PIDO DISCULPAS A MIS LECTORES
por Enrique Arenz
Durante más de una década estuve
convencido de que el padre Julio César Grassi era inocente de las acusaciones
de abuso sexual y corrupción de menores por las que se lo procesó y condenó en
un Tribunal Oral cuya sentencia fue confirmada por la Cámara de
Casación.
Dos fuentes de inspiración
para mí honorabilísimas contribuyeron a que me formara ese concepto: Las
denuncias del fallecido periodista Julio Ramos, quien a través de su
diario "Ambito Financiero", acusó en extensos y vibrantes
artículos a un medio periodístico de haber armado la causa con testimonios
falsos; y la apasionada defensa del conductor televisivo Raúl Portal,
quién por su condición de vicepresidente de la Fundación Felices los Niños y en
su carácter de amigo personal del sacerdote, juró que éste era inocente, que conocía su vida por haber estado muy cerca de él, y que jamás
había tenido indicios ni sospechas de un comportamiento criminal como el que se
le atribuía.
Dos personas de bien, dos hombres públicos ejemplares que jamás dirían lo que sus conciencia no aprobaran. Pues bien, les creí,
como creí los testimonios que me llegaron desde distintas fuentes: Grassi era inocente, y detrás de la acusación había una trama de oscuros
intereses relacionados con la Fundación que el sacerdote había creado de la
nada, y que, por su dedicación y empeño, se había transformado en la obra de
ayuda para niños y adolescentes sin hogar más importante del país.
Ahora, después de leer
la sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires me
doy cuenta de que estaba equivocado, de que Grassi es evidentemente culpable y
que, haya habido o no intereses espurios que movilizaron la denuncia, los
cargos no fueron inventados sino que existieron en los hechos.
Es muy fácil y hasta tentador
salvar el amor propio y seguir sosteniendo que Grassi es inocente, ya que el proceso probablemente se prolongará en la Corte Federal y siempre flotará la
duda porque la supuesta inocencia de Grassi quedó instalada como un mito, y muchos argentinos seguirán aferrados a esa
convicción. Pero yo no quiero tomar el camino fácil, porque si fui sincero
cuando defendí a Grassi con notas periodísticas y cartas de lectores en
importantes diarios, tengo también que serlo ahora
reconociendo honradamente ante mis lectores que me equivoqué, que lamento haber sostenido
durante años un punto de vista alejado de la verdad.
Mucha gente, como dije antes, seguirá creyendo que Grassi es inocente, víctima de una oscura conspiración urdida por una empresa periodística, una organización de derechos humanos y funcionarios del poder judicial de Morón para
quitarle al cura la Fundación. Mi opinión ahora es esta: tres instancias judiciales donde tres tribunales lo consideraron culpable no puede jamás formar parte de un
complot. No es razonable, es fantasioso, no podemos refugiarnos en esa ensoñación. Diez
jueces, algunos de ellos conocidos por su probidad (el propio Portal calificó
así a los jueces del Tribunal Oral), integrantes de distintos tribunales
de diferente jerarquía no pueden ponerse de acuerdo para fallar injustamente
contra un inocente. Eso es racionalmente imposible. Y
los tres tribunales dieron por probadas las acusaciones, al menos en dos de los casos
denunciados. En los otros fue absuelto. La Corte ha dicho que hay certeza de contenido incriminatorio.
Soy consciente de que con mis opiniones
suelo ejercer influencia sobre las personas que me leen principalmente porque confían en mi honestidad y mi criterio. Al sostener la
inocencia de Grassi durante tantos años pude inducir a esos lectores a inclinarse en favor de mi errónea
visión. Les pido disculpas, me equivoqué.
Lo hice en buena fe, con mi honestidad de siempre, pero me equivoqué, esa es la
realidad.
Dolorosamente desengañado,
profundamente triste por una verdad dura y difícil de asimilar, hoy estoy seguro
de que el sacerdote Julio César Grassi es culpable, que el proceso al que fue sometido ha
sido justo y que contó con todas las garantías procesales para ejercer su legítima defensa.
23 de setiembre de 1013