martes, 1 de marzo de 2011

VARGAS LLOSA Y NUESTROS INTELECTUALES



por Enrique Arenz

Cuando el año pasado le dieron a Mario Vargas Llosa el merecido Premio Nobel de Literatura, los intelectuales izquierdistas argentinos murmuraron y gruñeron un poco, pero lo hicieron por lo bajo, con prudente sordina, porque no se atrevieron a cuestionar los méritos literarios del autor de Conversaciones en La Catedral. A Vargas Llosa y a Borges sólo se los puede atacar por sus posiciones políticas, jamás por su literatura, porque eso los cubriría de ridículo.

Pero bastó que la Fundación El Libro tuviera la buena idea de invitar al peruano a la inauguración de la próxima Feria Internacional del Libro para que aflorara el rencor ideológico y estallaran las proclamas descalificatorias.

“Me produjo una enorme indignación que Vargas Llosa venga a abrir la Feria después de lo que dijo de la Argentina”, declaró a La Nación el filósofo y escritor José Pablo Feinmann. Pero Vargas Llosa jamás habló mal de la Argentina, criticó al gobierno argentino, que es una cosa muy distinta. ¡Y qué certero fue todo lo que dijo! “Esta es una verdad descomunal”, podría haber dicho con su lenguaje ampuloso el propio Feinmann, si no hubiera sido un declarado cristinista.

Un grupo de intelectuales redactó una solicitada que tal vez podamos ver publicada muy próximamente, pero que por ahora anda buscando adhesiones por los ámbitos culturales de Buenos Aires. Entre los que ya firmaron figuran, según La Nación: Mario Goloboff, Vicente Battista, Liliana Heker y Horacio González. También participarían algunos actores, cantantes e intelectuales de Carta Abierta. En ese borrador consideran que la visita de Vargas Llosa “sería inoportuna y agraviante para la cultura nacional (sic), y para con las preferencias democráticas y mayoritarias de nuestro pueblo (¡sic!)”.

¡Nuestro pueblo! Habría que hacerles saber a estos patrones de la cultura nacional que hace décadas que nuestro pueblo tiene grandes dificultades para ampliar sus horizontes literarios porque casi toda la literatura que se publica, se premia y se reseña elogiosamente en los suplementos y revistas culturales de los principales diarios capitalinos (se salvan algunos del interior), es mediocre, ideologizada y aburrida. Igual que el cine subvencionado, el teatro mal llamado independiente y las artes plásticas, salvo notable excepciones.

Es que para existir y asomar la cabeza en el mundillo cultural argentino, para que los jurados de los concursos nominen una obra y para que los críticos se dignen a posar su vista sobre ella, el autor debe  ser de izquierda, progresista, comprometido socialmente y resentido contra “el sistema”. No se le ocurra a un artista ser liberal, o indiferente a las ideologías, o un  hombre de fe religiosa, o simplemente un demócrata que repudia las dictaduras y los populismos demagógicos, como es el caso de Vargas Llosa. Si uno es así será tildado de derechista y no podrá salir de su exilio cultural: directamente no existirá. Vargas Llosa, en la Argentina de hoy, no habría sido nadie.

Hace años que vengo denunciando el ideologismo de izquierda predominante en los cenáculos culturales de nuestro país, en donde sus miembros, al igual que en el Sindicato de escritores de la Unión Soviética en tiempos de Boris Pasternak, se han adueñado de todas las instituciones, foros y espacios culturales, inclusive   de­n­tro de empresas privadas, sociedades civiles o fundaciones que nada tienen que ver con esas ideologías anacrónicas.

Se trata de un ideologismo áspero por lo intolerante, autoritario, reclutador de voluntades, ninguneador y destructor de los artistas que piensan diferente. Aunque la izquierda haya fracasado militar, política y económicamente en todo el mundo, ellos han copado la cultura como una gigantesca ameba. Aquí más que en ninguna parte. No estoy exagerando, la cultura es de ellos, les pertenece a ellos.
Muchas de estas personas pueden ser honestas y bien intencionadas, algunas tal vez han desarrollado una adaptación de sobrevivencia, aun cuando no creen en las proclamas que les hacen firmar. Pero observemos su militancia revisionista de la historia cultural: condenan sin piedad a los artistas y científicos que en el pasado colaboraron o simpatizaron con los regímenes de extrema derecha, y al mismo tiempo dispensan buenamente a quienes respaldaron con su silencio, su justificación y hasta su ayuda, los crímenes de Stalin, Mao, Ho Chi Minh y Fidel Castro. Es lo que Edmund Amis denominó acertadamente "la asimetría de la indulgencia", una suerte de enfermedad espiritual que afecta a todos estos intelectuales.

Por ejemplo, el fallecido escritor Tomás Eloy Martínez, en uno de sus últimos artículos publicados en La Nación, fue impiadoso con el escritor alemán Hanns Heinz Ewers, a quien llamó impropiamente “el escritor de Hitler”, nada más que porque éste admiraba la ciencia ficción del notable autor de La mandrágora. Es sabido que Ewers se sintió inicialmente seducido por Hitler, pero por la sola vanidad, tan traicionera y cegadora en los artistas (y ese defecto lo podemos ver ahora mismo), de sentirse elogiado y admirado. Pero terminó cruelmente perseguido por el nazismo. Y su obra es valiosa y perdurable. También se ensañó Eloy Martínez, en el mismo artículo, con el compositor alemán Richard Strauss, por sus inclinaciones filonazis, y hasta se acordó rencorosamente de nuestro pobre y genial Leopoldo Lugones, que equivocadamente apoyó el golpe de 1930.

Pero se olvidó de mencionar, siquiera al pasar, a los célebres artistas e intelectuales que apoyaron a Stalin y toleraron y hasta justificaron sus crímenes, artistas como Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Pablo Picasso, y hasta notables filósofos como Bertrand Russell y Jean Paul Sartre. Este último llegó al extremo de negar el gulag soviético.

Gabriel García Márquez fue, en su país, Colombia, nada menos que un oficial de la organización argentina Montoneros (1). ¿Alguien lo ha cuestionado literariamente por esa siniestra complicidad, o porque cada tanto viaje a Cuba para dar talleres literarios gratuitos invitado por su amigo Fidel Castro? O el escritor portugués José Saramago, otro Premio Nobel, también amigo de Fidel, "comunista hormonal", como se describe orgullosamente a sí mismo. Por no hablar de los cientos de intelectuales que hoy admiran y apoyan al régimen cubano, o a dictadorzuelos neomarxistas, sostenedores de las FARC, como Chávez y Correa.

A quienes no somos de izquierda no se nos ocurriría rechazar la visita de ninguno de ellos, porque como artistas los respetamos y admiramos, aunque lamentemos sus ideologías vetustas y sus posiciones políticas.

En esta tesitura están prácticamente todos los intelectuales argentinos que han alcanzado alguna notoriedad pública. Notoriedad que en muchos casos no deben al mérito ni al talento ni al esfuerzo persistente sino a la militancia corporativa que los cobija y encumbra. Se alientan, se dan manija entre ellos, llevan un tren de vida que contradice en muchos casos sus ideas y se desesperan por lograr una tajadita del presupuesto oficial.

Estos intelectuales tienen todo el derecho del mundo de creer en sus ideas. Claro que tienen derecho. Decir lo contrario sería actuar como ellos. También tienen derecho de generar un arte social progresista y revolucionario. Pero, atención,  hay un límite moral que nadie puede trasponer sin perder el honor y la credibilidad:  Ese límite consiste en reconocer, con honestidad intelectual (y escribirlo y proclamarlo, clara y explícitamente), que todas las tiranías, persecuciones políticas, vejámenes y crímenes contra la humanidad son condenables, sean de derecha o sean de izquierda, sin excusas, sin peros, sin pretextos amañados. Y aceptar que los intelectuales y artistas que colaboraron alguna vez con esos regímenes merecerían, si se equivocaron en buena fe, igualitaria indulgencia, y si no, el mismo repudio de la historia. Porque no hay dictaduras malas y dictaduras buenas. Todas son abominables y repulsivas. Todas. Al menos ante la fina sensibilidad de un verdadero artista.

Karl Popper, el enemigo intelectual número uno del comunismo, reconoció que en su juventud fue atrapado intelectual y moralmente por el marxismo, y que las terribles purgas y crímenes de Stalin eran, para los jóvenes idealistas de esos tiempos, justificables, una suerte de mal menor para alcanzar el soñado paraíso socialista, teniendo en cuenta que se trataba de cambiar al ser humano para lograr un futuro venturoso de felicidad y prosperidad sin explotación ni clases sociales. Algo parecido le sucedió a nuestro Julio Cortázar, que se enamoró de la revolución cubana y nunca se inquietó por los crímenes de lesa humanidad que perpetró Fidel Castro desde el primer día.

Por fortuna, la mentalidad crítica de Popper lo desengañó y liberó de esa trampa ideológica en muy poco tiempo. Sin embargo, él mismo admite que tardó veinti­séis años en animarse a divulgar sus divergencias porque "no quería apoyar indirectamente al fascismo". ¡Ni siquiera una inteligencia tan vasta como la de Popper logró despojarse, durante veintiséis años, del prejuicio según el cual ser un severo crítico del marxismo implica ser funcional a la ultraderecha!

Yo reconozco con humildad que después de muchos intentos (aunque he leído, pensado y escrito mucho acerca del Síndrome izquierdoso), he fracasado en mi aspiración de entender cuál es el mecanismo mental que lleva a los intelectuales y artistas, dotados de inteligencia cognitiva, sensibilidad superior y sentimientos humanitarios profundos, a repudiar una determinada categoría de tiranía criminal y aceptar y defender otra igualmente inhumana y destructiva. Y sobre todo: qué los lleva a ser tan intolerantes y despiadados con los que piensan, escriben o crean  inspirados en otras ideas y con diferentes conceptos estéticos.

Vargas Llosa es un demócrata liberal que ha luchado contra todas las tiranías y ha combatido todos los populismos de América. Jamás ha callado lo que piensa.

Su presencia en nuestra Feria Internacional del Libro será una honrosa distinción que atenuará el dolor de nuestro aislamiento internacional y nos permitirá admirar su personalidad imponente y escuchar sus cautivantes palabras.

Pero como sabemos que habrá escraches y movilizaciones como las que le hicieron, también en esa Feria, a la médica cubana doctora Hilda Molina, yo le aconsejaría que reflexione, que no venga, que se quede cómodamente en Europa disfrutando de su merecida gloria en un mundo civilizado y tolerante.

1)   Revelado por el fiscal nacional de Casación Juan Martín Romero Victorica en el programa "Poder Vacante" de Jorge Asís en Crónica TV).

(Se permite su reproducción. Se ruega citar este blog y hacer un enlace)