En vida fui
agnóstico. No ateo, porque el ateo también profesa una fe ciega en lo indemostrable.
No, simplemente agnóstico, alguien que desconoce, que considera a lo sobrenatural
como inaccesible al
entendimiento humano.
Pero ahora que estoy muerto comprobé que hay otro mundo.
Tal como lo había anticipado el místico sueco Emanuel Swedenborg, en esta dimensión todos hacemos lo que más nos
apasionó en vida: los escritores seguimos escribiendo, los músicos, haciendo
música, los pintores, mezclando colores, y los ingenieros proyectando superestructuras
de escala planetaria. La felicidad parece consistir en el disfrute de las vocaciones
personales sin preocupaciones ni deberes mundanales que las entorpezcan. No hay
bloqueos ni desalientos ni síndrome de la página en blanco. El ocio y el
aburrimiento no existen: todas las almas que me rodean están siempre
produciendo algo de la nada.
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