LUIS N. FABRIZIO, UN POLÍTICO
HONORABLE QUE SE DEDICÓ
A ESCRIBIR
A ESCRIBIR
por Enrique Arenz
Luis Nuncio Fabrizio |
Daba gusto conversar con él. Además de culto, amable y
buena persona, era un auténtico demócrata respetuoso de las ideas y opiniones de
los demás. Uno podía sentarse a tomar un café con este socialista convencido y
hablar de política sin que el menor atisbo de intolerancia amenazara con arruinar
el encuentro.
Si había un pluralista cultor del diálogo, ese era Fabrizio.
Tenía la viva curiosidad por conocer el pensamiento de su ocasional interlocutor
y tomaba seriamente su punto de vista. Y poseía una rara habilidad: cuando el apasionamiento
del otro amagaba con poner algo tensa la conversación, cambiaba de tema de
manera suave, respetuosa, casi imperceptible. A veces con sentido del humor,
que era su mejor barrera a la incipiente tirantez. El intercambio de ideas y la
destreza para evitar asperezas o discusiones, eran en él un arte superior. Hablar
mal de alguien o mostrar la sangre de alguna de sus heridas no era música de su
repertorio. Disfrutaba de la conversación amigable, ya fuera con peronistas,
marxistas o liberales como yo.
Nos conocíamos del barrio, Colón y La Pampa, donde él tenía
su carpintería. Habrá sido en 1957 o 58, aunque por entonces yo era un
adolescente y por eso no tuvimos un trato muy cercano. Cuando desilusionado por
ciertas ingratitudes y negaciones se alejó de la política activa y comenzó a escribir
ficciones fue cuando nos hicimos amigos y comenzamos a vernos cotidianamente.
Nunca antes él había escrito narraciones, aunque sí ensayos
políticos y muchas buenas notas periodísticas. Su iniciación en el cuento y la
novela fue una sorpresa para mí, y presumo que también para muchos de sus
amigos. Estaba entusiasmadísimo con su nuevo oficio, pero tenía la suficiente
humildad como para saber que necesitaba aprender muchas cosas. Concurrió al
taller literario de Marcela Predieri, y más tarde se unió a un grupo de
escritores independientes que buscaba saludablemente el hábito de la corrección
incansable y el perfeccionamiento técnico de la escritura.
Si siempre había escrito bien, con claridad, sencillez y
buena prosa, aprender el oficio de la escritura creativa de la mano de un
taller prestigioso no podía sino producir, en un hombre inteligente y buen
lector como Fabrizio, una notable y rápida transformación. ¡Pero lo destacable, la gran lección que nos dio a todos, es que cuando comenzó
esta gran aventura literaria ya tenía cerca de ochenta años!
Si a lo largo de su vida Fabrizio fue un político
honorable, gerente de varias empresas comerciales y, sobre todo, un esforzado trabajador que dejó
varios dedos de su mano derecha entre el aserrín de una sierra de carpintería; si fue,
además, un hombre íntegro a la hora de reconocer y hacerse cargo de errores y
desaciertos en algunas decisiones políticas que involucraron a muchos y no solamente a él, ¿qué debiéramos decir de sus
últimos diez años? Que fue sencillamente ejemplar: en la vejez encaró la vida con una nueva pasión, una nueva perspectiva
para canalizar su sensibilidad social: la literatura.
La enfermedad traicionera que lo invalidó en los últimos
años nos ha privado no solo del amigo dolorosamente ausente en la mesa de café,
sino de las historias que tenía dando vueltas en su cabeza y que proyectaba
escribir y publicar. Eso se ha perdido, pero no lo que dejó publicado que
siempre releeremos, sus cuentos aparecidos en La Capital que seguramente se
reeditarán ni su admirable ejemplo de amor por la vida productiva y el trabajo
entusiasta. Su lección nos ayudará a reírnos de nuestros cotidianos tropiezos y
a no caer en el desaliento
ni en el rencoroso rumiar de ingratitudes e imposturas.
ni en el rencoroso rumiar de ingratitudes e imposturas.
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Información complementaria para saber a qué me refiero cuando hablo de ingratitudes e imposturas:
Se permite su reproducción