Aires. Por supuesto intentó mil
veces localizar a Griselda. Pero fracasó.
El lunes, acompañado por el doctor Gotieri, se presentó en Tribunales. Mientras esperaban la audiencia el abogado le explicó a don Raimundo que de acuerdo con el artículo 125º del Código Penal, corruptor es aquel que para satisfacer deseos propios o ajenos, o con ánimo de lucro, promoviere o facilitare la prostitución o corrupción de menores de edad. Si las víctimas tienen más de doce años, la pena es de tres a diez años.
El juez Romualdo Sanhedre prodigó al imputado un trato respetuoso y muy considerado. Raimundo explicó su verdad con fluidez y elocuencia, contestó todas las preguntas que se le hicieron y se defendió de los cargos que se habían presentado contra él. Se declaró único responsable por la iniciativa pedagógica generadora de la denuncia, y se esforzó por desvincular de los hechos tanto a la Orden como a las dos profesoras de Santa Anacleta. Sobre la responsabilidad del obispo fue más bien ambiguo, ya que no podía reconocer que se le había ordenado que no lo informara. Le llamó la atención que el fiscal no insistiera mucho en averiguar si él, concretamente, había solicitado o no la autorización pastoral. Terminada la audiencia, le hicieron firmar el acta y le comunicaron que en diez días el juez determinaría su situación procesal. Sin que él lo preguntara, le dijeron que estaba autorizado a dejar la ciudad e incluso el país, con la obligación de informar al juzgado su paradero.
Cuando salieron de Tribunales el abogado invitó a su defendido a tomar un café en un bar de las inmediaciones. El doctor Gotieri estaba muy extrañado por la forma superficial en que se había desarrollado esa audiencia.
—Tengo mucha experiencia en indagatorias —dijo perplejo mientras ponía edulcorante en su café—; nunca vi una actuación judicial tan poco sagaz, tan... banal, insustancial. Vea, esteee...como se llama... me alegro por usted porque es evidente que no lo quieren joder mucho, pero esto me huele mal. Aquí hay algo sucio. No sé que es...
—¿Pudo averiguar por lo menos quiénes me denunciaron?
—No, los denunciantes están bajo reserva de identidad. No sé por qué...
—Quisiera saber quiénes son para hablar con ellos.
—Es imposible. Yo lo intenté y reboté en todos lados, en fin...
—Bueno, doctor, ¿creé que las citarán a las chicas?—Después de lo que usted declaró, me da la impresión de que no. Cómo se llama... parecería que al único que quieren cagar es al obispo. No sé qué es lo que pasa, pero esto se asemeja a una sucia operación política para neutralizar a un obispo que se ha destacado por ser un severo crítico del gobierno. Si esto es así, lo lograron. Ya no es más el obispo de Mar del Plata. Pero como la decisión del Papa es provisional y hasta que se aclare su situación judicial, lo van a tener agarrado de las bolas el mayor tiempo posible.
Don Raimundo se quedó pensativo y con una sensación de angustioso presentimiento. Si aquello era una operación política y de prensa para voltear a un obispo opositor al gobierno, ¿qué papel había jugado él en todo ese cochino proceso?
—Qué cosas sucias que se hacen en este gobierno —comentó Raimundo con amargura—; derrotaron la inflación, estabilizaron la economía, pero... ¿por qué actúan así? ¡Cuánta iniquidad!
—Mire —le dijo el doctor Gotieri— yo soy un independiente, tirando a liberal, de origen conservador, ¿vio?, no puedo menos que apoyar a este gobierno por todo lo bueno que hizo en materia económica. Porque hizo cosas buenas, eh, no lo podemos negar. No sé... bastaría la urbanización de Puerto Madero, o la abolición del Servicio Militar obligatorio, o la resolución de todos los conflictos fronterizos con Chile, ¡o la derogación de la figura penal del desacato!, para quedar en la historia... pero hizo mucho más que eso. Pero al mismo tiempo soy católico y un hombre con sensibilidad social, y por eso tuve que alejarme de la militancia. Le digo algo: los políticos liberales son personas muy capaces, muy cultas y brillantes funcionarios en el gobierno. Pero ¡qué hijos de puta que son! Dejando aparte a don Álvaro, ¿no?, que para mí es un prócer. No hay político más insensible, frío, egoísta, desalmado y deshumanizado que un liberal con apetencias de poder. Ojo, que yo los voto a ojos cerrados... cómo se llama..., porque sé que nadie como ellos me va a cuidar el bolsillo y la estabilidad de la moneda. Pero no quiero ser amigo de ninguno de ellos. Salvo excepciones, claro.
—No puedo opinar sobre eso —dijo don Raimundo— porque yo jamás me he metido en política. Creo que los políticos en general son una raza bastante peculiar, por decirlo suavemente.
—Sí, pero vea la diferencia. Por ejemplo, los peronistas son propensos a la relatividad moral, a la coima y al afano, pero tienen una auténtica sensibilidad social. Eso no se les puede negar. Se preocupan sinceramente por el sufrimiento de los más necesitados. Claro, no hacen gran cosa por ellos, esteee... cómo se llama, porque son torpes y rapiñeros, cómo se llama..., pero son auténticos cuando proclaman su amor por los pobres. Y eso los pobres lo saben; por eso se da hoy la paradoja que los marginados y los desempleados de ahora, no votan contra el Justicialismo. Los radicales, en cambio, son bastante decentes, por lo menos no tan ladrones como los peronistas, pero hipócritas. Ah, eso sí, hipócritas como la madre que los parió. Sólo les interesa el poder y se cagan en los pobres, aunque quieran aparecer como políticos de sensibilidad social y hasta se convencen a sí mismos de que lo son. De economía no saben ni medio, aunque ahora parecería que están aprendiendo algo. ¿Y los comunistas? Ahí tiene, ¿ve?, esteee... cómo se llama, si los activistas de extrema izquierda, incluyendo a los comunistas y a esas rarezas antediluvianas que son los trotskistas y maoístas, llegan a tomar el poder, ¡mamita querida!, nos impondrían la más feroz de las dictaduras, ¡qué derechos humanos ni que mierda!; y como no saben nada de economía fracasan y cagan de hambre a todo el mundo. Pero en el llano son la gente más pura y bondadosa que uno pueda imaginar. ¡Qué buenos compañeros que son, qué solidarios y desinteresados! Son quizás la mejor gente de la política. Pero claro, en el llano, ojo. Que Dios nos guarde de un gobierno con estos puros.
—Tal vez haya matices. En todas las militancias debe de haber de todo.
—Sí, claro, pero en general, con una mirada en perspectiva, usted visualiza las cualidades y los defectos sobresalientes de cada grupo ideológico. En resumen: para amigos me quedo con los comunistas; para gobernantes elijo a los liberales, pero no quiero ni verlos cerca.
—Pero ahí tiene, este gobierno es una rara mezcla de justicialistas y liberales.
—Así es, por eso podemos esperar lo peor en materia de bajezas políticas, como la que parece que le están haciendo al pobre obispo.
—Es que a pesar de los aciertos en materia de estabilidad y crecimiento que usted bien señala, la gente pobre está sufriendo mucho —comentó don Raimundo—, lo de la exclusión social no es un invento de la oposición, y la Iglesia tiene el deber moral de denunciar estas injusticias...
—¡Pero algunos obispos exageran, profesor, exageran! Mire, esteee... cómo se llama, una empleada de Tribunales me comentaba días pasados las penurias que había pasado durante la hiperinflación de 1989: “Anduve meses con la nariz tapada, no podía comprarme ni un Dazolín”, me dijo indignada ante las críticas irresponsables que hacen hoy la oposición y algunos obispos. Y es así, esteee... cómo se llama... con la estabilidad los que tienen un empleo están muchísimo mejor. Pero claro, el que está desempleado o el que vive de una jubilación mínima la están pasando muy mal. Un economista amigo me dijo que la economía argentina actual es como una sábana corta: “Si te tapás la cabeza no te podés tapar los pies. Entonces lo que hay que hacer es ir agrandando la sábana, hebra por hebra, hasta que cubra a toda la sociedad. Esto es lo que se llama acumulación de capital, un proceso penosamente lento”. Y la Iglesia, en lugar de entender esto y colaborar, se emputece con la parte negativa de la historia, lo cual, claro, no justifica que haya que silenciar a curas y obispos críticos por muy equivocados que estén.
—Sobre eso del capital tengo mis dudas. Desde el 96 que no se está invirtiendo nada en el país. Nadie trae un dólar a la Argentina para invertirlo productivamente. Todo lo que entra al país es capital financiero, más deuda. ¡Estamos viviendo de prestado y es nada más que para mantener el gasto público! ¿Hasta cuándo nos van a prestar dinero para que lo malgastemos? Además dicen, no sé si será cierto, que así como entra dinero prestado, los grandes ahorristas argentinos llevan sus dólares al Uruguay y a las islas Caimán.
—Vea, este...como se llama, estoy convencido de que la crisis económica comenzó en 1997, cuando Graciela Fernández Mijide le ganó la elección de la provincia de Buenos Aires a Hilda Chiche Duhalde. ¿Se acuerda? Ya entonces los Duhalde estaban enemistados con Menem.
—¡Lo estaban desde el Pacto de Olivos en 1993! —recordó Raimundo.
—¡Claro, hombre, si con ese pacto Menem y Alfonsín le birlaron al cabezón la candidatura presidencial que le habían prometido para 1995! Entonces el gobernador Duhalde comprende que no tiene apoyo popular, y que si aspiraba a presentarse en 1999 tiene que repartir plata. Y dicen que están dilapidando el dinero del Banco Provincia con una irresponsabilidad inaudita, todo por demagogia, por la ambición personal de un político sin carisma que quiere ser presidente de cualquier manera.
—Bien, pero, ¿y el proyecto de una nueva reelección de Menem para 1999? ¿No es peor? Porque es indudable que Menem no quiere dejar el poder. Dígame su opinión.
—Bueno, vea —respondió el abogado— los independientes como yo sentimos respeto por el doctor Fernando de la Rúa, y siempre lo imaginamos como un futuro buen presidente, no para transformar nada ni dejar su impronta en la historia, pero sí para mantener este modelo económico y administrar honradamente a la República.
—Yo lo voté para la Intendencia de Buenos Aires, así que pienso como usted. Pero desde que es jefe del gobierno de la ciudad me ha decepcionado hasta el extremo de inclinarme a sospechar que no posee ni el temperamento ni el liderazgo enérgico que se necesitan para gobernar desde la Casa Rosada.
—¡Pero claro, hombre! Si no puede controlar la propia tropa en la legislatura porteña, ¿cómo mierda va a liderar y disciplinar en el orden nacional a la heterogénea Alianza UCR-Frepaso?
—Vea doctor —opinó don Raimundo—, esa Alianza fue para los independientes como un limpio amanecer después de una noche inquietante, una alternativa seria para librarnos de la corrupción enquistada en sectores del Justicialismo vinculados con el poder, y al mismo tiempo conservar los cambios revolucionarios que, le concedo, este gobierno ha logrado plasmar en el campo económico. Pero ahora, a tan solo nueve meses de aquel esperanzador pacto de Palermo, los que entonces aplaudimos con entusiasmo el nacimiento de la Alianza, hemos comenzado a dudar justificadamente de muchas cosas.
—¿Y qué le parece, esteee... cómo se llama? —lo interrumpió el doctor Gotieri—; ¿Tiene la Alianza una real vocación de mantener este modelo de economía libre tan contrario a sus todavía no superados dogmas y prejuicios ideológicos? ¿Acaso el doctor Alfonsín, que es el que manda en el partido, se lo permitiría al dubitativo De la Rúa? ¿Y el inefable Chacho Álvarez? Por favor, ese sí que nos va a hundir a todos. Y no sólo eso, yo dudo sobre la voluntad de algunos de sus dirigentes para cimentar la frágil paz social y la reconciliación entre los argentinos sin reabrir las heridas del pasado... Para mí la Alianza es un engendro impresentable.
—Mi duda —dijo don Raimundo— es sobre la madurez de sus principales figuras para gobernarnos con sensatez y con los pies puestos sobre la tierra. Vea, la señora Graciela Fernández Meijide, que acabamos de nombrar, con ser una dirigente respetable y hasta admirable en no pocos aspectos de su personalidad, no parece preparada para ejercer el poder. Carece de la necesaria experiencia de toda una vida dedicada a la política. Jamás administró una comuna, una empresa o un club de barrio.
—“Ella”, la condesa que le dicen, lo trató al Papa de boludo, y eso los católicos no podemos perdonarlo. (Ya había dicho de Menem, no sé si recuerda, que era el último caudillo plebeyo, vea qué acto fallido de desprecio por los sectores populares) ¿Sabe lo que le preguntó el Papa, en su precario italiano, a uno de sus asistentes? “¿Qui es questa signora quella che a detto che io non capisco di certe cose che mi scrivono?” —el abogado rió a carcajadas.
—Bueno, es que esa carta del Papa elogiándolo a Menem fue sin duda el resultado de una hábil maniobra política. En fin... Pero tampoco podemos esperar nada del peronismo. Vea, doctor, Duhalde causa pánico cuando propone reformar la Constitución provincial nada más que para prohibir por toda la eternidad la privatización del Banco de la Provincia, banco que está quebrado, según me han asegurado en la Orden, por los préstamos millonarios que le hizo a empresarios insolventes, que es lo que usted decía hace un rato. Eso me parece a mí que es muy poco serio. Además declaró enfáticamente hace un par de meses: “Yo no soy el continuador de este modelo económico”.
—Así es —asintió el letrado con expresión preocupada—; Duhalde insiste en no identificarse con este modelo. ¿Está loco? Si este gobierno ha acertado en algo, con todas sus lacras y limitaciones, es precisamente en el modelo económico. ¡Hay tanto por hacer y cambiar en el país! Empezando por bajar el gasto. Pero la economía está bien encaminada... esteee... cómo se llama... ¿Cómo puede decir el gobernador que no desea ser el continuador de un modelo que ha modernizado nuestra economía? Si criticara el excesivo gasto del Estado, estaríamos de acuerdo (fíjese que Menem duplicó el gasto público en su segunda presidencia, y ese desatino, acuérdese profesor, le va a explotar al próximo gobierno). Pero no, Duhalde —que a su vez despilfarra escandalosamente los recursos de su propia provincia (prácticamente la ha fundido, a pesar de recibir del gobierno nacional dos millones de dólares por día como “Fondo de reparación histórica”)—, no se preocupa por el gasto público ni por el excesivo endeudamiento para financiarlo. Él sólo critica el modelo de libre empresa. Es increíble...
—Pero parece que es así —respondió don Raimundo—. Y no se olvide que los radicales de la provincia son cómplices de Duhalde en este despilfarro.
—¡Qué le parece! Le votan todo lo que pide en la Legislatura, no investigan nada, no denuncian a nadie...
—Ahora dígame, ante esta realidad política, ¿qué opciones tenemos los independientes para 1999?
—Le contesto: hasta ahora (esta es mi humilde opinión, ¿eh?) el actual presidente es la única garantía de continuidad, consolidación y profundización de este modelo que, más allá de sus buenos resultados, tiene una ventaja que muy pocos han advertido: su capacidad para preservar sin ninguna fisura y sin ningún peligro la vigencia cada vez más sólida de nuestro sistema democrático.
—Pero doctor, usted es un hombre de derecho —replicó enérgicamente don Raimundo—, una nueva reelección está vedada por la Constitución, y ante todo debemos respetar la Ley.
—De acuerdo, de acuerdo, profesor. Reconozco que una nueva reelección, ya sea habilitada por un alambicado fallo de la Corte Suprema, o por una eventual reforma constitucional (que es políticamente impensable), no sería moral y afectaría seguramente la seriedad institucional del país.
—Exactamente. No digo que estaríamos ante un golpe de estado institucional como exagera la oposición, pero sí tendríamos una fuerte recaída en la confiabilidad ganada.
—Sin embargo, y aquí tal vez usted no comparta mi pensamiento —dijo el doctor Gotieri—, ante la gravedad institucional que implicaría equivocarnos en 1999 y que en lugar de seguir adelante, emprendiéramos un dramático retorno al pasado, deberíamos decidir cuál sería el mal menor: si afectar transitoriamente la seguridad jurídica del país con una reelección forzada, o lanzarnos a la incertidumbre, quizás todavía peor, que provocaría la dudosa continuidad del modelo y las reglas de juego económicas ante un gobierno de la oposición nada comprometido ideológicamente con la moderna economía de mercado.
—No, no, perdóneme doctor —respondió con firmeza don Raimundo—, el derecho son las alas de una república. En 1930, en el 55, en el 66 y en el trágico 76, muchos argentinos, millones de argentinos, estuvimos absurdamente convencidos de que violar la Constitución era el mal menor. No volvamos a equivocarnos, por el amor de Dios: si queremos levantar vuelo tendremos que respetar para siempre la Constitución y aceptar con todos sus riesgos la alternancia democrática.
—Está bien, está bien, profesor —exclamó riendo de buena gana el abogado—, la suya es una posición genuinamente liberal, se lo reconozco. ¿Pero usted se ha puesto a pensar lo que pasaría en este pobre país si se derogara la convertibilidad y se devaluara el peso? Dios no lo quiera, pero hay muchos siniestros personajes que están apostando a este desenlace, verdadera tragedia para la mayoría de los argentinos, y yo creo que sin la garantía de Menem eso puede llegar a suceder. Pero está bien, respeto su punto de vista, usted habla como lo harían si vivieran esos grandes liberales que fueron Alberdi y Gregorio Marañón. Yo en cambio soy más pragmático. Pero ahora le digo algo: creo que no va a haber reelección, el presidente sabe que es imposible. Le está tirando carne a los perros, como dice César Jaroslavsky (ahí tiene usted a un hombre respetable de la política). Lo que pasa es que Menem se divierte con la oposición, los mantiene a todos hablando sobre ese tema, y de paso conserva intacto su poder en el último tramo de su gobierno.
—Lo más grave es la corrupción... Y creo que todos tenemos un poco la culpa... es como si hubiéramos canjeado estabilidad por tolerancia a la corrupción.
—Esteee... cómo se llama... hay una cosa muy fea: la venta de armas a Ecuador y Croacia; acuérdese, ese escándalo va a terminar mal...
Los dos hombres permanecieron un instante en silencio, pensativos y como distantes. Don Raimundo reanudó la charla:
—¿Quiere que le diga de qué manera podemos combatir a la corrupción?
—A ver...
—Con mujeres —contestó muy serio don Raimundo.
—¿Mujeres...? —preguntó extrañado el doctor Gotieri.
Esto trajo alivio a don Raimundo. Las unidades móviles abandonaron la guardia en su hotel y se instalaron en el Pasaje Catedral a la caza del obispo. Ahora hurgaban también en la conducta presuntamente homosexual de algunos sacerdotes muy allegados al obispado. Se animó entonces a salir a caminar un poco, pero molesto porque la gente lo reconocía y se volvía para mirarlo, regresó enseguida a encerrarse nuevamente en su habitación.
El sábado y el domingo devoró los diarios y comprobó con satisfacción que el caso de corrupción en Mar del Plata casi ni se mencionaba. La atención pública estaba ahora concentrada en la posible ruptura de relaciones diplomáticas con Irán al comprobarse la participación de esa nación islámica en los atentados contra la Embajada de Israel, ocurrido en 1992 y
El lunes, acompañado por el doctor Gotieri, se presentó en Tribunales. Mientras esperaban la audiencia el abogado le explicó a don Raimundo que de acuerdo con el artículo 125º del Código Penal, corruptor es aquel que para satisfacer deseos propios o ajenos, o con ánimo de lucro, promoviere o facilitare la prostitución o corrupción de menores de edad. Si las víctimas tienen más de doce años, la pena es de tres a diez años.
El juez Romualdo Sanhedre prodigó al imputado un trato respetuoso y muy considerado. Raimundo explicó su verdad con fluidez y elocuencia, contestó todas las preguntas que se le hicieron y se defendió de los cargos que se habían presentado contra él. Se declaró único responsable por la iniciativa pedagógica generadora de la denuncia, y se esforzó por desvincular de los hechos tanto a la Orden como a las dos profesoras de Santa Anacleta. Sobre la responsabilidad del obispo fue más bien ambiguo, ya que no podía reconocer que se le había ordenado que no lo informara. Le llamó la atención que el fiscal no insistiera mucho en averiguar si él, concretamente, había solicitado o no la autorización pastoral. Terminada la audiencia, le hicieron firmar el acta y le comunicaron que en diez días el juez determinaría su situación procesal. Sin que él lo preguntara, le dijeron que estaba autorizado a dejar la ciudad e incluso el país, con la obligación de informar al juzgado su paradero.
Cuando salieron de Tribunales el abogado invitó a su defendido a tomar un café en un bar de las inmediaciones. El doctor Gotieri estaba muy extrañado por la forma superficial en que se había desarrollado esa audiencia.
—Tengo mucha experiencia en indagatorias —dijo perplejo mientras ponía edulcorante en su café—; nunca vi una actuación judicial tan poco sagaz, tan... banal, insustancial. Vea, esteee...como se llama... me alegro por usted porque es evidente que no lo quieren joder mucho, pero esto me huele mal. Aquí hay algo sucio. No sé que es...
—¿Pudo averiguar por lo menos quiénes me denunciaron?
—No, los denunciantes están bajo reserva de identidad. No sé por qué...
—Quisiera saber quiénes son para hablar con ellos.
—Es imposible. Yo lo intenté y reboté en todos lados, en fin...
—Bueno, doctor, ¿creé que las citarán a las chicas?—Después de lo que usted declaró, me da la impresión de que no. Cómo se llama... parecería que al único que quieren cagar es al obispo. No sé qué es lo que pasa, pero esto se asemeja a una sucia operación política para neutralizar a un obispo que se ha destacado por ser un severo crítico del gobierno. Si esto es así, lo lograron. Ya no es más el obispo de Mar del Plata. Pero como la decisión del Papa es provisional y hasta que se aclare su situación judicial, lo van a tener agarrado de las bolas el mayor tiempo posible.
Don Raimundo se quedó pensativo y con una sensación de angustioso presentimiento. Si aquello era una operación política y de prensa para voltear a un obispo opositor al gobierno, ¿qué papel había jugado él en todo ese cochino proceso?
—Qué cosas sucias que se hacen en este gobierno —comentó Raimundo con amargura—; derrotaron la inflación, estabilizaron la economía, pero... ¿por qué actúan así? ¡Cuánta iniquidad!
—Mire —le dijo el doctor Gotieri— yo soy un independiente, tirando a liberal, de origen conservador, ¿vio?, no puedo menos que apoyar a este gobierno por todo lo bueno que hizo en materia económica. Porque hizo cosas buenas, eh, no lo podemos negar. No sé... bastaría la urbanización de Puerto Madero, o la abolición del Servicio Militar obligatorio, o la resolución de todos los conflictos fronterizos con Chile, ¡o la derogación de la figura penal del desacato!, para quedar en la historia... pero hizo mucho más que eso. Pero al mismo tiempo soy católico y un hombre con sensibilidad social, y por eso tuve que alejarme de la militancia. Le digo algo: los políticos liberales son personas muy capaces, muy cultas y brillantes funcionarios en el gobierno. Pero ¡qué hijos de puta que son! Dejando aparte a don Álvaro, ¿no?, que para mí es un prócer. No hay político más insensible, frío, egoísta, desalmado y deshumanizado que un liberal con apetencias de poder. Ojo, que yo los voto a ojos cerrados... cómo se llama..., porque sé que nadie como ellos me va a cuidar el bolsillo y la estabilidad de la moneda. Pero no quiero ser amigo de ninguno de ellos. Salvo excepciones, claro.
—No puedo opinar sobre eso —dijo don Raimundo— porque yo jamás me he metido en política. Creo que los políticos en general son una raza bastante peculiar, por decirlo suavemente.
—Sí, pero vea la diferencia. Por ejemplo, los peronistas son propensos a la relatividad moral, a la coima y al afano, pero tienen una auténtica sensibilidad social. Eso no se les puede negar. Se preocupan sinceramente por el sufrimiento de los más necesitados. Claro, no hacen gran cosa por ellos, esteee... cómo se llama, porque son torpes y rapiñeros, cómo se llama..., pero son auténticos cuando proclaman su amor por los pobres. Y eso los pobres lo saben; por eso se da hoy la paradoja que los marginados y los desempleados de ahora, no votan contra el Justicialismo. Los radicales, en cambio, son bastante decentes, por lo menos no tan ladrones como los peronistas, pero hipócritas. Ah, eso sí, hipócritas como la madre que los parió. Sólo les interesa el poder y se cagan en los pobres, aunque quieran aparecer como políticos de sensibilidad social y hasta se convencen a sí mismos de que lo son. De economía no saben ni medio, aunque ahora parecería que están aprendiendo algo. ¿Y los comunistas? Ahí tiene, ¿ve?, esteee... cómo se llama, si los activistas de extrema izquierda, incluyendo a los comunistas y a esas rarezas antediluvianas que son los trotskistas y maoístas, llegan a tomar el poder, ¡mamita querida!, nos impondrían la más feroz de las dictaduras, ¡qué derechos humanos ni que mierda!; y como no saben nada de economía fracasan y cagan de hambre a todo el mundo. Pero en el llano son la gente más pura y bondadosa que uno pueda imaginar. ¡Qué buenos compañeros que son, qué solidarios y desinteresados! Son quizás la mejor gente de la política. Pero claro, en el llano, ojo. Que Dios nos guarde de un gobierno con estos puros.
—Tal vez haya matices. En todas las militancias debe de haber de todo.
—Sí, claro, pero en general, con una mirada en perspectiva, usted visualiza las cualidades y los defectos sobresalientes de cada grupo ideológico. En resumen: para amigos me quedo con los comunistas; para gobernantes elijo a los liberales, pero no quiero ni verlos cerca.
—Pero ahí tiene, este gobierno es una rara mezcla de justicialistas y liberales.
—Así es, por eso podemos esperar lo peor en materia de bajezas políticas, como la que parece que le están haciendo al pobre obispo.
—Es que a pesar de los aciertos en materia de estabilidad y crecimiento que usted bien señala, la gente pobre está sufriendo mucho —comentó don Raimundo—, lo de la exclusión social no es un invento de la oposición, y la Iglesia tiene el deber moral de denunciar estas injusticias...
—¡Pero algunos obispos exageran, profesor, exageran! Mire, esteee... cómo se llama, una empleada de Tribunales me comentaba días pasados las penurias que había pasado durante la hiperinflación de 1989: “Anduve meses con la nariz tapada, no podía comprarme ni un Dazolín”, me dijo indignada ante las críticas irresponsables que hacen hoy la oposición y algunos obispos. Y es así, esteee... cómo se llama... con la estabilidad los que tienen un empleo están muchísimo mejor. Pero claro, el que está desempleado o el que vive de una jubilación mínima la están pasando muy mal. Un economista amigo me dijo que la economía argentina actual es como una sábana corta: “Si te tapás la cabeza no te podés tapar los pies. Entonces lo que hay que hacer es ir agrandando la sábana, hebra por hebra, hasta que cubra a toda la sociedad. Esto es lo que se llama acumulación de capital, un proceso penosamente lento”. Y la Iglesia, en lugar de entender esto y colaborar, se emputece con la parte negativa de la historia, lo cual, claro, no justifica que haya que silenciar a curas y obispos críticos por muy equivocados que estén.
—Sobre eso del capital tengo mis dudas. Desde el 96 que no se está invirtiendo nada en el país. Nadie trae un dólar a la Argentina para invertirlo productivamente. Todo lo que entra al país es capital financiero, más deuda. ¡Estamos viviendo de prestado y es nada más que para mantener el gasto público! ¿Hasta cuándo nos van a prestar dinero para que lo malgastemos? Además dicen, no sé si será cierto, que así como entra dinero prestado, los grandes ahorristas argentinos llevan sus dólares al Uruguay y a las islas Caimán.
—Vea, este...como se llama, estoy convencido de que la crisis económica comenzó en 1997, cuando Graciela Fernández Mijide le ganó la elección de la provincia de Buenos Aires a Hilda Chiche Duhalde. ¿Se acuerda? Ya entonces los Duhalde estaban enemistados con Menem.
—¡Lo estaban desde el Pacto de Olivos en 1993! —recordó Raimundo.
—¡Claro, hombre, si con ese pacto Menem y Alfonsín le birlaron al cabezón la candidatura presidencial que le habían prometido para 1995! Entonces el gobernador Duhalde comprende que no tiene apoyo popular, y que si aspiraba a presentarse en 1999 tiene que repartir plata. Y dicen que están dilapidando el dinero del Banco Provincia con una irresponsabilidad inaudita, todo por demagogia, por la ambición personal de un político sin carisma que quiere ser presidente de cualquier manera.
—Bien, pero, ¿y el proyecto de una nueva reelección de Menem para 1999? ¿No es peor? Porque es indudable que Menem no quiere dejar el poder. Dígame su opinión.
—Bueno, vea —respondió el abogado— los independientes como yo sentimos respeto por el doctor Fernando de la Rúa, y siempre lo imaginamos como un futuro buen presidente, no para transformar nada ni dejar su impronta en la historia, pero sí para mantener este modelo económico y administrar honradamente a la República.
—Yo lo voté para la Intendencia de Buenos Aires, así que pienso como usted. Pero desde que es jefe del gobierno de la ciudad me ha decepcionado hasta el extremo de inclinarme a sospechar que no posee ni el temperamento ni el liderazgo enérgico que se necesitan para gobernar desde la Casa Rosada.
—¡Pero claro, hombre! Si no puede controlar la propia tropa en la legislatura porteña, ¿cómo mierda va a liderar y disciplinar en el orden nacional a la heterogénea Alianza UCR-Frepaso?
—Vea doctor —opinó don Raimundo—, esa Alianza fue para los independientes como un limpio amanecer después de una noche inquietante, una alternativa seria para librarnos de la corrupción enquistada en sectores del Justicialismo vinculados con el poder, y al mismo tiempo conservar los cambios revolucionarios que, le concedo, este gobierno ha logrado plasmar en el campo económico. Pero ahora, a tan solo nueve meses de aquel esperanzador pacto de Palermo, los que entonces aplaudimos con entusiasmo el nacimiento de la Alianza, hemos comenzado a dudar justificadamente de muchas cosas.
—¿Y qué le parece, esteee... cómo se llama? —lo interrumpió el doctor Gotieri—; ¿Tiene la Alianza una real vocación de mantener este modelo de economía libre tan contrario a sus todavía no superados dogmas y prejuicios ideológicos? ¿Acaso el doctor Alfonsín, que es el que manda en el partido, se lo permitiría al dubitativo De la Rúa? ¿Y el inefable Chacho Álvarez? Por favor, ese sí que nos va a hundir a todos. Y no sólo eso, yo dudo sobre la voluntad de algunos de sus dirigentes para cimentar la frágil paz social y la reconciliación entre los argentinos sin reabrir las heridas del pasado... Para mí la Alianza es un engendro impresentable.
—Mi duda —dijo don Raimundo— es sobre la madurez de sus principales figuras para gobernarnos con sensatez y con los pies puestos sobre la tierra. Vea, la señora Graciela Fernández Meijide, que acabamos de nombrar, con ser una dirigente respetable y hasta admirable en no pocos aspectos de su personalidad, no parece preparada para ejercer el poder. Carece de la necesaria experiencia de toda una vida dedicada a la política. Jamás administró una comuna, una empresa o un club de barrio.
—“Ella”, la condesa que le dicen, lo trató al Papa de boludo, y eso los católicos no podemos perdonarlo. (Ya había dicho de Menem, no sé si recuerda, que era el último caudillo plebeyo, vea qué acto fallido de desprecio por los sectores populares) ¿Sabe lo que le preguntó el Papa, en su precario italiano, a uno de sus asistentes? “¿Qui es questa signora quella che a detto che io non capisco di certe cose che mi scrivono?” —el abogado rió a carcajadas.
—Bueno, es que esa carta del Papa elogiándolo a Menem fue sin duda el resultado de una hábil maniobra política. En fin... Pero tampoco podemos esperar nada del peronismo. Vea, doctor, Duhalde causa pánico cuando propone reformar la Constitución provincial nada más que para prohibir por toda la eternidad la privatización del Banco de la Provincia, banco que está quebrado, según me han asegurado en la Orden, por los préstamos millonarios que le hizo a empresarios insolventes, que es lo que usted decía hace un rato. Eso me parece a mí que es muy poco serio. Además declaró enfáticamente hace un par de meses: “Yo no soy el continuador de este modelo económico”.
—Así es —asintió el letrado con expresión preocupada—; Duhalde insiste en no identificarse con este modelo. ¿Está loco? Si este gobierno ha acertado en algo, con todas sus lacras y limitaciones, es precisamente en el modelo económico. ¡Hay tanto por hacer y cambiar en el país! Empezando por bajar el gasto. Pero la economía está bien encaminada... esteee... cómo se llama... ¿Cómo puede decir el gobernador que no desea ser el continuador de un modelo que ha modernizado nuestra economía? Si criticara el excesivo gasto del Estado, estaríamos de acuerdo (fíjese que Menem duplicó el gasto público en su segunda presidencia, y ese desatino, acuérdese profesor, le va a explotar al próximo gobierno). Pero no, Duhalde —que a su vez despilfarra escandalosamente los recursos de su propia provincia (prácticamente la ha fundido, a pesar de recibir del gobierno nacional dos millones de dólares por día como “Fondo de reparación histórica”)—, no se preocupa por el gasto público ni por el excesivo endeudamiento para financiarlo. Él sólo critica el modelo de libre empresa. Es increíble...
—Pero parece que es así —respondió don Raimundo—. Y no se olvide que los radicales de la provincia son cómplices de Duhalde en este despilfarro.
—¡Qué le parece! Le votan todo lo que pide en la Legislatura, no investigan nada, no denuncian a nadie...
—Ahora dígame, ante esta realidad política, ¿qué opciones tenemos los independientes para 1999?
—Le contesto: hasta ahora (esta es mi humilde opinión, ¿eh?) el actual presidente es la única garantía de continuidad, consolidación y profundización de este modelo que, más allá de sus buenos resultados, tiene una ventaja que muy pocos han advertido: su capacidad para preservar sin ninguna fisura y sin ningún peligro la vigencia cada vez más sólida de nuestro sistema democrático.
—Pero doctor, usted es un hombre de derecho —replicó enérgicamente don Raimundo—, una nueva reelección está vedada por la Constitución, y ante todo debemos respetar la Ley.
—De acuerdo, de acuerdo, profesor. Reconozco que una nueva reelección, ya sea habilitada por un alambicado fallo de la Corte Suprema, o por una eventual reforma constitucional (que es políticamente impensable), no sería moral y afectaría seguramente la seriedad institucional del país.
—Exactamente. No digo que estaríamos ante un golpe de estado institucional como exagera la oposición, pero sí tendríamos una fuerte recaída en la confiabilidad ganada.
—Sin embargo, y aquí tal vez usted no comparta mi pensamiento —dijo el doctor Gotieri—, ante la gravedad institucional que implicaría equivocarnos en 1999 y que en lugar de seguir adelante, emprendiéramos un dramático retorno al pasado, deberíamos decidir cuál sería el mal menor: si afectar transitoriamente la seguridad jurídica del país con una reelección forzada, o lanzarnos a la incertidumbre, quizás todavía peor, que provocaría la dudosa continuidad del modelo y las reglas de juego económicas ante un gobierno de la oposición nada comprometido ideológicamente con la moderna economía de mercado.
—No, no, perdóneme doctor —respondió con firmeza don Raimundo—, el derecho son las alas de una república. En 1930, en el 55, en el 66 y en el trágico 76, muchos argentinos, millones de argentinos, estuvimos absurdamente convencidos de que violar la Constitución era el mal menor. No volvamos a equivocarnos, por el amor de Dios: si queremos levantar vuelo tendremos que respetar para siempre la Constitución y aceptar con todos sus riesgos la alternancia democrática.
—Está bien, está bien, profesor —exclamó riendo de buena gana el abogado—, la suya es una posición genuinamente liberal, se lo reconozco. ¿Pero usted se ha puesto a pensar lo que pasaría en este pobre país si se derogara la convertibilidad y se devaluara el peso? Dios no lo quiera, pero hay muchos siniestros personajes que están apostando a este desenlace, verdadera tragedia para la mayoría de los argentinos, y yo creo que sin la garantía de Menem eso puede llegar a suceder. Pero está bien, respeto su punto de vista, usted habla como lo harían si vivieran esos grandes liberales que fueron Alberdi y Gregorio Marañón. Yo en cambio soy más pragmático. Pero ahora le digo algo: creo que no va a haber reelección, el presidente sabe que es imposible. Le está tirando carne a los perros, como dice César Jaroslavsky (ahí tiene usted a un hombre respetable de la política). Lo que pasa es que Menem se divierte con la oposición, los mantiene a todos hablando sobre ese tema, y de paso conserva intacto su poder en el último tramo de su gobierno.
—Lo más grave es la corrupción... Y creo que todos tenemos un poco la culpa... es como si hubiéramos canjeado estabilidad por tolerancia a la corrupción.
—Esteee... cómo se llama... hay una cosa muy fea: la venta de armas a Ecuador y Croacia; acuérdese, ese escándalo va a terminar mal...
Los dos hombres permanecieron un instante en silencio, pensativos y como distantes. Don Raimundo reanudó la charla:
—¿Quiere que le diga de qué manera podemos combatir a la corrupción?
—A ver...
—Con mujeres —contestó muy serio don Raimundo.
—¿Mujeres...? —preguntó extrañado el doctor Gotieri.
—Mujeres
en el poder, la corrupción es machista, doctor...
—Ajá...
—Vea, no sé si fue Bossuet, el escritor francés, que dijo: “Las mujeres son extremas: o son mejores o son peores que los hombres”. Y es cierto, pero hay aspectos en los cuales ellas nos superan. Por ejemplo, está demostrado que tanto en los negocios privados como en la función pública hay más mujeres honradas que hombres honrados. Me refiero a la honradez como condición de probidad, de recto proceder.
—Esteee... cómo se llama...
—Vea, una estadística mundial asegura que sólo el 20 por ciento de los delitos son cometidos por mujeres. En términos generales se reconoce que en las funciones de supervisión oficial hay muy pocas mujeres que acepten coimas o utilicen su autoridad para obtener ventajas ilegales.
—En la caso Banco Nación-IBM, no hay mujeres involucradas...
—No sólo en ese negociado: de todos los casos de alta corrupción que se han conocido en los últimos años, sólo trascendieron los nombres de tres mujeres muy sospechadas, aunque no condenadas, por lo menos no hasta ahora.
—Tiene razón, profesor, esteee... cómo se llama; fíjese, en la purga policial de la provincia de Buenos Aires cayeron hasta ahora cientos de hombres y, que yo sepa, ninguna mujer policía.
—Ahí tiene, doctor, y mire que curioso contraste: leí los otros días que hay una sola mujer al frente de una comisaría en toda la provincia.
—Sí... —reflexionó el doctor Gotieri con la expresión de cautela de quien nunca antes había pensado en ello—, a uno le cuesta imaginar a una mujer oficial de policía explotando a las pobres putas callejeras, o recaudando coimas de los quinieleros o yendo a buscar la pizza gratis, ¿no?...
—Tal vez si las comisarías estuvieran conducidas por mujeres habría menos delincuencia en la calle y más rectitud y confiabilidad en la institución —opinó don Raimundo.
—Sí, pero... no sé... esteee... cómo se llama. Cabría esperar de las mujeres en algunos casos una mayor dureza e incluso algún grado de refinada crueldad con los delincuentes detenidos, porque también es sabido que la mujer cruel suele serlo mucho más que el más cruel de los hombres.
—Pero ese riesgo sería una excepción...
—¿Y qué pasa con la Justicia, esteee...cómo se llama? —dijo con repentino entusiasmo el doctor Gotieri—; vea, profesor, no se si recuerda que el año pasado un tribunal compuesto por tres mujeres dictó ejemplares condenas a varios barras bravas de Boca Juniors. Y aquí, en Mar del Plata, ¿se acuerda del caso Monzón? El juicio oral que en el que se condenó al boxeador fue impecable y paradigmático. ¿Y quién lo presidió ejemplarmente?, una mujer, la doctora Ramos Fondeville. Para no hablar de la Suprema Corte federal: la única mujer que la integró en toda la historia, fue la eminente jurista Margarita Argúas, y no en tiempos de democracia.
—Le aclaro, doctor, que yo no soy sexista —aclaró don Raimundo—: me parecen repugnantes por igual el machismo y el feminismo. Creo que la mujer es tan inteligente como el hombre, aunque lo supera en sensibilidad e intuición. Tal vez en la Argentina ambos sexos estén habituados por igual a las pequeñas corruptelas de todos los días, pero por alguna razón intuitiva o quizás insospechadamente racional, ellas se detienen ante ciertos límites éticos, no saltan el último cerco como lo hacen muchos hombres.
—Pero hay cosas que un sexo hace mejor que el otro... esteee... cómo se llama...
—Claro, claro, por ejemplo: los hombres han sido hasta ahora más aptos para componer sinfonías, o para crear sistemas filosóficos; pero las mujeres suelen dejarlos atrás como escritoras, periodistas, pedagogas, psicólogas y trabajadoras sociales.
—Pero vea, todo es relativo. También se creía que los hombres jugábamos mejor al ajedrez, y Kasparov llegó a decir un día que jamás perdería una partida ni con una mujer ni con una computadora. La computadora Deep Blue lo hizo mierda. Pero lo gracioso es que ahora la húngara Judit Polgar desafió públicamente Deep Blue, ¡Mire si derrota a la computadora que derrotó a Kasparov!
—Sería un doble fracaso que ese genio se merecería por machista. Mire, doctor, por una cuestión de discriminación sexista que aún practicamos por igual tanto hombres como mujeres, todavía éstas no han podido demostrar lo que para mí es su principal virtud: la honradez en la función pública. Es que ni las mujeres se han animado a meterse en esas actividades ni la sociedad las ha aceptado como cosa normal.
—¡Si ni siquiera permitimos que sean árbitras de fútbol!
—Pero seguramente todos ganaríamos en moral y buenos ejemplos —remató don Raimundo, admirado de la pasividad conformista con que el letrado aceptada sus puntos de vista— si un auténtico cambio cultural y mental favoreciera que por lo menos la mitad de nuestros jueces, legisladores, ministros y policías fueran mujeres...
—Y la otra mitad aprendiera de ellas.
—Eso mismo, bueno, parece que hemos coincidido.
—Es que tengo cinco hermanas, tres hijas y dos nietas, profesor —se justificó el doctor Gotieri a las carcajadas—; ya estoy amortizado, ¿cómo no le voy a dar la razón?
Permanecieron unos segundos en silencio, como reflexionando sobre lo que acababan de conversar. El abogado, que tenía evidentes simpatías por el gobierno del doctor Menem, retomó el tema:
―Vea, profesor, yo se que todavía tendrán que pasar muchos años, pero la historia le va a reconocer a Menem muchas cosas buenas que hizo.
―Con todo respeto, doctor, yo creo que lo vamos a recordar como el jefe de una banda de ladrones, y no se ofenda.
―No le niego que haya mucha corrupción, pero vayamos a los hechos políticos.
―A ver…
―Yo creo que se le reconocerán muchos méritos, porque le guste o no, bien o mal, este personaje cambió a la Argentina, la dio vuelta como a un guante. No, espere, no me interrumpa: es verdad lo que le digo, y si usted es honrado no me lo puede negar. Este presidente tan desgastado y debilitado en el ocaso de su último mandato, con cerca del 70 por ciento de la población en contra, según las últimas encuestas, demostró poseer las tres condiciones de todo gran político: saber anticiparse a los hechos, generar situaciones de singularidad histórica y, sobre todo, tener una enorme habilidad para usar a los demás. En esto último fue un maestro. Nadie como él ha sabido manipular el magma humano. No solo sus compañeros y aliados fueron piezas solícitas en su ajedrez político, también sus adversarios bailaron con su música, y hasta grandes personalidades mundiales, hechizados todos por su estilo y su formidable voluntad de poder. Es verdad que este maestro de la política no pudo, no supo o no quiso extirpar la escandalosa corrupción que contaminó a su propio entorno, pero…
―¿Cómo, su entorno? ¡Él fue el jefe, el organizó la corrupción!
―Déjeme hablar. Acépteme que ha sido un hombre de acción, un político, no un intelectual ni un moralista. La Historia lo juzgará por las reformas concretadas, no por su inescrupulosidad, tan propia de los genios de la política (Julio Cesar, Mirabeau, Napoleón). La izquierda lírica y rencorosa, en cuyas filas militan todavía tantos intelectuales, periodistas y artistas (tal vez usted sea uno de ellos, y créame que lo comprendería, y hasta le prodigaría mi más tierna y piadosa simpatía), nunca le perdonará que una revolución liberal tan drástica se haya hecho en democracia y desde un partido con base obrera como el peronista. Por eso intentarán acentuar su desprestigio una vez que se haya ido. Pero seguramente ningún historiador inteligente va a pasar por alto su clarividencia política.
―En primer lugar yo no soy un izquierdista, soy, sí un progresista con sensibilidad social. Y no sé qué clarividencia le atribuye a Menem.
―Vamos, profesor, usted lo sabe como yo: cuando en 1989 inició las transformaciones que modernizaron a la Argentina, el mundo aún conservaba su estructura ideológica decadente: los sandinistas gobernaban en Nicaragua, Ceausescu, el tirano de Rumania, todavía no había sido llevado al paredón, Lech Walesa luchaba desde el llano contra la dictadura comunista de Polonia, la estatua de Lenin aún se erguía siniestra y rectora en todas las plazas de la Europa del Este, Augusto Pinochet era dictador de Chile, la perestroika tambaleaba ante el poder conservador en la hoy inexistente URSS y, lo más emblemático de todo, aún no había caído el muro de Berlín. ¿Le parece poco? Puso a la argentina en el mundo moderno.
―No sé, como le dije, no entiendo mucho de política. Supongamos que usted tiene razón, pero ¿qué ejemplo está dando? Es un personaje ridículo, frívolo, superficial, sin cultura.
―Bueno, esas son apreciaciones subjetivas… ―El abogado parecía fastidiado de discutir con alguien que no veía el fondo de lo que para él era un proceso de cambio trascendental.
Hablaron algunos minutos más de fútbol y del próximo Mundial y se despidieron. Don Raimundo prefirió volver a su hotel caminando. Pensaba en Griselda.
—Ajá...
—Vea, no sé si fue Bossuet, el escritor francés, que dijo: “Las mujeres son extremas: o son mejores o son peores que los hombres”. Y es cierto, pero hay aspectos en los cuales ellas nos superan. Por ejemplo, está demostrado que tanto en los negocios privados como en la función pública hay más mujeres honradas que hombres honrados. Me refiero a la honradez como condición de probidad, de recto proceder.
—Esteee... cómo se llama...
—Vea, una estadística mundial asegura que sólo el 20 por ciento de los delitos son cometidos por mujeres. En términos generales se reconoce que en las funciones de supervisión oficial hay muy pocas mujeres que acepten coimas o utilicen su autoridad para obtener ventajas ilegales.
—En la caso Banco Nación-IBM, no hay mujeres involucradas...
—No sólo en ese negociado: de todos los casos de alta corrupción que se han conocido en los últimos años, sólo trascendieron los nombres de tres mujeres muy sospechadas, aunque no condenadas, por lo menos no hasta ahora.
—Tiene razón, profesor, esteee... cómo se llama; fíjese, en la purga policial de la provincia de Buenos Aires cayeron hasta ahora cientos de hombres y, que yo sepa, ninguna mujer policía.
—Ahí tiene, doctor, y mire que curioso contraste: leí los otros días que hay una sola mujer al frente de una comisaría en toda la provincia.
—Sí... —reflexionó el doctor Gotieri con la expresión de cautela de quien nunca antes había pensado en ello—, a uno le cuesta imaginar a una mujer oficial de policía explotando a las pobres putas callejeras, o recaudando coimas de los quinieleros o yendo a buscar la pizza gratis, ¿no?...
—Tal vez si las comisarías estuvieran conducidas por mujeres habría menos delincuencia en la calle y más rectitud y confiabilidad en la institución —opinó don Raimundo.
—Sí, pero... no sé... esteee... cómo se llama. Cabría esperar de las mujeres en algunos casos una mayor dureza e incluso algún grado de refinada crueldad con los delincuentes detenidos, porque también es sabido que la mujer cruel suele serlo mucho más que el más cruel de los hombres.
—Pero ese riesgo sería una excepción...
—¿Y qué pasa con la Justicia, esteee...cómo se llama? —dijo con repentino entusiasmo el doctor Gotieri—; vea, profesor, no se si recuerda que el año pasado un tribunal compuesto por tres mujeres dictó ejemplares condenas a varios barras bravas de Boca Juniors. Y aquí, en Mar del Plata, ¿se acuerda del caso Monzón? El juicio oral que en el que se condenó al boxeador fue impecable y paradigmático. ¿Y quién lo presidió ejemplarmente?, una mujer, la doctora Ramos Fondeville. Para no hablar de la Suprema Corte federal: la única mujer que la integró en toda la historia, fue la eminente jurista Margarita Argúas, y no en tiempos de democracia.
—Le aclaro, doctor, que yo no soy sexista —aclaró don Raimundo—: me parecen repugnantes por igual el machismo y el feminismo. Creo que la mujer es tan inteligente como el hombre, aunque lo supera en sensibilidad e intuición. Tal vez en la Argentina ambos sexos estén habituados por igual a las pequeñas corruptelas de todos los días, pero por alguna razón intuitiva o quizás insospechadamente racional, ellas se detienen ante ciertos límites éticos, no saltan el último cerco como lo hacen muchos hombres.
—Pero hay cosas que un sexo hace mejor que el otro... esteee... cómo se llama...
—Claro, claro, por ejemplo: los hombres han sido hasta ahora más aptos para componer sinfonías, o para crear sistemas filosóficos; pero las mujeres suelen dejarlos atrás como escritoras, periodistas, pedagogas, psicólogas y trabajadoras sociales.
—Pero vea, todo es relativo. También se creía que los hombres jugábamos mejor al ajedrez, y Kasparov llegó a decir un día que jamás perdería una partida ni con una mujer ni con una computadora. La computadora Deep Blue lo hizo mierda. Pero lo gracioso es que ahora la húngara Judit Polgar desafió públicamente Deep Blue, ¡Mire si derrota a la computadora que derrotó a Kasparov!
—Sería un doble fracaso que ese genio se merecería por machista. Mire, doctor, por una cuestión de discriminación sexista que aún practicamos por igual tanto hombres como mujeres, todavía éstas no han podido demostrar lo que para mí es su principal virtud: la honradez en la función pública. Es que ni las mujeres se han animado a meterse en esas actividades ni la sociedad las ha aceptado como cosa normal.
—¡Si ni siquiera permitimos que sean árbitras de fútbol!
—Pero seguramente todos ganaríamos en moral y buenos ejemplos —remató don Raimundo, admirado de la pasividad conformista con que el letrado aceptada sus puntos de vista— si un auténtico cambio cultural y mental favoreciera que por lo menos la mitad de nuestros jueces, legisladores, ministros y policías fueran mujeres...
—Y la otra mitad aprendiera de ellas.
—Eso mismo, bueno, parece que hemos coincidido.
—Es que tengo cinco hermanas, tres hijas y dos nietas, profesor —se justificó el doctor Gotieri a las carcajadas—; ya estoy amortizado, ¿cómo no le voy a dar la razón?
Permanecieron unos segundos en silencio, como reflexionando sobre lo que acababan de conversar. El abogado, que tenía evidentes simpatías por el gobierno del doctor Menem, retomó el tema:
―Vea, profesor, yo se que todavía tendrán que pasar muchos años, pero la historia le va a reconocer a Menem muchas cosas buenas que hizo.
―Con todo respeto, doctor, yo creo que lo vamos a recordar como el jefe de una banda de ladrones, y no se ofenda.
―No le niego que haya mucha corrupción, pero vayamos a los hechos políticos.
―A ver…
―Yo creo que se le reconocerán muchos méritos, porque le guste o no, bien o mal, este personaje cambió a la Argentina, la dio vuelta como a un guante. No, espere, no me interrumpa: es verdad lo que le digo, y si usted es honrado no me lo puede negar. Este presidente tan desgastado y debilitado en el ocaso de su último mandato, con cerca del 70 por ciento de la población en contra, según las últimas encuestas, demostró poseer las tres condiciones de todo gran político: saber anticiparse a los hechos, generar situaciones de singularidad histórica y, sobre todo, tener una enorme habilidad para usar a los demás. En esto último fue un maestro. Nadie como él ha sabido manipular el magma humano. No solo sus compañeros y aliados fueron piezas solícitas en su ajedrez político, también sus adversarios bailaron con su música, y hasta grandes personalidades mundiales, hechizados todos por su estilo y su formidable voluntad de poder. Es verdad que este maestro de la política no pudo, no supo o no quiso extirpar la escandalosa corrupción que contaminó a su propio entorno, pero…
―¿Cómo, su entorno? ¡Él fue el jefe, el organizó la corrupción!
―Déjeme hablar. Acépteme que ha sido un hombre de acción, un político, no un intelectual ni un moralista. La Historia lo juzgará por las reformas concretadas, no por su inescrupulosidad, tan propia de los genios de la política (Julio Cesar, Mirabeau, Napoleón). La izquierda lírica y rencorosa, en cuyas filas militan todavía tantos intelectuales, periodistas y artistas (tal vez usted sea uno de ellos, y créame que lo comprendería, y hasta le prodigaría mi más tierna y piadosa simpatía), nunca le perdonará que una revolución liberal tan drástica se haya hecho en democracia y desde un partido con base obrera como el peronista. Por eso intentarán acentuar su desprestigio una vez que se haya ido. Pero seguramente ningún historiador inteligente va a pasar por alto su clarividencia política.
―En primer lugar yo no soy un izquierdista, soy, sí un progresista con sensibilidad social. Y no sé qué clarividencia le atribuye a Menem.
―Vamos, profesor, usted lo sabe como yo: cuando en 1989 inició las transformaciones que modernizaron a la Argentina, el mundo aún conservaba su estructura ideológica decadente: los sandinistas gobernaban en Nicaragua, Ceausescu, el tirano de Rumania, todavía no había sido llevado al paredón, Lech Walesa luchaba desde el llano contra la dictadura comunista de Polonia, la estatua de Lenin aún se erguía siniestra y rectora en todas las plazas de la Europa del Este, Augusto Pinochet era dictador de Chile, la perestroika tambaleaba ante el poder conservador en la hoy inexistente URSS y, lo más emblemático de todo, aún no había caído el muro de Berlín. ¿Le parece poco? Puso a la argentina en el mundo moderno.
―No sé, como le dije, no entiendo mucho de política. Supongamos que usted tiene razón, pero ¿qué ejemplo está dando? Es un personaje ridículo, frívolo, superficial, sin cultura.
―Bueno, esas son apreciaciones subjetivas… ―El abogado parecía fastidiado de discutir con alguien que no veía el fondo de lo que para él era un proceso de cambio trascendental.
Hablaron algunos minutos más de fútbol y del próximo Mundial y se despidieron. Don Raimundo prefirió volver a su hotel caminando. Pensaba en Griselda.
Enrique Arenz 1999 - Derechos reservados.
Prohibida su reproducción
La novela Las mandrágoras han dado olor fue editada en 1999 y está agotada. Puede bajarse gratuitamente de la página web del autor haciendo clic en el ícono PDF en la siguiente dirección:
Las mandrágoras han dado olor
Novela de la era menemista
miércoles, 23 de diciembre de 2015
NAVIDAD EN NUEVA YORK
CON LLUVIA Y ¡CALUROSA!
De todas maneras Nueva York es siempre una hermosa y gran ciudad que luce sus galas navideñas con todo su esplendor. A continuación agrego algunas fotos tomadas estos días.
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