domingo, 18 de agosto de 2013

Crítica al liberalismo dogmático puro

SIN IDEAS LIBERALES HUMANIZADAS LA ARGENTINA NO TIENE SALIDA

por Enrique Arenz


Creo haber leído lo esencial de todos los pensadores liberales traducidos al español. He meditado por mí mismo sobre el ideario liberal, lo he defendido y divulgado durante casi medio siglo y hasta escribí un par de libros y cientos de artículos periodísticos. 

Me tragué a todos aquellos eminentes autores, pero cuando ahora tengo dudas y los releo, les encuentro defectos, omisiones, razonamientos oscuros jamás aclarados y un esfuerzo conmovedor por demostrar lo indemostrable. Y encuentro una coincidencia notable en casi todos: ninguno habla de ese sentimiento que es la conmiseración por nuestros semejantes. Cualidad que hasta Schopenhauer, en medio de su honda desilusión por el género humano, descubre con asombro y desconcierto en las personas más sencillas. En cambio en los sabios liberales el amor y la ternura parecen recluidos al círculo de su familia, y de algunos amigos íntimos. Pareciera que la sociedad humana no tuviera nada que ver con nosotros, el prójimo no es mi hermano, el mundo no es una gran familia donde cada vida es lo más valioso, como nos enseñó Jesús cuando se atrevió a predicar que la vida de un esclavo vale tanto como la del emperador. No, para el pensador liberal el mundo es apenas una sociedad contractual. (No afirmo que todos piensen así, sólo digo que la prédica liberal científica -hablo de la teoría económica del liberalismo-, en su pedantería académica trasunta este ingrato deshumanismo como una insoportable constante.

Creo que el liberalismo económico, sobre todo en sus proposiciones más científicas y modernas, como la admirable Escuela Austriaca a la cual debemos el mayor descubrimiento de la ciencia económica: la teoría subjetiva del valor, nos debe alguna autocrítica. (Sólo la escuela liberal de la Economía Social de Mercado ha conservado rasgos humanitarios que no la desvinculan de la política ni de su único objeto y destinatario: el ser humano real). Siempre machaco lo que decía Karl Popper: "Una ciencia que tiene todas las respuestas es por lo menos sospechosa". Como lo es el psicoanálisis, que según Mario Bunge no es una ciencia sino una seudociencia (¿Quién puede demostrar que el subconsciente freudiano existe, como la neurociencia ha podido probar que hay neurotransmisores, o la mecánica cuántica que existen partículas subatómicas que nos atraviesan el cuerpo sin que nos demos cuenta?).

No veo, salvo excepciones muy solitarias, liberales abiertos y dispuestos a revisar conceptos y a intentar alumbrar una revolución intelectual revisionista fundada en la primera materia liberal, la tolerancia, y donde puedan darse cordialmente la mano tanto el sentimiento humanitario, sin el cual nada civilizado se justifica ni vale la pena; la política práctica, que es la que primero debe obtener el consentimiento ciudadano para después ordenar y amalgamar a una sociedad plural donde todo pueda discutirse siempre; la honestidad individual, como factor gravitante y posible en los funcionarios de gobierno; y por último, una revisión valiente de lo que se llama las funciones indelegables del Estado moderno. 


Funciones del Estado que son casi un dogma de fe para el liberalismo científico. Preguntémonos honradamente, por ejemplo: si los liberales soñamos legítimamente con un mundo sin fronteras, ¿por qué consideramos una función del Estado a la defensa nacional y no así a la educación pública? ¿Por qué habrían de ser más importantes un ejército, una armada y una fuerza aérea que escuelas sarmientinas en cada rincón del país, bien equipadas y con maestros bien pagos y jerarquizados por el Estado, sin negar, va de suyo, la enseñanza libre y privada? Coexistencia y competencia por la calidad educativa entre una escuela pública, gratuita, laica y obligatoria y una escuela privada, confesional o laica, para que la gente elija. ¿La libre elección no es también uno de nuestros principios liminares?

Dije educación obligatoria, y aquí se plantea otra cuestión. La locura de esta pasión por la pedantería libertaria ha llevado a algunos teóricos hasta a proclamar un supuesto "derecho a la ignorancia", según el cual un padre no tiene obligación de mandar a sus hijos a la escuela. ¿Estamos enloqueciendo los liberales, o sólo buscamos sorprender y espantar a nuestros conciudadanos menos sabios? 

Yo soy un liberal cristiano que cree que en un país moderno no debe haber un solo niño que no vaya obligatoriamente a la escuela, tampoco debe haber un solo habitante al que le falte un plato de sopa caliente todos los días y una cama seca donde dormir de noche. No importa si es un vago, un adicto, un discapacitado, un enfermo, un viejo desamparado o un niño sin hogar. Y no me vengan con la chicana de que para eso está la caridad privada, libre e individual, porque en dos mil años de esfuerzo, los cristianos no hemos alcanzado esa utopía, salvo casos excepcionales y admirables, y si quieren que les confiese mi superlativo escepticismo, creo que no la alcanzaremos en dos mil años más. De modo que si somos honestos no podemos prescindir de la asistencia estatal. ¿Que la burocracia es corrupta? En términos generales, sí. Pero hay muchas formas de asegurar cierta mínima asistencia humanitaria sin incurrir en las estructuras y formatos burocráticos conocidos. Y también creo mucho más probable que logremos formar funcionarios honorables antes que hombres caritativos y buenos samaritanos que lleven a los pobres y a los leprosos a comer a su casa.

El Estado moderno tiene que tener esas funciones altamente éticas con la plata de los contribuyentes mientras los mercado funcionan aceitadamente no con una inadulteración perfecta, lo que tampoco existirá jamás, sino con la máxima libertad racionalmente alcanzable, los impuestos mínimos optimamente administrados y las condiciones jurídicas y económicas estables e inteligentemente trazadas por una clase política superior, es decir, integrada por hombres ambiciosos y egoístas como han sido, son y serán siempre los políticos, pero con el agregado de una virtud que ahora les falta: suficiente sabiduría como para no dudar acerca de lo que hay que hacer si se quiere ser votado en un país culto que aspira a vivir en una república estable y genuinamente progresista.


Muchas veces me han dicho que un liberalismo cristiano como el que yo propongo es una fantástica utopía. Es posible. Sin embargo tengo esperanzas. Y si alguna vez me convenciera de que la doctrina liberal debe necesariamente ser despojada de todo sentimiento humanitario prevalente mediante el argumento hipócrita de que nadie pasará necesidades una vez que el mercado funcione sin interferencias ni limitaciones (cuando ni siquiera sabemos si esto es una verdad irrefutable) y que mientras tanto mis hermanos los pobres se jodan, en ese caso me apartaré del liberalismo y me dedicaré a rezar, porque será más fácil esperar que Dios arregle nuestros asuntos a que nosotros sepamos valernos de la inteligencia que nos dio.

En la Argentina el liberalismo ha retrocedido espantosamente en el plano político, aunque  ha avanzado mucho intelectualmente en los últimos años, y creo que nunca hubo como hoy tantos grupos de estudio, páginas de Internet  organizaciones, seminarios, universidades y mentes lúcidas individuales. Pero mientras hoy vemos asiduamente en la televisión y en la calle a grupos de ultraizquierda con personería política que hasta logran modestas representaciones parlamentarias, a partidos grandes y chicos que se proclaman progresistas, de centro derecha y centro de izquierda, el liberalismo ha desaparecido del escenario partidario absolutamente por completo. Desde la muerte del ingeniero Álvaro C. Alsogaray, que supo exponer con extraordinaria claridad el ideario de la libertad en su plano práctico y realista, se ha perdido la capacidad de plantear los principios liberales para que la gente los entienda sin alarmarse, sin aturdir a los pobres ciudadanos con teorías desubicadas como la de clausurar el Banco Central o proclamar el derecho a la ignorancia.

Y estoy angustiosamente convencido de que sin ideas liberales humanizadas y políticamente sólidas la Argentina no tiene salida. Porque pocos países en el mundo (tal vez por obra del peronismo, esa formidable empresa de demoliciones, como lo calificó acertadamente María Zaldívar) están tan despojados como lo estamos nosotros de la fe colectiva en la libertad y de la confianza individual en el propio esfuerzo y responsabilidad para salir de la pobreza y alcanzar la prosperidad. Nuestra orfandad de convicciones por una vida libre y digna, es espantosa.

Y no estoy proponiendo que deban existir en la Argentina ni en ningún otro lugar partidos proclamados liberales o libertarios, constituidos únicamente por liberales convencidos. Al contrario, mi idea es que los liberales deben militar dentro de los demás partidos democráticos y republicanos e influir intelectualmente desde la militancia partidaria sin descanso ni claudicación, porque si no, los partidos que se proclaman liberales terminan convertidos en grupúsculos de sectarios que se fragmentan como los trostsquistas, ante la menor divergencia de sus integrantes. Debe haber un debate constante tanto en la sociedad como en sus partidos políticos. Discutir sin miedo el grado de intervención estatal que estamos dispuestos a soportar y la tendencia libertaria por la cual avanzar, pero sin olvidarnos jamás de la persona humana y sus padecimientos. Karl Popper escribió: "Debiéramos sustituir el principio ideológico del mercado libre por este otro: el principio de limitar la libertad sólo allí donde sea necesario por motivos urgentes. Y aquí es donde en muchos casos no van a ponerse de acuerdo las diferentes opiniones acerca de dónde debe  trazarse el límite de lo necesario".  Hay que persuadir, pero también ceder, porque esa es la política. Y los pedantes que se queden en el laboratorio, en donde también son útiles por sus aportes intelectuales, pero sin perorar en las tribunas para las que no fueron hechos. Los que deberán aplicar sus teoría son los políticos, no los pensadores de gabinete. La tolerancia a la diversidad es, como dije arriba, otra materia que tendríamos que aprender antes de decir: "Si vos pensás así, no sos liberal".

Además, por mi experiencia personal, creo que un partido integrado únicamente por liberales terminaría inevitablemente siendo como un baile de ciegos, donde todos se abrazan y nadie se puede ver.

(Se permite su reproducción
Se ruega citar el sitio web del autor
www.enriquearenz.com.ar)

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Para entender mejor este artículo, transcribo a continuación el último epílogo que incorporé a la edición de Internet de mi libro "Libertad: un sistema de fronteras móviles" donde aconsejo a mis lectores que no tomen demasiado en serio todo lo que he escrito:

"Consejo para los jóvenes: DUDAR HASTA DE LAS IDEAS LIBERALES

"En fin, amigo lector, creo que dije todo lo que me proponía decir. Ahora permítame que quizás contradiga mis propias palabras con el más importante consejo que un auténtico liberal puede darle a quién aspira a serlo: dude de todo, cuestione todo, analícelo racionalmente todo y al mismo tiempo esté abierto a todas las ideas, revise todos los pensamientos, escuche con respeto las ideas de los demás y sólo rechácelas cuando su razonamiento le indique claramente que son falsas. Un liberal no puede tener certezas últimas y definitivas, sencillamente porque la certeza absoluta es la muerte del intelecto. René Descartes afirmaba que podía y debía dudar de todo, excepto de que dudaba, porque sólo el pensamiento está en nuestro poder: “Pienso, luego existo”. Esta era su única certeza, tan firme y segura que, decía, ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran capaces de conmoverla. Esa fue para Descartes el primer principio de su filosofía. En El discurso del método, Descartes señala las cuatro condiciones del pensamiento que se autoimpuso:1) No aceptar nunca cosa alguna como verdadera que no conociese como tal con la más clara evidencia, es decir, evitar cuidadosamente la precipitación, y no admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda.2) Dividir cada una de los problemas que examinase en tantas partes como fuera posible.3) Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo un orden incluso entre los que no se preceden naturalmente.4) Hacer siempre enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que estuviese seguro de no omitir nada. Por lo tanto, amigo lector, no puedo sino aconsejarle: piense en las ideas liberales que acabo de exponer, pero no esté demasiado seguro de ellas. Yo creo que son las ideas más acabadas que ha logrado elaborar hasta hoy la humanidad en materia de política, de economía y de organización social, pero eso no impide que en el futuro puedan surgir otras maneras de ver las cosas. Tal vez ya existen pensadores que están en condiciones de demostrarnos con evidencia irrefutable que hay otra manera de organizar la sociedad que no sea sobre los principios de la libertad individual. Tendrán que sudar mucho para lograrlo, pero… ¿quién sabe? En síntesis: dude de todo, incluso de las ideas liberales". (2007)