sábado, 8 de julio de 2023

EL CASO FRANCO RINALDI, LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN Y LA HERENCIA PERONISTA

Por Enrique Arenz

 

La defensa de los derechos humanos y de las minorías han sido dos de las banderas más nobles del liberalismo desde su génesis en el siglo XVIII.

Pero ocurrió algo impensado desde finales del siglo XX: pequeños colectivos de individuos muy radicalizados: homosexuales, transexuales, personas no binarias o similares, feminazis, abortistas, ambientalistas extremos, veganos, antivacunas y otros, se instalaron en el mundo occidental con la fuerza y el poder propios de las mayorías rígidas de otros tiempos. Y esos colectivos parecen dispuestos a imponerles, a las mayorías flexibles de hoy, ideologismos y reglas de conducta obligatorias bajo amenaza de cancelación, lo que reduce a esas mayorías a la condición de las indefensas minorías «preliberales».

La política en general, los medios de comunicación y los ámbitos culturales y artísticos apoyan a esas minorías curiosamente «empoderadas», como se dice ahora.

Hoy esas minorías hasta te reescriben textos de escritores clásicos, y las grandes editoriales los aceptan sin chistar. Cuentos para niños son modificados y en el mundo se exige el retiro de determinados libros de las bibliotecas públicas, lo que es equivalente a la quema de libros de otras épocas. Todavía no se metieron con el «Informe sobre ciegos» de Ernesto Sábato, pero podríamos afirmar que hoy el autor de Sobre héroes y tumbas no podría escribir esa atrapante ficción que pone a los ciegos porteños como tenebrosos miembros de una oscura secta que pulula en la red de cloacas de Buenos Aires.

En el 50 aniversario de la muerte de Pablo Picasso, se da la discusión de reducir la proporción de sus obras exhibidas en los museos porque el artista habría sido un misógino y un mal padre que abandonó a sus hijos. En Estados Unidos, una profesora fue obligada a renunciar por enseñar el David de Miguel Ángel a sus alumnos de 11 y 12 años. Este caso de censura tuvo al menos una compensación: en Florencia premiaron a esta docente por haber dado esa clase.

El escritor argentino Martín Caparrós, residente en España, acaba de insultar a los españoles proponiéndoles, en pleno Congreso de la Lengua, que el idioma español deje de llamarse con el nombre de los conquistadores coloniales, y propuso denominarlo «Ñamericano».

Algo parecido ocurre con el llamado «lenguaje inclusivo». Una minoría de intelectuales y políticos de izquierda atropella los derechos de una mayoría sensata que no quiere perder el tiempo discutiendo estupideces, y trata de imponer un lenguaje machacón, reiterativo, despilfarrador de palabras innecesarias y propiciador de la oscuridad lingüística que estropea nuestro bello idioma. Por ahora sólo lo utilizan los gobiernos socialdemócratas, en particular el socialismo que gobierna España, además de nuestro kirchnerismo que ha copiado todo lo malo y vituperable del mundo moderno.

Según nuestro último censo, los no binarios o aquellos que no se autoperciben según su sexo biológico son una ínfima minoría, 8.293 personas, el 0,12 por ciento de la población. Y sin embargo se han dictado leyes absurdas para facilitar la modificación de documentos de identidad, los cambios de nombres y sexo, simplicidad y notable rapidez en estos trámites, etc. (acá y en todo el mundo occidental). Y que no se nos ocurra criticar estos intocables "derechos" porque hasta te pueden demandar judicialmente.

En Bariloche, un hombre acusado de asesinar a su pareja declaró autopercibirse mujer para evitar una condena por femicidio. Y parece que el tribunal lo ha aceptado al cambiar la calificación de femicidio por la de homicidio doblemente calificado, que tiene la misma pena que el femicidio, pero evita que el juez y el fiscal tengan problemas por desconocer un derecho humano tan importante.

No se tolera ni siquiera una expresión humorística que tome para la chanza a algún colectivo. Por ejemplo, los cuentos machistas, que siempre divirtieron por igual a hombres y mujeres; o alguna humorada que se refiera a la homosexualidad en tono de broma inocente. ¿Acaso los homosexuales no se ríen sanamente de ellos mismos? Se suelen ensañar con aquellos que ellos llaman «los mariquitas», porque desdeñan el amaneramiento en el comportamiento de cualquier homosexual.

Los mejores cuentos de judíos han sido creados y difundidos por artistas y humoristas judíos, y es sabido que los sacerdotes suelen divertirse contándose entre ellos cuentos de curas.

Analicemos ahora lo que le sucedió a Franco Rinaldi, candidato a primer legislador porteño en la lista de Jorge Macri. Alguien encontró unos viejos videos humorísticos en los que Rinaldi se burló de un periodista que admitió su homosexualidad en un programa de televisión, dándole a esta confesión el carácter excesivo de una primicia. «¿Qué primicia? Si hace veinte años que sabemos que te hierve la cola», dijo Rinaldi muerto de risa.

¿A alguien sensato le puede parecer que esta frase es discriminatoria? ¿Es acaso homofóbica? Podrá no ser de buen gusto, lo admito, pero en el contexto en que fue pronunciada no puede considerársela ni discriminatoria, ni ofensiva ni homofóbica. La burla estuvo más bien dirigida a la actitud de llamar "primicia" a una confesión personal tan irrelevante, y no a la condición sexual del periodista. En ese sentido, la chacota de Rinaldi fue bastante ingeniosa, aunque, repito, a mí no me parece de buen gusto.

En esos videos Rinaldi dice otras cosas qué sí son serias y reprochables, referidas a las villas de emergencia y a sus habitantes. Tal vez en esto se extralimitó, no porque no tenga derecho a decir libremente lo que dijo, sino porque alguien que habla así de los indigentes, aunque sea en broma, no es el mejor ejemplo para ser un legislador porteño. Pero la corporación periodística sólo salió en defensa del colega afectado y repudió ese video como homofóbico y discriminatorio.

Los radicales de Loustau, con oportunismo electoralista, salieron enseguida a cancelar a Franco Rinaldi. Exigieron que se lo excluya de la lista de candidatos bajo la amenaza de denunciarlo ante la Justicia si no lo hace. Es decir, los democráticos radicales de Lousteau, el autor de la 125, le niegan a Franco Rinaldi su derecho de expresar libremente su humorismo picante, a pesar de que éste ya pidió disculpas y aclaró que no tuvo la menor intención de discriminar ni ofender a nadie.

Vayamos a otro colectivo de la Argentina (y ahora voy a revolver el avispero): nosotros, los liberales. Dentro del grupo de liberales clásicos de la Argentina ha aparecido un subgrupo que se autodenomina «libertario», cuya ideología oculta es el "anarcocapitalismo" diseñado por el economista austríaco Murray Rothbard. Curiosamente su conductor ha logrado la adhesión de cientos de miles de jóvenes enojados que no son liberales y no lo serán nunca. (Pensemos que 4 de cada 6 jóvenes de este tiempo no comprenden los textos al salir de la escuela, ¿cómo podrían aprender en tan poco tiempo una doctrina avanzada como lo es el liberalismo?)

Pero los adherentes a esta corriente no son sólo jóvenes enojados. También muchos intelectuales del liberalismo clásico se han pasado a ella. Algunos muy importantes y de vasta trayectoria intelectual.

Pero nosotros, los liberales clásicos que no sucumbimos a la seducción de ningún líder mesiánico, ni, mucho menos, vamos calladitos detrás de algún león que guía a su manada con rugidos destemplados, seguimos siendo los mismos, un grupo muy importante de personas equilibradas que actúa con respeto y tolerancia hacia las ideas de los demás, que predica una cultura de la convivencia pacífica y del intercambio libre de pensamientos diversos, antes que una ideología política o económica.

En cambio, ese subgrupo libertario surgido dentro de la minoría liberal clásica, es implacable con quienes nos atrevemos, por ejemplo, a discutirlo a su histriónico líder cuando rechazamos sus propuestas, como dolarizar la economía, cerrar el Banco Central, y propiciar la libre portación de armas, por mencionar algunas y no las más vituperables; o cuando simplemente profetizamos con sentido común que dicho líder nunca podrá llegar a la segunda vuelta electoral, y que a lo sumo, le hará perder las elecciones a la principal fuerza opositora del peronismo y logrará, al fragmentar el voto opositor, que su amigo Sergio Massa (y su financista, según denuncian algunos) logre ser electo como el próximo presidente de la Argentina. 

No conciben que alguien opine de esa manera y enseguida recurren al insulto y al maltrato. A Roberto Cachanosky, un prestigioso economista liberal que siempre tuvo una lúcida posición con respecto a la doctrina liberal que divulgó incansablemente durante toda su vida, le han dicho viejo, antiguo, desinformado, retrógrado, fracasado, buscador de un carguito, y otras cosas peores que sólo desnudan a quienes las pronunciaron.

Los seducidos mansos liberales de otros tiempos aprendieron a insultar de su líder, que es un eximio insultador, tanto de «zurdos de mierda» como de liberales clásicos cavernícolas, en lugar de exigirle a ese líder conducta y ética liberal, como debe hacerlo toda persona culta cuando un dirigente que pretende guiarla adopta comportamientos indignos.

Yo tengo una teoría para explicar este fenómeno nuevo en nuestro país: Creo que el peronismo dejó sus genes en toda la población de la Argentina. Nadie se salva de llevar algo peronista en sus neurotransmisores. Ni los militares se salvaron: los generales golpistas soñaban con parecerse a Perón. Los radicales, que fueron muy antiperonistas y hasta participaron de la Revolución Libertadora para voltear a Perón, cuando les tocó ser convencionales constituyentes en la reforma de 1957 demostraron estar colonizados de peronismo (ya en ese tiempo) al incorporar el artículo 14º (Bis) en nuestra Constitución, dislate del que nunca se arrepintieron; como no se arrepintieron de pertenecer a la Internacional Socialista, donde los afilió Alfonsín.

Los libertarios también parecen haber heredado ese gen peronista, pero a ellos les tocó una variante más agresiva, la más autoritaria de todas, que viene bajando desde el propio Perón, el dictador que nunca respetó la democracia ni la libertad de expresión, y que odiaba tanto al periodismo independiente que hasta llegó a confiscar el diario La Prensa para entregárselo a la CGT. ¿No se muestran parecidos los líderes libertarios cuando demandan judicialmente a los periodistas que los critican?

Se recuerda cada tanto que Perón intervino las pocas provincias donde el Justicialismo perdió. Pero suele olvidarse que siempre nombró con su dedo a los candidatos que iban en las listas de todas las jurisdicciones. Lo único que no sabemos es si Perón vendía esas candidaturas en su propio beneficio, aunque posiblemente «el primer trabajador» nunca llegó tan lejos.

Se permite su reproducción

viernes, 17 de marzo de 2023

Alsogaray el 24 de marzo de 1976


ALSOGARAY FUE EL ÚNICO POLÍTICO QUE SE OPUSO AL GOLPE DE ESTADO

Todos los años lo repito para esta época: Un solo político se opuso tenazmente al golpe del 24 de marzo de 1976: el ingeniero Álvaro C. Alsogaray quien en un comunicado público que lleva la fecha 18 de marzo expresó:

"Nada sería más contrario a los intereses del país que precipitar en estos momentos un golpe. Las fuerzas armadas supieron retirarse en mayo de 1973 de la escena política y no deberán volver a ella sino cuando esté realmente en peligro la supervivencia misma de la libertad. Constituyen la última reserva y no deben ser arriesgadas bajo estas condiciones. Entregaron el poder a los líderes políticos, incluyendo entre estos a los dirigentes sindicales y empresarios que actúan en función política, y fueron esos líderes quienes crearon el caos actual. Por lo tanto, son los únicos responsables, los verdaderos y exclusivos culpables de esta gran frustración argentina, y a ellos incumbe enfrentar las consecuencias y resolver, si pueden, el drama en que han sumido al país"

Fue la única voz que se oyó en medio de la impaciencia ciudadana para que el general Videla (que inicialmente se mostraba vacilante) tomara por fin la decisión de encabezar la rebelión militar. El líder de la oposición, Ricardo Balbín, desconcertado, había dicho por televisión que él no tenía soluciones. La gente hablaba en la calle y decía que había que sacar de una vez del poder a esa "pandilla de delincuentes", los diarios no opinaban, sólo informaban cautamente. Sólo La Tarde, creado por Jacobo Timerman y dirigido por su hijo Héctor, fogoneaba la intervención de las Fuerzas Armadas.

Hasta el Partido Comunista, unos días después del 24 de marzo, emitió un comunicado de apoyo a las nuevas autoridades de la Nación, expresando sus deseos de que pusieran orden, terminaran con el terrorismo y ordenaran las cuentas públicas.

Ernesto Sabato declaró poco después del golpe: "La inmensa mayoría de los argentinos rogaba por favor que la fuerzas armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos".

Alsogaray fue el único. Lo intentó por todos los medios, pero fracasó. Él tenía razón, tenían que funcionar las instituciones: "¿Por qué un golpe de Estado habría de liberar a los dirigentes políticos de su culpabilidad?", se preguntaba Alsogaray en su solitario pronunciamiento. "¿Por qué transformarlos en mártires incomprendidos de la democracia precisamente en momentos en que se verán obligados a proclamar su fracaso?"

Una de las ediciones de Clarín del 21 de marzo de 1976, en cuya tapa se muestran dos imágenes: la de Alsogaray, que se oponía al golpe, y la de Jacobo Timerman, que con su diario La Tarde, dirigido por su hijo Héctor, lo fogoneaba.

Y afirmaba su convicción con estas irrebatibles palabras: "Dentro de tres meses el país entero estará clamando que se vayan, pero no como perseguidos sino como culpables. No necesitamos un golpe de estado".

La tesis de Alsogaray era institucional y de gran sentido común: no había que dejarse arrastrar por el clamor civil que presionaba sobre las fuerzas armadas. Éstas debían permanecer unidas, bien cohesionadas y prescindentes mientras se desarrollaban los acontecimientos. Las instituciones de la República debían funcionar de acuerdo con las leyes. Había muchas opciones disponibles, incluyendo el traspaso del poder a la Corte Suprema. Y en última instancia, cuando los acontecimientos se hicieran incontrolables, allí estarían las Fuerzas Armadas, listas, preparadas para impedir el asalto al poder de grupos insurgentes o salir a restablecer el orden a requerimiento siempre de las autoridades legalmente constituidas.

En su libro Experiencias de cincuenta años..., Alsogaray cuenta lo ocurrido en esa época, y según su opinión no había posibilidad de desplazar a la presidente por la vía del juicio político. Asegura que lo único que podía esperarse era una descomposición total del sistema que provocara una reacción del pueblo argentino en las elecciones que debían convocarse para diciembre de 1976.  Alsogaray, a quien tan injustamente se ha querido involucrar en ese golpe, creía en la salida democrática. Había que votar, y que el pueblo pusiera las cosas en su lugar, harto de tanta demagogia, corrupción, desorden e impericia.

"Mi advertencia no tuvo ningún efecto", reconoce con tristeza el ingeniero. "El movimiento estaba ya lanzado y, como siempre ocurre en estos caso, era prácticamente imposible detenerlo. Por otra parte, el entusiasmo por el golpe de Estado en niveles elevados de la comunidad era un factor estimulante para la realización del mismo".

Si alguien podía hacer algo en ese momento para disuadir a los militares de lanzarse a esa peligrosa aventura, era Alsogaray, figura altamente respetada por los sectores castrenses. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, el golpe se hizo, es decir, Alsogaray no pudo concretar uno de sus objetivos más nobles, democráticos y lúcidos de su carrera política de medio siglo.

A cuarenta y siete años de aquellos sucesos, yo prefiero recordar el 24 de marzo de 1976 como el día en que Alsogaray fracasó en su intento por rescatar las instituciones republicanas y salvar la democracia. Recordar ese gesto tan lúcido es la mejor forma de honrar la memoria de ese talentoso hombre público que fue el ingeniero Álvaro C. Alsogaray.


Enrique Arenz

(Se permite su reproducción citando este blog) 


Otros artículos sobre Alsogaray (cliquear en los títulos)

 

sábado, 3 de septiembre de 2022

ACERCA DEL ODIO

 

por Enrique Arenz

Los K. han acuñado el concepto del "odio" para denostar a la Justicia que persigue a los corruptos, a la oposición que impide que se sancionen leyes contrarias a la República, y al periodismo independiente que cumple su trabajo de mostrar lo que se esconde, como en cualquier nación libre del mundo.

Según el diccionario, odio es "Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea".
Si se considera odiadores a quienes sienten antipatía y aversión por la corrupción que saqueó a la Argentina, por el asesinato del fiscal Nisman, por el ataque feroz a uno de los poderes del estado, por la inflación que le quita de la boca el pan a los más pobres, por la decadencia generada por la alianza peronista de izquierda gobernante, por el accionar constante de multitudes arreadas casi a diario a las calles para hacer imposible la vida de las personas que quieren trabajar; si odiadores son los que no soportan la alineación del gobierno con países autocráticos; los que no aceptan ni aceptarán jamás que el Sur se transforme en un violento reinado mapuche alentado por funcionarios; si odiadores son los que aún lloran a sus muertos porque a la vicepresidente se le ocurrió rechazar la vacuna Pfizer que estaba disponible para nosotros y traer en su lugar la Sputnik de su amigo Putin que llegó tarde; si ser odiador es repudiar el encierro dictatorial de casi dos años al que nos sometieron y que arruinó vidas, fortunas y familias enteras; si ser odiador equivale a rechazar el vacunatorio VIP y las fiestas de Olivos, la pobreza en la que han caídos miles y miles de familias de clase media por culpa de la impericia y los prejuicios ideológicos de quienes nos gobiernan, SI TODO ESO ES SER ODIADOR, NO HACIA HACIA ALGUIEN, NO HACIA PERSONAS, SINO HACIA HECHOS INSOPORTABLES, HACIA EL DESASTRE INSTITUCIONAL AL QUE NOS ESTÁN ARRASTRANDO, ENTONCES YO ME CONSIDERO UN ODIADOR, PORQUE ODIAR LO QUE NOS ESTÁ PASANDO ES SINÓNIMO DE RESPONSABILIDAD CÍVICA Y PATRIOTISMO. Odiamos la corrupción, odiamos el ataque hacia nuestra sabia Constitución que algunos consideran anticuada porque garantiza nuestros derechos y establece un sistema de control entre tres poderes independientes, odiamos que una minoría de ignorantes se sientan con el derecho de transformarnos en un rebaño para parecernos a Venezuela o Nicaragua.
No le deseamos el mal a nadie, sólo queremos castigo justo, dentro de la Ley y del estado de Derecho para los ladrones y para los asesinos de Nisman, y el castigo moral e inhabilitación perpetua para los que dejaron morir a miles de argentinos por razones miserablemente geopolíticas. Odiamos, en fin, que esta Nación se desintegre en mil pedazos y que tal vez no lleguemos a tiempo para rescatarla.

sábado, 22 de enero de 2022

LA LIBERTAD INDIVIDUAL Y EL ESTADO, SEGÚN LA SANA DOCTRINA LIBERAL


Fragmento del Cap. 5º del libro "Libertad: un sistema de fronteras móviles", de Enrique  Arenz (1986)

Los límites del Estado han sido siempre un motivo de discusión, ya que de la misma manera con que algunos pretenden llevar su poder hasta extremos en que el hombre se transforma en su siervo, otros pretenden negar toda forma de autoridad política, aduciendo que el menor atisbo de coerción gubernamental implica pérdida de libertad.

Ninguna de ambas posiciones es aceptable. Es más, constituyen las dos caras de una misma moneda totalitaria: el colectivismo y el anarquismo.

Von Mises se encargó de aclarar, con estas palabras los fundamentos del orden jurídico en un sistema de libertad: “Mientras el gobierno, es decir, el aparato social de autoridad y mando, limita sus facultades de coerción y violencia a impedir la actividad antisocial, la libertad individual prevalece intacta. Esta coerción no limita la libertad del hombre, pues aunque éste decidiera prescindir del orden jurídico y el gobierno, no podría al mismo tiempo disfrutar de las ventajas de la cooperación social, y actuar sin frenos obedeciendo a sus instintos de violencia y rapacidad”.

En efecto, cuando las personas delegan la defensa de su libertad en una organización social, no renuncian a dicha libertad, ya que lo que quieren es precisamente preservarla. A lo que renuncian es a la irracionalidad y a la violencia. Por eso nadie puede ser libre si no se desenvuelve en un medio social donde todas las personas hayan pactado cooperar entre sí para ser libres.

Es obvio que los gobiernos carecerían de toda justificación moral si las personas no tuvieran aquellos instintos de rapacidad y violencia que los llevan a enfrentar permanentemente entre sí. De no existir reglas estipuladas de convivencia y una fuerza defensiva organizada, los más fuertes e inescrupulosos terminarían por someter a los más débiles e indefensos. La justificación moral de todo gobierno se nutre en un derecho natural de todo ser viviente: usar de la fuerza para defenderse de las acciones destructivas de los demás.

Nadie pone en duda que el derecho más elemental e incuestionable de todo ser humano es el derecho a vivir y a conservar la propia existencia. Este derecho, lógicamente, implica el uso de los medios adecuados para la obtención del sustento y la preservación de la vida y la salud. (Recuérdese que hay una sola cosa que una persona puede hacer sin medios: dejarse morir). Ahora bien, si admitimos el presupuesto del derecho a la vida y al uso de los medios idóneos para defenderla, fácilmente deducimos que el hombre es libre para elegir, usar y disponer de una variedad ilimitada e imponderable de dichos medios con los cuales ha de conservar la vida, ponerla a cubierto de futuros riesgos, asegurar la supervivencia y bienestar de los hijos, acumular reservas para la vejez y eventuales enfermedades y, finalmente, alcanzar fines superiores. Nadie puede razonablemente negarle al hombre tales lógicas atribuciones, con lo cual queda claramente perfilado su derecho natural e inalienable a poseer bienes y disponer libremente de ellos. He aquí el sentido de la propiedad privada.

Pero la propiedad privada sería ilusoria si no se la protegiera en forma efectiva mediante el orden jurídico. Los más fuertes y violentos impedirían este derecho a los más débiles y terminarían por apropiarse de todo. La vida humana se extinguiría en el planeta.

En todos los tiempos han existido hombres pacíficos y hombres violentos. Personas buenas y personas malas. Los pacíficos han intentado vivir en comunidad, trabajando, creando e intercambiando libremente el fruto de su trabajo. Pero los violentos, han utilizado sus energías destructoras para imponer su voluntad a sus semejantes y apropiarse por la fuerza de las energías creadoras de los demás.

He aquí, en esta realidad de la condición humana, la primera amenaza a la libertad del ser humano. Caín impone su violencia homicida sobre el pacífico Abel. El Antiguo Testamento nos muestra descarnadamente esta trágica circunstancia que habrá de acompañar eternamente el destino del hombre: la libertad y su amenaza permanente. El hombre pacífico frente a su tirano, el hombre violento.

Como se recordará, Leonard Read define a esta realidad como “el único problema social que existe”, ya que todo lo demás queda en la jurisdicción de lo creativo y lo individual.

Según hemos visto, el derecho a la vida y a conservar la propia existencia, implica necesariamente el derecho a la libre elección de los medios con los cuales lograr tales primarios fines. No cabe pues duda de que la libertad individual es un derecho anterior al hombre mismo ya que proviene de su Creador que lo dotó de la voluntad de vivir y del instinto de la supervivencia. La libertad, sin embargo (y esto también lo dijimos), sólo es posible en un contexto de organización social, ya que el hombre primitivo jamás pudo ejercerla. Es, por lo tanto, un derecho que requiere el voluntario propósito de cultivarlo (la conciencia del hombre libre es, en rigor, un estado cultural), un derecho que exige una clara convicción de su conveniencia social y, sobre todo, una firme decisión de preservarlo. La manera moderna de ejercer la libertad individual (sobre todo en el plano económico que es donde alcanza su máxima significación social) constituye, como afirmamos al principio de este capítulo, la gran conquista de la civilización occidental. Pero una conquista constantemente amenazada y puesta en tela de juicio. Por ello la libertad es un derecho que debe ser defendido todos los días, un derecho ligado a la vida misma que -al igual que ésta- se halla expuesta a mil peligros y acechanzas.

Por esta razón la libertad no es posible sin los medios adecuados para defenderla. Ahora bien, cualquiera tiene el derecho moral de impedir las acciones destructivas de los demás. Pero, por las razones que analizaremos a continuación, la persona pacífica no puede enfrentar por sí misma a los seres violentos que amenazan su libertad.

En primer lugar porque la persona pacífica que dedica todas sus energías creativas a su trabajo, no puede estar de vigilante, temeroso de las acechanzas de los demás. Y aunque así lo hiciera, su reducido ámbito de información no le permitiría conocer los peligros que se ciernen sobre su vida y bienes, tramados a veces a mucha distancia.

Porque si cada individuo se hiciera cargo personalmente de su propia defensa, tendríamos en la Argentina 40 millones de tribunales de justicia, cada cual con su propia concepción del derecho.

Porque al hombre sólo le está moralmente permitido usar la “fuerza defensiva” y jamás la “fuerza agresiva”. La diferencia entre ambas es demasiado sutil para que cada cual la interprete a su manera.

Y finalmente el argumento más convincente: porque si se trata de imponerse por el uso de la fuerza, es imprescindible el empleo de las armas, y en este terreno siempre ganan los que las manejan mejor. Entre una persona laboriosa y pacífica y un delincuente, sin duda este último habrá de manejar más hábilmente las armas. Si cada cual estuviese librado a su propia defensa, los delincuentes no tardarían en erigirse en gobernantes y someter por la fuerza agresiva a todos los seres pacíficos.

Con lo cual no podemos sino llegar a la siguiente conclusión: El hombre debe delegar la defensa de su libertad en una organización que utilice con carácter de monopolio la fuerza defensiva, a fin de enfrentar -orgánica y eficientemente- el único problema social que existe: las agresiones de algunos individuos contra la libertad individual. De ahí la necesidad de que exista un gobierno y un orden jurídico.

La organización de un Estado sólo se justifica, entonces, en la necesidad de los individuos de defenderse contra las acciones humanas que inhiben la energía creadora y su libre intercambio. Un gobierno justo deriva de esta única motivación: la necesidad común de todos los hombres de protegerse contra aquellos que quisieran limitar sus posibilidades creativas.

“El principio que justifica la organización, por parte de la sociedad, de una función defensiva -nos advierte Leonard Read-, impone limitaciones a lo que debe realizar dicha organización. En una palabra, la limitación del derecho reside en la propia justificación del derecho. La fuerza es una cosa peligrosa. Por lo tanto, la función organizada de la sociedad es un instrumento peligroso. Contrariamente a lo que algunos sostienen, no es un mal necesario. Siempre que se limite a su debido alcance defensivo, es un bien positivo. Cuando excede sus justas limitaciones y se convierte en una agresión, no es un mal necesario sino un mal, directamente.”

Es simple deducir que las facultades de un Estado están limitadas por los mismos principios que justificaron su creación. Si ningún individuo tiene el derecho de gobernar a otro, mucho menos la asociación de muchos individuos (el Estado) formada precisamente para proteger a sus integrantes de aquellos que aspiran a imponerles su voluntad por la fuerza, podría asumir facultades que el individuo no tiene. Es decir, si yo me organizo junto a otros individuos en una sociedad para evitar que los merodeadores violentos intenten limitar mi libertad, mal puedo aceptar que esa misma sociedad vaya más allá de sus fines y avance sobre los derechos para cuya preservación fue creada.

Podemos, en fin, hacer un resumen de lo expresado hasta aquí diciendo que el ámbito donde la criatura humana puede desarrollar al máximo sus potencialidades creativas e intercambiar libremente sus energías en una cooperación voluntaria que beneficia a todos, es la libertad individual. Como dicha libertad está siempre amenazada, el hombre debe hacer algo para preservarla. El Estado, pues, es la consecuencia de la necesidad del hombre de proteger su libertad. Por tal razón el Estado es una organización subordinada al hombre que tiene, por definición, facultades estrictamente limitadas. Si estos límites defensivos son sobrepasados, cosa que ocurre hoy, lamentablemente, en todos los países del mundo, el individuo pierde independencia y ve interferida y reducida su esfera privada de acción.

(Leer AQUÍ el capítulo completo)

Estos dos ensayos están agotados, pero se pueden bajar gratuitamente del sitio oficial del autor: Enrique Arenz, escritor argentino 
Los que prefieren leer en papel, pueden comprarlos en pack en Mercado Libre: hacer CLIC AQUÍ 

miércoles, 6 de octubre de 2021

EL DILEMA DE LOS LIBERALES ANTE LA REALIDAD POLÍTICA Y CULTURAL DE OCCIDENTE (Nota publicada en 2010)


HAY UN URSO QUE GOLPEA A UNA MUJER Y YO NO LE PUEDO SACAR EL GARROTE, ¿QUÉ HAGO?

Por Enrique Arenz


Días pasados estaba yo chateando con un joven e inteligentísimo amigo liberal con quien intercambié algunas opiniones sobre la crisis de las reservas y la destitución ilegal del presidente del Banco Central.

Los dos coincidimos en un punto crucial de nuestra doctrina: no debería existir el Banco Central.

Pero a partir de ahí se produjo un amable disenso. Yo le comenté que, mientras aquí y en todo el mundo libre prevaleciera la idea, errónea pero inconmovible, de que un banco central es indispensable, lo único que podíamos hacer, pensando la política como el arte de lo posible, era defender a muerte la independencia de esa institución.

Mi joven amigo sostuvo que no, que los liberales no podíamos aprobar ni aceptar la existencia de un banco central. Como yo pretendía no sacar los pies de la tierra para lo cual me avenía resignado a la realidad de la cultura dominante de académicos, políticos y economistas occidentales, él me comentó una imagen interesante. Me dijo: “Si uno ve que un hombre está golpeando a una mujer con un gran palo, lo que hay que hacer es quitarle el palo, no darle uno más chico”.

La metáfora es brillante, ingeniosa y convincente, pero oculta una falacia. La misma falacia en la que incurren los izquierdistas cuando comparan la libertad de mercado con la “libertad del zorro en el gallinero”.

Los liberales sabemos que la libertad del mercado jamás puede ser la libertad del zorro en un gallinero porque entre las bestias impera la competencia biológica, mientras que entre las personas libres hay competencia social. Los animales compiten para derrotar al otro, para comérselo o para quitarle la comida, el territorio y el harén. Las personas, en cambio, compiten entre sí para ofrecer un mejor servicio a los demás.

Pero vayamos al hombre del garrote. Si el hombre es un grandote musculoso que, además, está furioso y descontrolado, ¿cómo hago yo, pobre alfeñique, para quitarle el garrote? Supongamos que yo con chamullo amigable logro convencerlo de que deje el garrote y agarre un palo de escoba que yo mismo le ofrezco.

El tipo acepta y la emprende contra la mujer con el palo de escoba. Yo me llevo el garrote, llamo a la policía y mientras tanto yo sé que aunque la pobre mujer va a salir lastimada, al menos no le va a romper ningún hueso.

Ahora, si yo me pongo en ortodoxo y digo: “No le puedo sacar el garrote, lo siento mucho, no me meteré en líos, seguiré mi camino y predicaré por el mundo que jamás hay que pegarle a una mujer, ni con la mano ni con un palo chico ni con un garrote”, seguramente no le haré ningún favor a la víctima: terminará muerta o con graves fracturas.

Pues bien: la Reserva Federal de los Estados Unidos, el Banco Central de la Unión Europea y nuestro propio Banco Central (durante el gobierno de Menem), son, en manos de los respectivos gobiernos, un palo chico, porque esas instituciones tienen autonomía (relativa, pero autonomía al fin) y no “pueden ni deben” (relativamente, también) recibir instrucciones, sugerencias u órdenes del Poder Ejecutivo. Hacen daño pero no rompen huesos.

Cuando se dictó por ley la actual Carta Orgánica del Banco Central (durante el gobierno de Menem), le quitamos al gobierno el garrote y le dimos un palo chico con el que, ciertamente, nos siguió sacudiendo el lomo. Lo alarmante es que ahora se está por modificar esa ley y yo sospecho que muchos diputados y senadores de la oposición van a terminar devolviéndole el garrote al Poder Ejecutivo. ¿Entonces qué hacemos, nosotros los liberales, dejamos que el grandote se haga nuevamente dueño del garrote o intervenimos para que siga empuñando el palo chico?

Y estamos hablando del gobierno argentino, que quiso manotear las reservas pero no pudo porque el palo chico que empuñaba se le partió al segundo o tercer golpe, por lo cual el daño no fue ni parecido a los tiempos de la hiperinflación alfonsinista en que había absoluta discrecionalidad para emitir moneda y disponer de las pocas reservas que entonces había.

Nuestros legisladores, con muy escasas excepciones, no entienden nada de esto, no tienen la menor idea de lo que implica poner verdaderos límites al gobierno de turno en lo que respecta a las reservas y políticas monetarias. Nosotros, los liberales, los que pensamos que no debería haber un banco central, y que también creemos que no deben establecerse "metas de inflación" entre otros absurdos de esa cultura dominante, lo único que podemos hacer con ellos es persuadirlos de que golpeen con el palo chico. Y para eso tenemos que opinar y batallar dentro del cuadrilátero, sin salirnos de los límites que marcan las cuerdas de la realidad en la que estamos. Lo cual no impide seguir difundiendo que no solamente no debería haber un banco central, tampoco debería haber una moneda acuñada por el Estado, ni leyes antimonopolio, ni impuestos distorsivos y confiscatorios, ni barreras aduaneras que prohíban importar o exportar libremente, ni mercados de divisas que no sean libres e irrestrictos.

Muchas cosas no debería haber. Pero las hay, y forman parte de la realidad política y la mentalidad colectiva que debemos intentar modificar. Pero entre la teoría ascética y la acción, yo prefiero la acción, así sea en el barro. Prefiero participar dando por sentada esa realidad de pesadilla, tratar de que no empeore, contribuir a mejorarla y fertilizar simultáneamente el terreno cultural de las futuras generaciones donde germinen esas ideas.

Desde ya confieso que me cuesta mucho creer que la Reserva Federal y el Banco Central Europeo van a dejar de existir algún día. Me cuesta mucho, muchísimo. ¿A ustedes, no? Sin embargo no dejo de apasionarme por las ideas científicas que fundamentan esa soñada e hipotética abolición. Alguna vez en el futuro, en el lejano futuro para el cual trabajamos los liberales, la humanidad podrá verlo. Un futuro que, ciertamente, nosotros no vamos a ver.

DUDAR HASTA DE LAS IDEAS LIBERALES

Ahora permítaseme que contradiga mis propias ideas con el más importante consejo que un viejo liberal como yo puede darle a los jóvenes que aspiran a serlo: duden de todo, cuestionen todo, analícenlo racionalmente todo y al mismo tiempo estén abiertos a todas las ideas, revisen todos los pensamientos, escuchen con respeto las ideas de los demás y sólo rechácenlas cuando su razonamiento les indique claramente que son falsas. Hagan la prueba de la falsación a la que alude con insistencia Karl Popper. ¡Cuidado con las figuras dialécticas, con las metáforas encandiladoras!


Un liberal no puede tener certezas últimas y definitivas, sencillamente porque la certeza absoluta es la muerte del intelecto.

Nota del autor:
La Carta Orgánica del Banco Central fue reformada por Ley 26.739 el 28 de marzo de 2012, dos años después de publicarse este artículo. Al mismo tiempo, se reformó la ley de Convertibilidad 23.928. 


Se permite su reproducción.

viernes, 10 de septiembre de 2021

¿Drácula o el Hombre lobo?

Que los Estados Unidos y Gran Bretaña se hayan aliado con el tirano Stalin para pelear contra Hitler, nos parece hoy una decisión amarga, sobre todo si analizamos sus consecuencias posteriores al tratado de Yalta. Pero en ese momento fue indispensable para derrotar a la Alemania nazi. Churchill desconfiaba de Stalin, y Stalin se hizo rogar, hasta que los alemanes invadieron territorio soviético. Entonces los tres se pusieron de acuerdo y Roosevelt hasta ayudó a los soviéticos con gran cantidad de armamento.

En la guerra y en la política siempre se opta por el mal menor.

En democracia, el mal menor suele buscarse mediante lo que se llama «el voto útil».

Este concepto produce rechazo moral. Lo entiendo porque yo lo combatí en los ochenta, en tiempos de la UCeDé, cuando se exhortaba a votar por los radicales para vencer al peronismo. Por entonces escribí varios artículos periodísticos en defensa del voto idealista, el voto a conciencia, fiel a los principios de cada sufragante, pero nunca pude encontrar argumentos serios para explicar cuál era la ventaja de votar por un partido que de antemano sabíamos que no podía ganar.

Hoy reconozco que estaba equivocado, y que si se trata de elegir entre dos grandes competidores: Drácula y el Hombre lobo, no tiene sentido votar a Caperucita. Lo lógico es elegir el mal menor, que en este caso es el Hombre lobo. Porque Drácula nos chupa la sangre todos los días, y el otro, sólo es peligroso las noches de luna llena.

Como en la guerra, la política no tiene soluciones morales sino alternativas eficaces, prácticas, de sentido común. Hay reglas para ambas, y que esas reglas sean respetadas es toda la moral que podemos exigirles.

Si la Argentina no es todavía Transilvania (la Venezuela de Maduro), es porque tres partidos políticos republicanos (PRO, UCR y CC) tuvieron la lucidez de unirse a tiempo en la alianza Cambiemos, una fuerza opositora lo suficientemente fuerte y consolidada como para competir con el siempre poderoso peronismo.

Cambiemos fue en 2015 el voto útil que le permitió a la mayoría quitarle el poder a Cristina Kirchner. Macri gobernó cuatro años, no se le puede negar que fue un presidente con virtudes republicanas: honesto, respetuoso de las instituciones y apegado a la ley, pero cometió muchos errores como gobernante y como líder de su propia alianza. Es verdad que las dos cámaras del Congreso estuvieron siempre con mayoría kirchnerista-peronista dispuesta a la obstrucción sistemática, pero Macri no tomó decisiones enérgicas y claras en materia económica y se dispararon la inflación y la pobreza. Tampoco supo proponerle de entrada al pueblo argentino un plan integral de reforma estructural y pedirle el apoyo que necesitaba para llevarlo adelante. En resumen, fracasó y Cristina volvió al poder.

Pasaron dos años, todo ha sido un desastre, pero el gobierno kirchnerista sigue culpando a la herencia recibida de Macri, cuando en realidad es la misma herencia que doce años de kirchnerismo le dejaron a Macri y que Macri, en cuatro años de implacable asedio del sindicalismo, del club del helicóptero y de toneladas de piedra contra el Congreso, no pudo o no supo liquidar.

Sin embargo, con la consolidación de Cambiemos (ahora Juntos por el Cambio) la Argentina recobró cierto equilibrio político: volvió a ser un país bipartidista con dos grandes minorías cuyas bases electorales son en lo cuantitativo muy parecidas, y un electorado independiente y apolítico que es el que rompe el equilibrio y define al ganador.

Pero también se produjo aquí un fenómeno mundial preocupante: la irrupción de los grupos «antisistema», los que no quieren políticos ni instituciones ni leyes ni estado. Por ahora son minoritarios, casi tribus urbanas, pero podrían dejar de serlo. Algunos de estos antisistema son atraídos por dirigentes libertarios histriónicos, o por pequeños partidos de izquierda o de derecha nacionalista.

También los desencantados de las dos grandes alianzas y muchos de la franja independiente terminan renunciando al voto útil para apoyar a estos cuentapropistas, o bien deciden la abstención o el voto en blanco.

Ahora estamos ante las elecciones parlamentarias de medio término.

Es la oportunidad de quitarle al kirchnerismo la mayoría en las dos cámaras, operación fundamental si queremos frenar los desorbitados planes judiciales y hasta de reforma constitucional de Cristina y La Cámpora. Pero para lograr esta hazaña posible, lo razonable, lo sensato, lo inteligente es que no se dispersen votos yendo a partidos con pocas posibilidades de obtener una banca, y que una mayoría importante haga ganar a la única fuerza opositora capaz de derrotar a Drácula. Con el Hombre Lobo tenemos la oportunidad de debatir en libertad y sin miedo, decirle lo que pensamos y hasta, quizás, convencerlo. Hay que estar atento a las fases de la luna, claro. Se trata de un mal menor que nos infunde algunas esperanzas.

También hay que tener en cuenta que el sistema D’Hondt asigna proporcionalmente más diputados a las fuerzas que obtienen más votos, por lo cual es un desperdicio votar a un pequeño partido con la esperanza de que sus primeros candidatos entren, cuando la suma de todos esos votos dispersos tendría un mayor alcance práctico volcados a la fuerza opositora principal.

El partido gobernante, Frente de Todos, se ha visto muy debilitado en los últimos meses por el estallido de varios escándalos: el vacunatorio vip, la fiesta de Olivos, los más de 112.000 muertos por covid, la cuarentena más larga del mundo que terminó de arruinar nuestra economía, la obstinación en prohibir la presencialidad escolar, el aumento de la pobreza y la inseguridad, y, sobre todo, haber obstruido por razones ideológicas el ingreso de la vacuna Pfizer, disponible para nosotros desde diciembre del año pasado, lo que habría salvado miles de vidas sacrificadas con un desdén imperdonable.

Pero a pesar de que casi todas las encuestas dan ganador a a Juntos por el Cambio, el Frente de Todos está casi alcanzando el empate. Es decir, Drácula sigue fuerte, ganando voluntades con el plan "platita", con amenazas y con otros recursos similares. Y esta terrorífica realidad no parece preocuparles a los opositores solitarios. Ellos se preparan para captar el voto de los antisistema, los independientes y los desencantados, y lo más deplorable, no critican casi al kirchnerismo, hacen campaña hablando mal de Larreta y de la oposición.

Y si uno les hace ver que con esta actitud sólo logran beneficiar al oficialismo, se justifican con el argumento mentiroso de que las dos grandes alianzas son la misma cosa.

Ya es tarde para pedir sensatez a estos candidatos solitarios que debieron bajarse o unirse a la coalición opositora para no poner en riesgo el gran proyecto de liberar a la Argentina de una vez para siempre del peronismo de las mil caras. Ahora sólo cabe hablarles a los votantes para que reflexionen en el momento de tomar la decisión trascendental de depositar su voto. ¿No les gusta Macri, no les gusta Larreta, no les gusta Santilli? No importa, piensen que con el hombre lobo podemos tomar un café, con Drácula tenemos que desabrocharnos el cuello de la camisa.


Nota para los porteños: No se olviden que el Hombre lobo va a tener de ladero al Bulldog, que es una garantía para los días nefastos de luna llena.

viernes, 9 de julio de 2021

DIOS SALVE A LOS EE.UU DE AMÉRICA


Cuando juró Biden, una periodista amiga escribió en Facebook que el nuevo presidente había nombrado varias veces en su discurso la palabra democracia, pero ni una sola vez la palabra libertad.

Yo quise opinar amablemente sobre ese post y escribí que para los norteamericanos, en particular los "demócratas", el concepto "libertad" está incluido en el término amplio y difuso de "democracia". Tan así es que los demócratas se autodenominan "liberales". Más liberales cuanto más de izquierda. (Por eso Leonard Read debió acuñar el término "Libertario", que muchos pretenden implantar aquí sin ninguna razón de ser).

Bien, parece que lo que escribí horrorizó a muchos templarios, lo que siempre me da pie para desarrollar mejor la idea en un artículo.

La democracia es un sistema de derecho político que establece la forma menos imperfecta de sacar a un gobierno y poner a otro sin que haya violencia. Con la democracia institucional se consagra mi "libertad" de elegir a mis representantes y administradores sin que un policía me lo impida, mientra que el sentido profundo del concepto "libertad" implica la limitación de lo que pueden hacer contra mis derechos aquellos a quienes yo elijo para que me sirvan.

¿Sabe algo de eso la mayoría de la humanidad? No, no lo sabe, y los norteamericanos no son la excepción, no entienden el concepto de la libertad como la doctrina de la limitación del poder, aunque tienen una herencia histórica liberal que cada tanto se los recuerda y los hace reaccionar saludablemente. Por eso sus instituciones son sólidas y los avances del estado sobre los individuos son más dificultosos y acotados que en otros países.

Es cierto que en los EE.UU exaltan mucho a la democracia y hablan poco de la libertad del individuo, porque los dos grandes partidos norteamericanos creen en el ideal socialista, uno, de izquierda y el otro, de derecha. Pero recuérdese que la mayoría del electorado estadounidense es independiente y se inclina por uno o por otro partido según su estado de ánimo y lo que intuya de los candidatos. Los demócratas tienden más al intervencionismo estatal que los republicanos. Y los republicanos propenden al autoritarismo de derecha, al nacionalismo, al proteccionismo, al racismo, a la intolerancia hacia la diversidad sexual, y, (eso lo sabemos ahora), hasta tienen recovecos tenebrosos con nostálgicos esclavistas, según lo hemos visto en las banderas de la Confederación enarboladas durante el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021. ¿Son minoría estos dementes? Sí, lo son, pero están ahí, siempre al acecho. En cambio el partido Libertario, fundado por Leonard Read hace más de sesenta años, nunca pasó de ser una minoría ilustrada electoralmente insignificante (1,18 % en la última elección presidencial). Nunca logró convencer a las mayorías. Es el problema del liberalismo en todo el ancho mundo. Se equivocan los liberales argentinos que se enamoran de los republicanos porque los creen defensores de la libertad. Allá también el electorado elige entre Drácula y el Hombre Lobo, pero las instituciones que han heredado de los Padres fundadores son tan sólidas, tienen cimientos históricos tan indestructibles que ni esos dos espantos de la política pueden dañar demasiado a los Estados Unidos de América.


RESULTADOS DE LAS ÚLTIMAS ELECCIONES PRESIDENCIALES DE EE.UU

Demócratas: 81.281.888 votos. 51,38 %
Republicanos: 74.223.251 votos. 41,91 %
LIBERTARIOS: 1.865.858 votos. 1,18 %



viernes, 7 de mayo de 2021

Reflexiones sobre liberales, libertarios y anarcocapitalistas

 

El 1º de mayo de 1945, el ministro de educación y propaganda nazi Joseph Goebbels y su esposa Magda se suicidaron en el asediado búnker de Berlín. Pero antes, la mujer mató con cianuro a sus seis hijos plácidamente dormidos. Con mucho sigilo para no despertarlos, les introdujo entre los dientes una cápsula de cianuro y apretó con suavidad sus mandíbulas para que la mordieran. Uno a uno los vio convulsionar y morir. De una cama pasó a la otra quitándoles la vida sin vacilar, convencida de estar haciéndoles un bien. ¡Seis veces hizo esto! Cuando vio a todos sus hijos muertos, mordió su propia cápsula. Se sabe que el matrimonio Goebbels amaba mucho a sus seis pequeños, y podemos imaginar que esas pobres criaturas se durmieron aquella noche confiadas en la protección de sus amorosos padres. (Seguir leyendo en el sitio del autor)