lunes, 11 de septiembre de 2023

Diana Mondino tiene razón (Esto lo escribí en 2012)

LOS MALVINENSES SON PERSONAS COMO NOSOTROS

Por Enrique Arenz

Yo, que viví la guerra de las Malvinas con dolorosa lucidez, me siento ahora sofocado por un clima parecido. La presidente de la Nación actúa como el general Galtieri, sólo que en vez de mandar a las fuerzas armadas recurre al bloqueo y presiona por la solidaridad continental para hacerles la vida imposible a los tres mil habitantes de las islas.

 
Galtieri apeló al espíritu patriótico de los argentinos para oxigenar el desgastado y fracasado gobierno militar, en el que todos estaban peleados con todos. Cristina tiene necesidad de desviar la atención de la ciudadanía de gravísimos problemas económicos, ambientales, de pobreza y de exclusión que hereda de su propio gobierno, tan ineficaz en esas cuestiones como lo fue el proceso.
 

Y al igual que Galtieri, pareciera (no lo afirmo) que está logrando despertar el sentimiento irracionalmente nacionalista de una gran mayoría de argentinos, incluyendo a los políticos e intelectuales.
 

En 1982 la Plaza de Mayo rebalsó de argentinos espontáneos que aclamaron a las Fuerzas Armadas y al mismísimo Galtieri. El dictador hasta se dio el lujo de salir al balcón de la Casa Rosada para recibir la jamás esperada caricia del calor popular. Y también me acuerdo de que todos los políticos prominentes de esa época, con la honrosa excepción del doctor Arturo Frondizi, del doctor Raúl Alfonsín y del ingeniero Álvaro Alsogaray (este último se opuso públicamente a la guerra desde el mismo momento del desembarco), fueron orgullosos y eufóricos a Puerto Argentino a cantar el Himno y a izar el pabellón nacional. Todo era éxtasis nacionalista, gesta patriótica, lágrimas de emoción.
 

Pero perdimos la guerra. Por errores y horrores de los mandos, pero también por la lógica del sentido común: ¡estábamos peleando contra la OTAN!, por el capricho de un dictador a quien paradojalmente apoyaban la URSS y Cuba (los regímenes totalitarios que habían financiado y entrenado a la misma guerrilla que nuestros militares se encargaron de aniquilar sin el menor apego a la ley y el derecho). (*)
 

Y, precisamente, lo que me inquieta ahora, treinta años más tarde, es la opinión de políticos, periodistas e intelectuales de hoy, que no han cambiado mucho, siguen pensando como se pensaba en 1982. La idea predominante en todos ellos es que no debemos dialogar ni negociar nada con los isleños sino con Londres, la metrópolis colonial. Y por pensar así no vacilamos en dejar a tres mil personas desabastecidas, y si fuera posible, sin comida ni agua. Por el momento lo único que logramos con esta “lógica emocional” es enfurecer cada vez más a los malvinenses contra nosotros.
 

Pero es posible pensar de otra manera sin renunciar por ello a nuestros legítimos derechos. En primer lugar, hay que reconocer que los isleños tienen ahora relativa independencia y manejan sus intereses económicos con autoridades propias democráticamente elegidas. En segundo lugar, que son seres humanos, no tienen la culpa del laberíntico proceso histórico que sufrieron nuestras islas a lo largo de siglos. Ellos se sienten ingleses y quieren ser ingleses, nacieron allí, son pacíficos, conforman una pequeña comunidad con los mismos derechos humanos que nosotros. Es verdad, ocupan un territorio que es nuestro. ¿Pero acaso no son más importantes las personas que los territorios? Piensen, estimados amigos, en este concepto que acabo de expresar, y no me extrañaría que alguno lo rechace. Repito entonces la pregunta: ¿Acaso no son más importantes las personas que los territorios? Sí, lo son, definitivamente lo son: personas de cualquier nacionalidad, etnia, religión o cultura.  Todas las personas son iguales ante Dios y ante la ley, todas son merecedoras del mismo respeto, trato humano y derechos de vivir libremente como lo deseen mientras no molesten o atenten contra la libertad de los demás. Y los tres mil malvinenses entran en esa categoría, guste o no guste.
 

Ellos son personas como nosotros, viven por azar en una tierra con la que mantienen un lazo de pertenencia muy profundo, tierra que ellos no tomaron por la fuerza porque nacieron allí y cuyos antepasados hace mucho tiempo que estuvieron allí. No estoy insinuando que debamos renunciar a las Malvinas. Siempre reivindicaremos esas islas porque son legítimamente argentinas. Pero en el mientras tanto, hacer que esos pacíficos isleños nos odien más de lo que nos odian por todo lo que les hemos hecho y les seguimos haciendo, no tiene nada de patriótico ni de racional, es sencillamente una gran estupidez.
 
Son más los aspectos que nos unen a los isleños que los que nos separan. Debiéramos, no aislarlos ni intentar que LAN de Chile deje de volar a las islas sino, al contrario, competir con LAN haciendo que Aerolíneas Argentinas haga vuelos regulares a las Malvinas; debiéramos sentarnos a hablar con ellos para acordar la forma más equitativa y sustentable de explotar la pesca en un mar que compartimos y que está siendo depredado; debiéramos hacer un convenio de cooperación para la explotación del petróleo con claras normas compartidas de protección ambiental y preservación del recurso ictícola. Los isleños necesitan tener contacto con nuestro territorio por razones comerciales, educacionales, sanitarias, culturales y económicas. Eso no implica reconocerlos como un estado independiente, porque la cuestión de la soberanía se defenderá siempre con el derecho internacional. Pero lo cortés no quita lo valiente: no necesitamos pelear eternamente con ellos para
defender sin claudicar nuestros derechos territoriales, no necesitamos hacerles la vida imposible, fogonear su reclusión continental, transformarlos en un gueto del mundo, y menos alimentar su rencor y su rechazo hacia todo lo argentino. Si no queremos, no hablemos con ellos de soberanía, pero tenemos muchas otras cosas para hablar y para entendernos.
 
En  resumen, por dos razones irrebatibles no podemos, treinta años después, seguir con la guerra sicológica contra los habitantes de las Malvinas: 1º) Los malvinenses son personas, y las personas siempre, siempre, siempre, están antes que los territorios; y 2º) Los argentinos tenemos mucho que ganar restableciendo cordiales relaciones con ellos, intercambios culturales, turísticos y económicos, y nada que perder, porque nuestros justos reclamos de soberanía son irrenunciables, están en nuestra Constitución y los defenderemos con la ley y el derecho, pero jamás con el menosprecio, el ninguneo, la agresión y la violencia.



(*) Sin embargo, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU impuso la Resolución 502 que obligaba a la Argentina a retirarse de las islas, nuestro "aliado", la Unión Soviética, en lugar de vetar la resolución se limitó a abstenerse.

(Se permite su reproducción. Se ruega citar este blog) 
Publicado originariamente en 1912

NOTA: ESTE ARTÍCULO fue escrito y publicado semanas antes de que un grupo de intelectuales argentinos difundiera una carta con similares 
pensamientos y opiniones.

martes, 25 de julio de 2023

Libros digitales para bajar gratuitamente

NUEVE LIBROS DE ENRIQUE ARENZ

Ahora son nueve (9) los libros que ya están disponibles en formato PDF para ser descargados gratuitamente en un E-book, tableta, disco rígido o cualquier otro sistema de almacenamiento. Se trata de dos ensayos, dos novelas y tres libros de cuentos. Son los siguientes:



Libertad: un sistema de fronteras móviles Ensayo sobre la doctrina liberal. Este libro fue editado en 1986 y actualmente se halla agotado. Describe los fundamentos de la economía de mercado y expone minuciosamente la moderna teoría subjetiva del valor. Cuenta con una vasta bibliografía.




El error de los intelectuales
.
Ensayo sobre el "síndrome izquierdoso", el mito del "neoliberalismo", la incultura como proyecto nacional, el deber moral de acabar con la pobreza, y las utopías de la Iglesia en materia económica.
Marplateros
Novela de autoficción. Escrita en tono coloquial, cruda y provocadora, todo lo narrado es verdad, con excepción de los embustes.









Las mandrágoras han dado olor
.
Novela de la era "menemista".Esta novela les puede deparar alguna sorpresa. Fue escrita durante 1989 y están reflejados todos los acontecimientos políticos que se produjeron en ese año caracterizado por el intento de Menem de conseguir una segunda reelección. Contiene fuerte erotismo y cuestionamientos teológicos.



La pensionista
(cuentos)Son en total ocho historias unidas sutilmente por una temática similar en la que predominan fuertes componentes psicológicos encadenados a situaciones fronterizas entre la realidad y la exaltación fantástica, y en donde lo no dicho es más importante que lo que se lee. 

Cada uno de estos relatos contiene los elementos que la crítica atribuye a los ejemplos clásicos del género: Intensidad, predominio narrativo y finales inesperados. Sin embargo, pese a sus estructuras clásicas, los dos últimos cuentos de la serie: "Una ilusión de ultratumba" y "La mujer de los ojos tornadizos", son experimentales y han sido diseñados como cuentos dentro de otros cuentos (el autor emplea, incluso, el recurso de la diferenciación tipográfica) con un efecto estético de polifonía narrativa, que lleva al lector de sorpresa en sorpresa, lo atrapa, lo desorienta y lo conduce hasta un presentido desenlace que se insinúa pero que se desdice y contradice al mismo tiempo. Estas nebulosidades están siempre a un paso de los delirios y sobreexcitaciones desbordadas que el lector quiere y no quiere trasponer.


No confíes en tu biblioteca
(Cuentos)

Se trata de un libro de cuentos cuyo título encierra el enigma del primero de ellos: No confíes en tu biblioteca. El autor los denominó “Cuentos en poliedro”, y explica por qué en su prólogo: “Poliedro es un cuerpo sólido terminado en muchas caras. Una imagen aceptable, creo, para explicar un libro que asocia formas narrativas tan disímiles como el cuento fantástico, la ciencia ficción y la novela infantil.



Historias de Tierra Santa 
(Cuentos)


Un judío erudito del siglo I, profundo estudioso de la filosofía y las ciencias de Grecia y Egipto intenta salvar a Jesús de morir en la cruz. No creé que sea el Mesías, pero admira y respeta a ese hombre extraordinario amado y seguido por multitudes de enfermos y desheredados. Cuando Jesús es arrestado intercede ante el propio Pilatos y llega a poner en marcha un audaz plan de rescate que logra inicialmente su objetivo, aunque algo inexplicable sucede finalmente.
A un cura franciscano joven le diagnostican una enfermedad terminal. Pide ser trasladado a Tierra Santa para pasar allí sus últimos días. Está tan abatido que comienza a perder la fe. Se siente solo y desamparado. Pero en una de las misas que oficia en Nazaret suena sorpresivamente su propio celular…
Una estudiante judía es violada en Tel Aviv y queda embarazada. Una congregación de monjas católicas la asiste para que no interrumpa el embarazo. Nace un niño que es dado en adopción sin que su madre lo vea. La joven se reintegra a su vida normal. Pasan más de veinte años y un día el hijo al que no quiso abortar se presenta ante ella. Se muestra afectuoso y agradecido. Ella lo recibe emocionada. Pero las cosas toman un giro inesperado.
Un profesor argentino, investigador de Historia religiosa, quiere averiguar si es verdad, como dice una leyenda, que Adolfo Hitler se confesó con un sacerdote católico antes de suicidarse. Va primero a Israel y después a Roma para reunir pruebas sobre ese acontecimiento histórico jamás demostrado. Mientras sigue con ansiedad una pista que lo va llevando a un gran descubrimiento, se espanta al verse a sí mismo capaz de cualquier indignidad con tal de obtener lo que apasionadamente se propone. Logra apoderarse de un documento único: un cuaderno manuscrito en el que el supuesto confesor escribió detalladamente la confesión de Hitler. Pero hay fuerzas oscuras que se movilizan detrás de ese cuaderno y el investigador debe afrontar graves riesgos y consecuencias. Finalmente, el azar y su tenacidad lo conducen a un sorprendente y terrible descubrimiento.

Estos son algunos de los temas desarrollados en forma de narraciones en este volumen. Dos de los cuentos están ambientados en la época de Cristo; los otros transcurren en la actualidad. Dos cuentos son largos, los otros, cortos. Todos están relacionados con el cristianismo, la fe y la condición humanas, tan propensa a las debilidades y contradicciones.

Cuentos de la oscuridad
(cuentos) El cura y el general (Secretos de confesión),
el extenso cuento principal, tiene como protagonistas al sacerdote jesuita Bernardo Montesini y a quien era su superior en 1976, el padre Jorge Bergoglio. Montesini ha sido designado confesor personal del general Videla poco antes del golpe del 24 de marzo de 1976, y la historia se desarrolla durante los primeros seis meses de esa dictadura. El dilema del confesor es absolver a Videla. Él lo ve como un católico sincero, un buen padre de familia, una persona normal a quien no se le conocen ambiciones políticas y nunca tuvo delirios mesiánicos ni rasgos psicopáticos. ¿Qué lo llevó entonces a comandar una estructura estatal militar que secuestró, torturó y asesinó premeditadamente a miles de argentinos? El cura Montesini, cuarenta años después de la tragedia, intenta responder esta pregunta que lo atormentó siempre. El final es inesperado y plantea una paradoja estremecedora.

Para matar se necesita un buen plan
Trilogía de Facundo Lorences en la cual se incluyen tres novelas policiales protagonizadas por este abogado penalista que ha logrado esclarecer crímenes enigmáticos en apariencia imposibles de resolver. Las tres novelas se titulan: El enigma del hotel Hyspania, La carpeta del señor Murga y Organización Albatros. Sólo la primera fue editada en papel, las otras dos se incluyen en esta antología sólo en edición digital.


 

  • Hacer clic en los títulos de cada libro para entrar en la sección correspondiente de mi página web (reseña de cada libro) y desde allí hacer clic en el enlace PDF que está al final de cada reseña.




sábado, 8 de julio de 2023

EL CASO FRANCO RINALDI, LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN Y LA HERENCIA PERONISTA

Por Enrique Arenz

 

La defensa de los derechos humanos y de las minorías han sido dos de las banderas más nobles del liberalismo desde su génesis en el siglo XVIII.

Pero ocurrió algo impensado desde finales del siglo XX: pequeños colectivos de individuos muy radicalizados: homosexuales, transexuales, personas no binarias o similares, feminazis, abortistas, ambientalistas extremos, veganos, antivacunas y otros, se instalaron en el mundo occidental con la fuerza y el poder propios de las mayorías rígidas de otros tiempos. Y esos colectivos parecen dispuestos a imponerles, a las mayorías flexibles de hoy, ideologismos y reglas de conducta obligatorias bajo amenaza de cancelación, lo que reduce a esas mayorías a la condición de las indefensas minorías «preliberales».

La política en general, los medios de comunicación y los ámbitos culturales y artísticos apoyan a esas minorías curiosamente «empoderadas», como se dice ahora.

Hoy esas minorías hasta te reescriben textos de escritores clásicos, y las grandes editoriales los aceptan sin chistar. Cuentos para niños son modificados y en el mundo se exige el retiro de determinados libros de las bibliotecas públicas, lo que es equivalente a la quema de libros de otras épocas. Todavía no se metieron con el «Informe sobre ciegos» de Ernesto Sábato, pero podríamos afirmar que hoy el autor de Sobre héroes y tumbas no podría escribir esa atrapante ficción que pone a los ciegos porteños como tenebrosos miembros de una oscura secta que pulula en la red de cloacas de Buenos Aires.

En el 50 aniversario de la muerte de Pablo Picasso, se da la discusión de reducir la proporción de sus obras exhibidas en los museos porque el artista habría sido un misógino y un mal padre que abandonó a sus hijos. En Estados Unidos, una profesora fue obligada a renunciar por enseñar el David de Miguel Ángel a sus alumnos de 11 y 12 años. Este caso de censura tuvo al menos una compensación: en Florencia premiaron a esta docente por haber dado esa clase.

El escritor argentino Martín Caparrós, residente en España, acaba de insultar a los españoles proponiéndoles, en pleno Congreso de la Lengua, que el idioma español deje de llamarse con el nombre de los conquistadores coloniales, y propuso denominarlo «Ñamericano».

Algo parecido ocurre con el llamado «lenguaje inclusivo». Una minoría de intelectuales y políticos de izquierda atropella los derechos de una mayoría sensata que no quiere perder el tiempo discutiendo estupideces, y trata de imponer un lenguaje machacón, reiterativo, despilfarrador de palabras innecesarias y propiciador de la oscuridad lingüística que estropea nuestro bello idioma. Por ahora sólo lo utilizan los gobiernos socialdemócratas, en particular el socialismo que gobierna España, además de nuestro kirchnerismo que ha copiado todo lo malo y vituperable del mundo moderno.

Según nuestro último censo, los no binarios o aquellos que no se autoperciben según su sexo biológico son una ínfima minoría, 8.293 personas, el 0,12 por ciento de la población. Y sin embargo se han dictado leyes absurdas para facilitar la modificación de documentos de identidad, los cambios de nombres y sexo, simplicidad y notable rapidez en estos trámites, etc. (acá y en todo el mundo occidental). Y que no se nos ocurra criticar estos intocables "derechos" porque hasta te pueden demandar judicialmente.

En Bariloche, un hombre acusado de asesinar a su pareja declaró autopercibirse mujer para evitar una condena por femicidio. Y parece que el tribunal lo ha aceptado al cambiar la calificación de femicidio por la de homicidio doblemente calificado, que tiene la misma pena que el femicidio, pero evita que el juez y el fiscal tengan problemas por desconocer un derecho humano tan importante.

No se tolera ni siquiera una expresión humorística que tome para la chanza a algún colectivo. Por ejemplo, los cuentos machistas, que siempre divirtieron por igual a hombres y mujeres; o alguna humorada que se refiera a la homosexualidad en tono de broma inocente. ¿Acaso los homosexuales no se ríen sanamente de ellos mismos? Se suelen ensañar con aquellos que ellos llaman «los mariquitas», porque desdeñan el amaneramiento en el comportamiento de cualquier homosexual.

Los mejores cuentos de judíos han sido creados y difundidos por artistas y humoristas judíos, y es sabido que los sacerdotes suelen divertirse contándose entre ellos cuentos de curas.

Analicemos ahora lo que le sucedió a Franco Rinaldi, candidato a primer legislador porteño en la lista de Jorge Macri. Alguien encontró unos viejos videos humorísticos en los que Rinaldi se burló de un periodista que admitió su homosexualidad en un programa de televisión, dándole a esta confesión el carácter excesivo de una primicia. «¿Qué primicia? Si hace veinte años que sabemos que te hierve la cola», dijo Rinaldi muerto de risa.

¿A alguien sensato le puede parecer que esta frase es discriminatoria? ¿Es acaso homofóbica? Podrá no ser de buen gusto, lo admito, pero en el contexto en que fue pronunciada no puede considerársela ni discriminatoria, ni ofensiva ni homofóbica. La burla estuvo más bien dirigida a la actitud de llamar "primicia" a una confesión personal tan irrelevante, y no a la condición sexual del periodista. En ese sentido, la chacota de Rinaldi fue bastante ingeniosa, aunque, repito, a mí no me parece de buen gusto.

En esos videos Rinaldi dice otras cosas qué sí son serias y reprochables, referidas a las villas de emergencia y a sus habitantes. Tal vez en esto se extralimitó, no porque no tenga derecho a decir libremente lo que dijo, sino porque alguien que habla así de los indigentes, aunque sea en broma, no es el mejor ejemplo para ser un legislador porteño. Pero la corporación periodística sólo salió en defensa del colega afectado y repudió ese video como homofóbico y discriminatorio.

Los radicales de Loustau, con oportunismo electoralista, salieron enseguida a cancelar a Franco Rinaldi. Exigieron que se lo excluya de la lista de candidatos bajo la amenaza de denunciarlo ante la Justicia si no lo hace. Es decir, los democráticos radicales de Lousteau, el autor de la 125, le niegan a Franco Rinaldi su derecho de expresar libremente su humorismo picante, a pesar de que éste ya pidió disculpas y aclaró que no tuvo la menor intención de discriminar ni ofender a nadie.

Vayamos a otro colectivo de la Argentina (y ahora voy a revolver el avispero): nosotros, los liberales. Dentro del grupo de liberales clásicos de la Argentina ha aparecido un subgrupo que se autodenomina «libertario», cuya ideología oculta es el "anarcocapitalismo" diseñado por el economista austríaco Murray Rothbard. Curiosamente su conductor ha logrado la adhesión de cientos de miles de jóvenes enojados que no son liberales y no lo serán nunca. (Pensemos que 4 de cada 6 jóvenes de este tiempo no comprenden los textos al salir de la escuela, ¿cómo podrían aprender en tan poco tiempo una doctrina avanzada como lo es el liberalismo?)

Pero los adherentes a esta corriente no son sólo jóvenes enojados. También muchos intelectuales del liberalismo clásico se han pasado a ella. Algunos muy importantes y de vasta trayectoria intelectual.

Pero nosotros, los liberales clásicos que no sucumbimos a la seducción de ningún líder mesiánico, ni, mucho menos, vamos calladitos detrás de algún león que guía a su manada con rugidos destemplados, seguimos siendo los mismos, un grupo muy importante de personas equilibradas que actúa con respeto y tolerancia hacia las ideas de los demás, que predica una cultura de la convivencia pacífica y del intercambio libre de pensamientos diversos, antes que una ideología política o económica.

En cambio, ese subgrupo libertario surgido dentro de la minoría liberal clásica, es implacable con quienes nos atrevemos, por ejemplo, a discutirlo a su histriónico líder cuando rechazamos sus propuestas, como dolarizar la economía, cerrar el Banco Central, y propiciar la libre portación de armas, por mencionar algunas y no las más vituperables; o cuando simplemente profetizamos con sentido común que dicho líder nunca podrá llegar a la segunda vuelta electoral, y que a lo sumo, le hará perder las elecciones a la principal fuerza opositora del peronismo y logrará, al fragmentar el voto opositor, que su amigo Sergio Massa (y su financista, según denuncian algunos) logre ser electo como el próximo presidente de la Argentina. 

No conciben que alguien opine de esa manera y enseguida recurren al insulto y al maltrato. A Roberto Cachanosky, un prestigioso economista liberal que siempre tuvo una lúcida posición con respecto a la doctrina liberal que divulgó incansablemente durante toda su vida, le han dicho viejo, antiguo, desinformado, retrógrado, fracasado, buscador de un carguito, y otras cosas peores que sólo desnudan a quienes las pronunciaron.

Los seducidos mansos liberales de otros tiempos aprendieron a insultar de su líder, que es un eximio insultador, tanto de «zurdos de mierda» como de liberales clásicos cavernícolas, en lugar de exigirle a ese líder conducta y ética liberal, como debe hacerlo toda persona culta cuando un dirigente que pretende guiarla adopta comportamientos indignos.

Yo tengo una teoría para explicar este fenómeno nuevo en nuestro país: Creo que el peronismo dejó sus genes en toda la población de la Argentina. Nadie se salva de llevar algo peronista en sus neurotransmisores. Ni los militares se salvaron: los generales golpistas soñaban con parecerse a Perón. Los radicales, que fueron muy antiperonistas y hasta participaron de la Revolución Libertadora para voltear a Perón, cuando les tocó ser convencionales constituyentes en la reforma de 1957 demostraron estar colonizados de peronismo (ya en ese tiempo) al incorporar el artículo 14º (Bis) en nuestra Constitución, dislate del que nunca se arrepintieron; como no se arrepintieron de pertenecer a la Internacional Socialista, donde los afilió Alfonsín.

Los libertarios también parecen haber heredado ese gen peronista, pero a ellos les tocó una variante más agresiva, la más autoritaria de todas, que viene bajando desde el propio Perón, el dictador que nunca respetó la democracia ni la libertad de expresión, y que odiaba tanto al periodismo independiente que hasta llegó a confiscar el diario La Prensa para entregárselo a la CGT. ¿No se muestran parecidos los líderes libertarios cuando demandan judicialmente a los periodistas que los critican?

Se recuerda cada tanto que Perón intervino las pocas provincias donde el Justicialismo perdió. Pero suele olvidarse que siempre nombró con su dedo a los candidatos que iban en las listas de todas las jurisdicciones. Lo único que no sabemos es si Perón vendía esas candidaturas en su propio beneficio, aunque posiblemente «el primer trabajador» nunca llegó tan lejos.

Se permite su reproducción

viernes, 17 de marzo de 2023

Alsogaray el 24 de marzo de 1976


ALSOGARAY FUE EL ÚNICO POLÍTICO QUE SE OPUSO AL GOLPE DE ESTADO

Todos los años lo repito para esta época: Un solo político se opuso tenazmente al golpe del 24 de marzo de 1976: el ingeniero Álvaro C. Alsogaray quien en un comunicado público que lleva la fecha 18 de marzo expresó:

"Nada sería más contrario a los intereses del país que precipitar en estos momentos un golpe. Las fuerzas armadas supieron retirarse en mayo de 1973 de la escena política y no deberán volver a ella sino cuando esté realmente en peligro la supervivencia misma de la libertad. Constituyen la última reserva y no deben ser arriesgadas bajo estas condiciones. Entregaron el poder a los líderes políticos, incluyendo entre estos a los dirigentes sindicales y empresarios que actúan en función política, y fueron esos líderes quienes crearon el caos actual. Por lo tanto, son los únicos responsables, los verdaderos y exclusivos culpables de esta gran frustración argentina, y a ellos incumbe enfrentar las consecuencias y resolver, si pueden, el drama en que han sumido al país"

Fue la única voz que se oyó en medio de la impaciencia ciudadana para que el general Videla (que inicialmente se mostraba vacilante) tomara por fin la decisión de encabezar la rebelión militar. El líder de la oposición, Ricardo Balbín, desconcertado, había dicho por televisión que él no tenía soluciones. La gente hablaba en la calle y decía que había que sacar de una vez del poder a esa "pandilla de delincuentes", los diarios no opinaban, sólo informaban cautamente. Sólo La Tarde, creado por Jacobo Timerman y dirigido por su hijo Héctor, fogoneaba la intervención de las Fuerzas Armadas.

Hasta el Partido Comunista, unos días después del 24 de marzo, emitió un comunicado de apoyo a las nuevas autoridades de la Nación, expresando sus deseos de que pusieran orden, terminaran con el terrorismo y ordenaran las cuentas públicas.

Ernesto Sabato declaró poco después del golpe: "La inmensa mayoría de los argentinos rogaba por favor que la fuerzas armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos".

Alsogaray fue el único. Lo intentó por todos los medios, pero fracasó. Él tenía razón, tenían que funcionar las instituciones: "¿Por qué un golpe de Estado habría de liberar a los dirigentes políticos de su culpabilidad?", se preguntaba Alsogaray en su solitario pronunciamiento. "¿Por qué transformarlos en mártires incomprendidos de la democracia precisamente en momentos en que se verán obligados a proclamar su fracaso?"

Una de las ediciones de Clarín del 21 de marzo de 1976, en cuya tapa se muestran dos imágenes: la de Alsogaray, que se oponía al golpe, y la de Jacobo Timerman, que con su diario La Tarde, dirigido por su hijo Héctor, lo fogoneaba.

Y afirmaba su convicción con estas irrebatibles palabras: "Dentro de tres meses el país entero estará clamando que se vayan, pero no como perseguidos sino como culpables. No necesitamos un golpe de estado".

La tesis de Alsogaray era institucional y de gran sentido común: no había que dejarse arrastrar por el clamor civil que presionaba sobre las fuerzas armadas. Éstas debían permanecer unidas, bien cohesionadas y prescindentes mientras se desarrollaban los acontecimientos. Las instituciones de la República debían funcionar de acuerdo con las leyes. Había muchas opciones disponibles, incluyendo el traspaso del poder a la Corte Suprema. Y en última instancia, cuando los acontecimientos se hicieran incontrolables, allí estarían las Fuerzas Armadas, listas, preparadas para impedir el asalto al poder de grupos insurgentes o salir a restablecer el orden a requerimiento siempre de las autoridades legalmente constituidas.

En su libro Experiencias de cincuenta años..., Alsogaray cuenta lo ocurrido en esa época, y según su opinión no había posibilidad de desplazar a la presidente por la vía del juicio político. Asegura que lo único que podía esperarse era una descomposición total del sistema que provocara una reacción del pueblo argentino en las elecciones que debían convocarse para diciembre de 1976.  Alsogaray, a quien tan injustamente se ha querido involucrar en ese golpe, creía en la salida democrática. Había que votar, y que el pueblo pusiera las cosas en su lugar, harto de tanta demagogia, corrupción, desorden e impericia.

"Mi advertencia no tuvo ningún efecto", reconoce con tristeza el ingeniero. "El movimiento estaba ya lanzado y, como siempre ocurre en estos caso, era prácticamente imposible detenerlo. Por otra parte, el entusiasmo por el golpe de Estado en niveles elevados de la comunidad era un factor estimulante para la realización del mismo".

Si alguien podía hacer algo en ese momento para disuadir a los militares de lanzarse a esa peligrosa aventura, era Alsogaray, figura altamente respetada por los sectores castrenses. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, el golpe se hizo, es decir, Alsogaray no pudo concretar uno de sus objetivos más nobles, democráticos y lúcidos de su carrera política de medio siglo.

A cuarenta y siete años de aquellos sucesos, yo prefiero recordar el 24 de marzo de 1976 como el día en que Alsogaray fracasó en su intento por rescatar las instituciones republicanas y salvar la democracia. Recordar ese gesto tan lúcido es la mejor forma de honrar la memoria de ese talentoso hombre público que fue el ingeniero Álvaro C. Alsogaray.


Enrique Arenz

(Se permite su reproducción citando este blog) 


Otros artículos sobre Alsogaray (cliquear en los títulos)

 

sábado, 3 de septiembre de 2022

ACERCA DEL ODIO

 

por Enrique Arenz

Los K. han acuñado el concepto del "odio" para denostar a la Justicia que persigue a los corruptos, a la oposición que impide que se sancionen leyes contrarias a la República, y al periodismo independiente que cumple su trabajo de mostrar lo que se esconde, como en cualquier nación libre del mundo.

Según el diccionario, odio es "Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea".
Si se considera odiadores a quienes sienten antipatía y aversión por la corrupción que saqueó a la Argentina, por el asesinato del fiscal Nisman, por el ataque feroz a uno de los poderes del estado, por la inflación que le quita de la boca el pan a los más pobres, por la decadencia generada por la alianza peronista de izquierda gobernante, por el accionar constante de multitudes arreadas casi a diario a las calles para hacer imposible la vida de las personas que quieren trabajar; si odiadores son los que no soportan la alineación del gobierno con países autocráticos; los que no aceptan ni aceptarán jamás que el Sur se transforme en un violento reinado mapuche alentado por funcionarios; si odiadores son los que aún lloran a sus muertos porque a la vicepresidente se le ocurrió rechazar la vacuna Pfizer que estaba disponible para nosotros y traer en su lugar la Sputnik de su amigo Putin que llegó tarde; si ser odiador es repudiar el encierro dictatorial de casi dos años al que nos sometieron y que arruinó vidas, fortunas y familias enteras; si ser odiador equivale a rechazar el vacunatorio VIP y las fiestas de Olivos, la pobreza en la que han caídos miles y miles de familias de clase media por culpa de la impericia y los prejuicios ideológicos de quienes nos gobiernan, SI TODO ESO ES SER ODIADOR, NO HACIA HACIA ALGUIEN, NO HACIA PERSONAS, SINO HACIA HECHOS INSOPORTABLES, HACIA EL DESASTRE INSTITUCIONAL AL QUE NOS ESTÁN ARRASTRANDO, ENTONCES YO ME CONSIDERO UN ODIADOR, PORQUE ODIAR LO QUE NOS ESTÁ PASANDO ES SINÓNIMO DE RESPONSABILIDAD CÍVICA Y PATRIOTISMO. Odiamos la corrupción, odiamos el ataque hacia nuestra sabia Constitución que algunos consideran anticuada porque garantiza nuestros derechos y establece un sistema de control entre tres poderes independientes, odiamos que una minoría de ignorantes se sientan con el derecho de transformarnos en un rebaño para parecernos a Venezuela o Nicaragua.
No le deseamos el mal a nadie, sólo queremos castigo justo, dentro de la Ley y del estado de Derecho para los ladrones y para los asesinos de Nisman, y el castigo moral e inhabilitación perpetua para los que dejaron morir a miles de argentinos por razones miserablemente geopolíticas. Odiamos, en fin, que esta Nación se desintegre en mil pedazos y que tal vez no lleguemos a tiempo para rescatarla.

sábado, 22 de enero de 2022

LA LIBERTAD INDIVIDUAL Y EL ESTADO, SEGÚN LA SANA DOCTRINA LIBERAL


Fragmento del Cap. 5º del libro "Libertad: un sistema de fronteras móviles", de Enrique  Arenz (1986)

Los límites del Estado han sido siempre un motivo de discusión, ya que de la misma manera con que algunos pretenden llevar su poder hasta extremos en que el hombre se transforma en su siervo, otros pretenden negar toda forma de autoridad política, aduciendo que el menor atisbo de coerción gubernamental implica pérdida de libertad.

Ninguna de ambas posiciones es aceptable. Es más, constituyen las dos caras de una misma moneda totalitaria: el colectivismo y el anarquismo.

Von Mises se encargó de aclarar, con estas palabras los fundamentos del orden jurídico en un sistema de libertad: “Mientras el gobierno, es decir, el aparato social de autoridad y mando, limita sus facultades de coerción y violencia a impedir la actividad antisocial, la libertad individual prevalece intacta. Esta coerción no limita la libertad del hombre, pues aunque éste decidiera prescindir del orden jurídico y el gobierno, no podría al mismo tiempo disfrutar de las ventajas de la cooperación social, y actuar sin frenos obedeciendo a sus instintos de violencia y rapacidad”.

En efecto, cuando las personas delegan la defensa de su libertad en una organización social, no renuncian a dicha libertad, ya que lo que quieren es precisamente preservarla. A lo que renuncian es a la irracionalidad y a la violencia. Por eso nadie puede ser libre si no se desenvuelve en un medio social donde todas las personas hayan pactado cooperar entre sí para ser libres.

Es obvio que los gobiernos carecerían de toda justificación moral si las personas no tuvieran aquellos instintos de rapacidad y violencia que los llevan a enfrentar permanentemente entre sí. De no existir reglas estipuladas de convivencia y una fuerza defensiva organizada, los más fuertes e inescrupulosos terminarían por someter a los más débiles e indefensos. La justificación moral de todo gobierno se nutre en un derecho natural de todo ser viviente: usar de la fuerza para defenderse de las acciones destructivas de los demás.

Nadie pone en duda que el derecho más elemental e incuestionable de todo ser humano es el derecho a vivir y a conservar la propia existencia. Este derecho, lógicamente, implica el uso de los medios adecuados para la obtención del sustento y la preservación de la vida y la salud. (Recuérdese que hay una sola cosa que una persona puede hacer sin medios: dejarse morir). Ahora bien, si admitimos el presupuesto del derecho a la vida y al uso de los medios idóneos para defenderla, fácilmente deducimos que el hombre es libre para elegir, usar y disponer de una variedad ilimitada e imponderable de dichos medios con los cuales ha de conservar la vida, ponerla a cubierto de futuros riesgos, asegurar la supervivencia y bienestar de los hijos, acumular reservas para la vejez y eventuales enfermedades y, finalmente, alcanzar fines superiores. Nadie puede razonablemente negarle al hombre tales lógicas atribuciones, con lo cual queda claramente perfilado su derecho natural e inalienable a poseer bienes y disponer libremente de ellos. He aquí el sentido de la propiedad privada.

Pero la propiedad privada sería ilusoria si no se la protegiera en forma efectiva mediante el orden jurídico. Los más fuertes y violentos impedirían este derecho a los más débiles y terminarían por apropiarse de todo. La vida humana se extinguiría en el planeta.

En todos los tiempos han existido hombres pacíficos y hombres violentos. Personas buenas y personas malas. Los pacíficos han intentado vivir en comunidad, trabajando, creando e intercambiando libremente el fruto de su trabajo. Pero los violentos, han utilizado sus energías destructoras para imponer su voluntad a sus semejantes y apropiarse por la fuerza de las energías creadoras de los demás.

He aquí, en esta realidad de la condición humana, la primera amenaza a la libertad del ser humano. Caín impone su violencia homicida sobre el pacífico Abel. El Antiguo Testamento nos muestra descarnadamente esta trágica circunstancia que habrá de acompañar eternamente el destino del hombre: la libertad y su amenaza permanente. El hombre pacífico frente a su tirano, el hombre violento.

Como se recordará, Leonard Read define a esta realidad como “el único problema social que existe”, ya que todo lo demás queda en la jurisdicción de lo creativo y lo individual.

Según hemos visto, el derecho a la vida y a conservar la propia existencia, implica necesariamente el derecho a la libre elección de los medios con los cuales lograr tales primarios fines. No cabe pues duda de que la libertad individual es un derecho anterior al hombre mismo ya que proviene de su Creador que lo dotó de la voluntad de vivir y del instinto de la supervivencia. La libertad, sin embargo (y esto también lo dijimos), sólo es posible en un contexto de organización social, ya que el hombre primitivo jamás pudo ejercerla. Es, por lo tanto, un derecho que requiere el voluntario propósito de cultivarlo (la conciencia del hombre libre es, en rigor, un estado cultural), un derecho que exige una clara convicción de su conveniencia social y, sobre todo, una firme decisión de preservarlo. La manera moderna de ejercer la libertad individual (sobre todo en el plano económico que es donde alcanza su máxima significación social) constituye, como afirmamos al principio de este capítulo, la gran conquista de la civilización occidental. Pero una conquista constantemente amenazada y puesta en tela de juicio. Por ello la libertad es un derecho que debe ser defendido todos los días, un derecho ligado a la vida misma que -al igual que ésta- se halla expuesta a mil peligros y acechanzas.

Por esta razón la libertad no es posible sin los medios adecuados para defenderla. Ahora bien, cualquiera tiene el derecho moral de impedir las acciones destructivas de los demás. Pero, por las razones que analizaremos a continuación, la persona pacífica no puede enfrentar por sí misma a los seres violentos que amenazan su libertad.

En primer lugar porque la persona pacífica que dedica todas sus energías creativas a su trabajo, no puede estar de vigilante, temeroso de las acechanzas de los demás. Y aunque así lo hiciera, su reducido ámbito de información no le permitiría conocer los peligros que se ciernen sobre su vida y bienes, tramados a veces a mucha distancia.

Porque si cada individuo se hiciera cargo personalmente de su propia defensa, tendríamos en la Argentina 40 millones de tribunales de justicia, cada cual con su propia concepción del derecho.

Porque al hombre sólo le está moralmente permitido usar la “fuerza defensiva” y jamás la “fuerza agresiva”. La diferencia entre ambas es demasiado sutil para que cada cual la interprete a su manera.

Y finalmente el argumento más convincente: porque si se trata de imponerse por el uso de la fuerza, es imprescindible el empleo de las armas, y en este terreno siempre ganan los que las manejan mejor. Entre una persona laboriosa y pacífica y un delincuente, sin duda este último habrá de manejar más hábilmente las armas. Si cada cual estuviese librado a su propia defensa, los delincuentes no tardarían en erigirse en gobernantes y someter por la fuerza agresiva a todos los seres pacíficos.

Con lo cual no podemos sino llegar a la siguiente conclusión: El hombre debe delegar la defensa de su libertad en una organización que utilice con carácter de monopolio la fuerza defensiva, a fin de enfrentar -orgánica y eficientemente- el único problema social que existe: las agresiones de algunos individuos contra la libertad individual. De ahí la necesidad de que exista un gobierno y un orden jurídico.

La organización de un Estado sólo se justifica, entonces, en la necesidad de los individuos de defenderse contra las acciones humanas que inhiben la energía creadora y su libre intercambio. Un gobierno justo deriva de esta única motivación: la necesidad común de todos los hombres de protegerse contra aquellos que quisieran limitar sus posibilidades creativas.

“El principio que justifica la organización, por parte de la sociedad, de una función defensiva -nos advierte Leonard Read-, impone limitaciones a lo que debe realizar dicha organización. En una palabra, la limitación del derecho reside en la propia justificación del derecho. La fuerza es una cosa peligrosa. Por lo tanto, la función organizada de la sociedad es un instrumento peligroso. Contrariamente a lo que algunos sostienen, no es un mal necesario. Siempre que se limite a su debido alcance defensivo, es un bien positivo. Cuando excede sus justas limitaciones y se convierte en una agresión, no es un mal necesario sino un mal, directamente.”

Es simple deducir que las facultades de un Estado están limitadas por los mismos principios que justificaron su creación. Si ningún individuo tiene el derecho de gobernar a otro, mucho menos la asociación de muchos individuos (el Estado) formada precisamente para proteger a sus integrantes de aquellos que aspiran a imponerles su voluntad por la fuerza, podría asumir facultades que el individuo no tiene. Es decir, si yo me organizo junto a otros individuos en una sociedad para evitar que los merodeadores violentos intenten limitar mi libertad, mal puedo aceptar que esa misma sociedad vaya más allá de sus fines y avance sobre los derechos para cuya preservación fue creada.

Podemos, en fin, hacer un resumen de lo expresado hasta aquí diciendo que el ámbito donde la criatura humana puede desarrollar al máximo sus potencialidades creativas e intercambiar libremente sus energías en una cooperación voluntaria que beneficia a todos, es la libertad individual. Como dicha libertad está siempre amenazada, el hombre debe hacer algo para preservarla. El Estado, pues, es la consecuencia de la necesidad del hombre de proteger su libertad. Por tal razón el Estado es una organización subordinada al hombre que tiene, por definición, facultades estrictamente limitadas. Si estos límites defensivos son sobrepasados, cosa que ocurre hoy, lamentablemente, en todos los países del mundo, el individuo pierde independencia y ve interferida y reducida su esfera privada de acción.

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Estos dos ensayos están agotados, pero se pueden bajar gratuitamente del sitio oficial del autor: Enrique Arenz, escritor argentino 
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