martes, 6 de marzo de 2012

En defensa de los docentes

NO HAY PROFESIÓN MÁS IMPORTANTE QUE LA DEL MAESTRO

por Enrique Arenz

No es verdad que los docentes argentinos trabajan cuatro horas y descansan tres meses, pero ojalá fuera así, ojalá disfrutaran de esas ventajas y de un sueldo digno que jamás tuvieron desde Sarmiento hasta hoy. No porque merezcan privilegios sino por razones de lógica económica y de escala intelectual.

En el mundo de hoy, los trabajadores mejoran sus ingresos si aumentan su productividad, y para que se produzca ese fenómeno se necesitan dos componentes: la capacitación del trabajador y  las modernas tecnologías.

Ahora bien, la docencia, (que es formadora de futuros trabajadores y técnicos productivos), por sus características, no ha aumentado su productividad en siglos. Sin embargo vemos que en los países centrales es una de las profesiones más respetadas y mejor remuneradas. Alguien podrá preguntarse: si no aumentó su rendimiento, ¿por qué una maestra puede hoy comprarse un automóvil?

La ciencia económica lo explica. Primero: la sociedad sabe que hay que sustraer a los docentes del mercado laboral que los tienta hacia otras actividades más rentables, simplemente porque una sociedad moderna y altamente productiva necesita excelentes maestros y profesores, y para que no abandonen las aulas hay que ofrecerles buenos sueldos y ventajosas condiciones de trabajo; y segundo: en el mercado impera la ley de los menores costos, y cuando las empresas reducen sus costos de producción por la inversión tecnológica, los ahorros de capital así logrados benefician al conjunto de los consumidores sin discriminar entre quienes han alcanzado mayor o menor productividad.

Raymond Ruyer lo explica claramente: “Un profesor de 
gramática puede comprar ahora un automóvil no porque haya aumentado su rendimiento como profesor, sino porque los productores de automóviles han aumentado su rendimiento como productores”

Un cirujano suele cobrar elevados honorarios por una operación que le lleva un par de horas. No por ello es un privilegiado. Todos comprendemos que sus conocimientos y su responsabilidad merecen esa remuneración. ¿Cuánto tiempo le lleva a un abogado redactarnos esa carta documento por la que tendremos que pagar un elevado honorario? ¿Por qué el respeto y la consideración social y política de un maestro no tiene que ser similar a la que le tributamos a un médico o a un abogado?

Las tres actividades: maestro, médico y abogado, son  nobles profesiones que requieren vocación, exigente estudio, perfeccionamiento constante, altísima responsabilidad personal y a veces hasta valentía y nervios de acero.

Pero la del maestro es la más trascendente porque sin ella no habría otras profesiones. ¿Acaso es menos importante educar responsablemente a treinta niños en un aula que extirpar un apéndice o redactar un par de carillas legalmente eficaces? 

Vapulear a los maestros por la cantidad de horas que permanecen ante sus alumnos, y comparar el régimen docente con el que cumplen otros empleados públicos o trabajadores no sólo es ofensivo y desalentador para miles de maestros, es también de una pobreza cultural alarmante, y un mal ejemplo para una sociedad extraviada en sus valores que ya tiene una tendencia natural a nivelar todo por lo más bajo, donde el peón envidia al constructor y el chacarero odia al pool de siembra. La política argentina estimula estos rencores cuando debiera educar para que todos intenten prosperar en base a la superación personal, y emulen a quienes han logrado mejores posiciones en base a capacidad y trabajo honrado. 

En las sociedades desarrolladas y cultas predomina el concepto de valoración diferencial de los aportes que cada profesión y cada ciudadano hace al conjunto. Hay jerarquías de méritos, esfuerzos y resultados.

Lo que sí debiéramos evitar es que los docentes se vean obligados a hacer dobles turnos para poder vivir decorosamente. Cuatro horas al frente de un aula, y muchas horas más de preparación y planificación de tareas en su casa, si esas horas están invertidas con seriedad y amor hacia los educandos, que son nuestros hijos y nietos, tienen que ser suficientes para ganar no los "diez mil pesos de básico" que chicaneó el ministro Sileoni como si fuera una fortuna, sino muchísimo más. Porque tal vez el ministro y la presidente no lo sepan, pero hoy con diez mil pesos un educador tampoco podría vivir dignamente. 

Mi solidaridad con los maestros argentinos que a pesar de tantas ingratitudes e injusticias se esfuerzan por educar a nuestros niños en medio de condiciones cada vez más difíciles, hostiles y peligrosas.

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