YA NO LO ESCONDEN
TANTO A DIOS
Por Enrique Arenz
Si la ausencia de Dios produce un vacío terrible en la vida de los no creyentes, ¿qué habría que decir de aquellos que, creyendo, lo esconden a Dios por vergüenza?
Según datos estadísticos, el ochenta por ciento de los argentinos cree en Dios, aunque muchos de los bautizados no vayan casi a misa, algunos se hayan apartado de la Iglesia por distintas causas y otros no se sientan cómodos en ninguna religión. No es novedad, siempre se reconoció la religiosidad del pueblo argentino.
Pero debido a una persistente corriente intelectual de las últimas décadas, en la que universidades, científicos, filósofos, escritores e ideólogos del poder terrenal han ridiculizado sistemáticamente la fe y dado por cierto que el Universo se hizo solo, gracias a la unión azarosa de los elementos que lo componen en un orden perfecto curiosamente casual, la gente sencilla ha ido ocultando su religiosidad por pudor, para estar a la altura de la moderna mundanidad.
Hasta que apareció Francisco parecía que nadie podía presumir de inteligente, de persona culta o de artista talentoso si no se era indiferente ante lo sobrenatural y despreciativo de cualquier expresión de fe religiosa. En Europa lograron que la palabra Dios no se mencionara ni una sola vez en la Constitución Europea, y aquí tuvimos un fuerte movimiento tendiente a suprimir los Crucifijos en los tribunales de Justicia y otros edificios públicos.
Por influencia de esta tendencia antirreligiosa (y en parte también por culpa de la Iglesia que no ha sabido rectificar sus errores más insostenibles) muchos se han ido apartando de Dios. Los varones han sido legión, las mujeres han resistido mejor. Es que la fe en ellas es afín a su natural sensibilidad, tanto que sorprende (y hasta llega a incomodar) encontrarse con una mujer que le dice a uno: "Soy atea, no creo en nada". Por otra parte el agnosticismo, la postura racional de los que "no saben", parece ser patrimonio predominantemente masculino. El agnóstico no toma posición ni a favor ni en contra de lo que ignora: considera que la Divinidad es inaccesible al entendimiento humano y trasciende a toda experiencia. Es una opinión respetable. Ahora bien, por mis observaciones y experiencia afirmaría que no hay casi mujeres agnósticas. Casi todas adscriben a alguna de las dos vertientes de la fe profunda: o creen en Dios (la mayoría), o niegan su existencia (muy pocas).
Cada cual tiene derecho a pensar como quiera, pero la falta de fe es objetivamente, psicológicamente, una gran desventaja para enfrentar la vida. Siempre he aconsejado (a veces con éxito) a mis amigos no creyentes que hagan el esfuerzo introspectivo de hablar con Dios. Les he dicho: pídanle ayuda si la necesitan, fortaleza para enfrentar la adversidad y discernimiento para saber cómo actuar ante una enfermedad, una amenaza, una gran depresión o una pérdida afectiva. El solo hecho de hablar con Dios, aunque no se tenga fe, logra efectos extraordinarios.
El célebre psiquiatra Carl Jung escribió: "Entre todos mis pacientes de más de treinta y cinco años no ha habido uno solo cuyo problema no fuera en última instancia el de hallar una perspectiva religiosa de la vida. Puedo decir que todos ellos se sentían enfermos porque habían perdido lo que las religiones han dado siempre a sus fieles, y que ninguno de ellos se curó realmente sin recobrar esa perspectiva religiosa".
Y otro famoso psiquiatra, el Dr. Abraham Arden Brill, estadounidense de origen austríaco, afirmó: "Todo aquel que es verdaderamente religioso no desarrolla una neurosis".
(Si, ya sé, vayan a contarle esto a los psicólogos y psiquiatras de nuestros días...)
Pero algo extraordinario ha ocurrido en esta Argentina llena de sorpresas, enigmas y contradicciones; la elección del cardenal argentino Jorge Bergoglio como el papa Francisco ha tenido la virtud de “sacar del clóset” la religiosidad oculta de mucha gente, incluyendo a insospechados famosos del espectáculo y la televisión.
En este domingo de Pascua las iglesias católicas de todo el país han rebalsado de fieles como nunca antes. La catedral porteña, la iglesia jesuita San Ignacio de Loyola, las humildes capillas de las villas donde Bergoglio celebraba misa casi secretamente, todos los templos del país, grandes y pequeños, se colmaron de fieles y nuevos visitantes. Me contaron que en la catedral de Mar del Plata, al terminar una de las misas matutinas del domingo de Pascua en la que comulgó el doble de la gente que lo hace habitualmente, los fieles que llenaban el templo de punta a punta irrumpieron en un fuerte aplauso, explosión de alegría absolutamente inédita.
Parecería que muchos de los que se avergonzaban de Dios o lo tenían relegado se sintieron de pronto orgullosos de ser católicos. En esto se percibe una tendencia colectiva a procurar parecerse en algo al papa argentino, aunque cabe la sospecha de que muchos ciudadanos hartos de este gobierno que lleva diez años de fracaso y prepotencia, han vivido la elección de Jorge Bergoglio como una suerte de revancha, una movilización semejante a la del 11 de noviembre. Puede haber una mezcla de ambas cosas. Lo cierto es que el papa Francisco ha sorprendido y conmovido a las personas de bien y ha contagiado su bonhomía a creyentes y no creyentes, católicos y de otras religiones.
Pero este fenómeno se ha dado en todo el mundo. En Estados Unidos los católicos que se habían alejado de la Iglesia decepcionados por la protección que recibieron sacerdotes abusadores, han regresado esperanzados en una tolerancia cero que promete Francisco respecto de esos degenerados. “Hacía tiempo que no veíamos tanta gente en nuestro Vía Crucis”, comentó ante la prensa un emocionado sacerdote de la Iglesia Santa Cruz, en Maryland. Hay noticias similares de España, Italia y lugares tan lejanos como el Japón.
¿Aprenderemos los argentinos a emular los gestos ejemplares de este obispo de Roma que vino del fin del mundo para evangelizar y acariciar el alma de los que sufren? La humildad, la tolerancia, la capacidad de perdonar, de arrepentirse del dolor causado a otros, y el afán de servir a los que están debajo de nosotros son virtudes altamente valiosas para lograr una comunidad mejor, más solidaria y justa. Si asimilamos algo, aunque sea una pequeña partecita de esta deslumbrante conducta, la Argentina podría llegar a cambiar. Toda la humanidad puede cambiar, porque el Papa es la segunda personalidad más influyente del mundo.
Esperemos que al menos la sociedad argentina, dividida, enfrentada, llena de rencores y resentimientos, se reencuentre a sí misma bajo la bendición de Francisco y pueda reconciliarse.
¿Y los intelectuales, los profesores universitarios, los científicos que exploran el espacio sideral y se asoman a los abismos de las partículas subatómicas y no lo han visto a Dios, aunque lo han tenido siempre frente a sus narices? Esos que hablan de superchería, de supersticiones, del opio de los pueblos. Ahora se estarán enterando de lo que ignoraban: que éste es un pueblo mayoritariamente creyente y que fracasaron en su intento de derrotar a las religiones. Lo menos que esperaremos de ellos de aquí en adelante es que respeten a los argentinos no sólo en la pluralidad de sus pensamientos políticos sino también, y primordialmente, en la diversidad de sus creencias religiosas.
(Se permite su reproducción. Se ruega citar este blog)
martes, 2 de abril de 2013
lunes, 18 de marzo de 2013
Francisco no quiere "La Secta de los treinta" de Borges
LOS POBRES Y LA POBREZA
SEGÚN EL PAPA FRANCISCO
Por Enrique Arenz
Los liberales católicos siempre nos encontramos frente al dilema que nos plantea nuestra Iglesia con respecto a la libertad económica.
Permítanme que, cansado de insistir acerca de la concordancia entre los Evangelios y el ideario liberal, haga una “traducción” de las palabras de nuestro querido papa Francisco.
Francisco ha dicho: “Quisiera una Iglesia pobre para pobres”.
Leído así parecería que quiso decir: “Quiero una Iglesia sin recursos, tan pobre que no pueda pagar ni los sueldos de sus empleados, ni ayudar a las misiones ni sostener las miles de escuelas, universidades e institutos de caridad que administra en todo el mundo, una iglesia miserable e insolvente que, por añadidura, no será para todos los hijos de Dios sino tan sólo para los muy, muy pobres”.
¿Ha querido decir esto Francisco? La descripción nos recuerda el cuento de Jorge Luis Borges La secta de los treinta (El libro de arena). Esta secta ordenaba a sus miembros vender lo que poseían y darlo a los pobres. Como todos acataban rigurosamente el mandato, los primeros beneficiarios lo daban a otros y estos a otros, hasta que todos andaban indigentes y desnudos.
Sabemos que éste no es el pensamiento ni de Francisco ni de ningún otro miembro de la Iglesia católica. Al contrario: una de las prioridades del nuevo papa será poner orden en las finanzas del Vaticano, terminar con la corrupción, los dispendios y los gastos suntuarios que han llevado al pequeño Estado al borde de la bancarrota.
Lo que Francisco quiso decir, y perdónenme que presuma de fiel exégeta del papa, es que sueña con una Iglesia austera para todos los cristianos del mundo, aunque su preferencia estará siempre del lado de los más pobres y desheredados. Lo cual, al menos me parece a mí, es una postura justa, ética e incuestionablemente cristiana.
¿Se expresó mal? No lo creo. La Iglesia nunca habla en términos de lógica política y menos de teorías económicas. Sus palabras tienen un exclusivo sentido moral y así deben ser siempre interpretadas.
Los liberales
católicos estamos acostumbrados a que, con la excepción de algunas notables personalidades
de la Iglesia, como el teólogo norteamericano Michael Novak y los Papas Pío XI
y Juan Pablo II (este último con definiciones contradictorias), la Iglesia ha
sido tradicionalmente antiliberal, antimercado y antiriqueza.
Esto se ha debido, creo yo, a que la ciencia económica no ha estado nunca entre las disciplinas que la Iglesia estudió a través de sus hombres más inteligentes. Han leído mucho a Marx, de eso no cabe duda, pero parecería que nada a Mises, a Hayek, a nuestro Alberdi.
Pero este no es el caso de Jorge Bergoglio. ¿Por qué hago esta afirmación? Porque me consta que él, un apasionado lector y hombre siempre ansioso de conocimientos y nuevas perspectivas, leyó mucho sobre economía, se interiorizó acerca de las distintas corrientes del liberalismo y, lo más importante, conoce la teoría subjetiva del valor de la Escuela Austríaca. No sé si esas lecturas lo convencieron de la superioridad de tales teorías con relación al estatismo, al socialismo y al intervencionismo keynesiano (probablemente, no), pero como es un hombre intelectualmente brillante podemos alentar la ilusión, la esperanza, quizás un poco ingenua, de que no habrá de ser un papa antiliberal acérrimo.
Esto se ha debido, creo yo, a que la ciencia económica no ha estado nunca entre las disciplinas que la Iglesia estudió a través de sus hombres más inteligentes. Han leído mucho a Marx, de eso no cabe duda, pero parecería que nada a Mises, a Hayek, a nuestro Alberdi.
Pero este no es el caso de Jorge Bergoglio. ¿Por qué hago esta afirmación? Porque me consta que él, un apasionado lector y hombre siempre ansioso de conocimientos y nuevas perspectivas, leyó mucho sobre economía, se interiorizó acerca de las distintas corrientes del liberalismo y, lo más importante, conoce la teoría subjetiva del valor de la Escuela Austríaca. No sé si esas lecturas lo convencieron de la superioridad de tales teorías con relación al estatismo, al socialismo y al intervencionismo keynesiano (probablemente, no), pero como es un hombre intelectualmente brillante podemos alentar la ilusión, la esperanza, quizás un poco ingenua, de que no habrá de ser un papa antiliberal acérrimo.
Bergoglio no
ignora que para superar la pobreza en el mundo es necesario crear riqueza y
expandir las fronteras de las posibilidades económicas. (La borgeana secta de
los treinta está lejos de su pensamiento). Y sabe que para crear riqueza debe
haber personas ambiciosas (si fueran justos cristianos, mejor) que inviertan su
dinero para ganar más dinero; sabe que los ricos tienen en sus manos el poder
virtuoso de generar muchos empleos y abaratar los precios, y que para que
arriesguen sus fortunas en la búsqueda de nuevos proyectos productivos necesitan
algo más que la caridad cristiana: necesitan ambiciones, temple empresarial, relativa libertad económica,
condiciones ventajosas y un clima de respeto por el derecho y la propiedad
privada. Todo eso lo sabe Bergoglio mejor que cualquier economista, por lo
tanto sería absurdo sospechar que desea una iglesia para un mundo de pobres sin esperanza,
una secta que se extingue por su propio desprendimiento material como pereció la imaginada secta de Borges.
Pero atención: predicar no quiere decir imponer. Cada cual es libre de elegir su vida. El papa nos da una lección, nos señala un camino, nos muestra un paradigma de conducta cristiana. Para nosotros los creyentes es una lección moral que nos recuerda las enseñanzas olvidadas del propio Jesús. Podemos aprovecharla para ser mejores o desecharla. Seguimos teniendo el libre albedrío que Dios le dio a cada uno de sus hijos.
Nota agregada el 14/6/14: Hoy leí las declaraciones que hizo Francisco al diario español La Vanguardia. Me siento profundamente sorprendido y desencantado. El papa ha demostrado un desconocimiento abrumador de la ciencia Económica y ha llegado a denunciar que el sistema capitalista necesita de las guerras y de la limitación de la natalidad para sobrevivir. Además habló de la idolatría del dinero, lo cual es un mito insostenible, ya que. como sabemos los liberales, no existe ni existió nunca el homo oeconomicus.
Debo, por lo tanto, rectificar mi optimismo excesivo volcado en esta nota. Mi fuente de información sobre los supuestos conocimientos del papa de la Escuela Austríaca, es absolutamente confiable, aunque ahora compruebo que me ha vendido pescado podrido. Con todo, sigo creyendo que Francisco es un gran hombre, que el mundo tiene mucho que esperar de su influencia moral y su sentido ético de la vida con relación a la paz, la concordia, la tolerancia y la convivencia pacífica entre distintas ideologías políticas y creencias religiosas, y en ese sentido siempre debemos apoyarlo. Pero cuando recemos por él, no olvidemos
pedirle a Dios que ilumine ese lado oscuro de su inteligencia.
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jueves, 14 de febrero de 2013
SUGESTIVAS SEMEJANZAS ENTRE SAN PEDRO Y JOSEPH RATZINGER
CUANDO EL PRIMER PAPA QUISO RENUNCIAR Y JESÚS NO SE LO CONSINTIÓ
Jesús le dijo a Pedro aquella mañana frente al Mar de Galilea:
“Cuando eras joven hacías lo que querías, en la vejez, en cambio, otros ceñirán tus manos y te llevarán adonde no querrás ir. Deberás cumplir ese destino para gloria de mi Padre. Ahora sígueme”.
Siento un gran respeto y admiración por el Papa Benedicto XVI, y me inclino a pensar que su renuncia obedece a su soledad, a las intrigas palaciegas, a los increíbles errores cometidos (tal vez por la ineficacia o intencionalidad de la burocracia vaticana) y a su timidez y mansedumbre que lo inhiben de enfrentar a sus detractores internos con la fuerza con que lo haría otro cardenal más joven, ambicioso y de temperamento enérgico.
Una decisión irreprochablemente honesta, pero también muy personal. Y uno se pregunta: ¿tiene derecho el Vicario de Cristo de anteponer sus limitaciones y padecimientos personales a su misión trascendental? Para el mundo moderno, sí, tiene derecho. Incuestionablemente. El dilema es saber qué piensa Dios. Y esa duda, que ni el propio Joseph Aloisius Ratzinger en la soledad de su aislamiento futuro podrá dilucidar, me recordó que estando yo en Tierra Santa, en 2008, una homilía de nuestro guía espiritual me hizo pensar en el fallecido papa Juan Pablo II, que a pesar de sus agobiantes padecimientos, siguió arrastrando su pesada cruz con una determinación conmovedora. Se había hablado mucho de la eventual renuncia de Juan Pablo II por su calamitoso estado de salud. Sin embargo siguió hasta el final.
Aquel pensamiento me inspiró un cuento que se publicó en mi libro Historias de Tierra Santa y que recrea el momento en que tanto Pedro como todos los demás apóstoles quisieron olvidar a Jesús (ya crucificado) y seguir con sus vidas normales, en una humana reacción de agotamiento y debilidad moral. El cuento se llama: El día que Pedro quiso olvidarlo todo y dijo: me voy a pescar.
Como en estos días coinciden dos acontecimientos significativos para el Cristianismo: el tiempo de Cuaresma y la renuncia de un papa (por primera vez en seiscientos años) ofrezco la lectura de ese cuento que no es otra cosa que una ficción libre inspirada en un episodio del Evangelio de san Juan y que podría movilizar alguna reflexión.
(Hacer clic en el título para leer el cuento)
sábado, 2 de febrero de 2013
La lección de un maestro
LUIS N. FABRIZIO, UN POLÍTICO
HONORABLE QUE SE DEDICÓ
A ESCRIBIR
A ESCRIBIR
por Enrique Arenz
Luis Nuncio Fabrizio |
Daba gusto conversar con él. Además de culto, amable y
buena persona, era un auténtico demócrata respetuoso de las ideas y opiniones de
los demás. Uno podía sentarse a tomar un café con este socialista convencido y
hablar de política sin que el menor atisbo de intolerancia amenazara con arruinar
el encuentro.
Si había un pluralista cultor del diálogo, ese era Fabrizio.
Tenía la viva curiosidad por conocer el pensamiento de su ocasional interlocutor
y tomaba seriamente su punto de vista. Y poseía una rara habilidad: cuando el apasionamiento
del otro amagaba con poner algo tensa la conversación, cambiaba de tema de
manera suave, respetuosa, casi imperceptible. A veces con sentido del humor,
que era su mejor barrera a la incipiente tirantez. El intercambio de ideas y la
destreza para evitar asperezas o discusiones, eran en él un arte superior. Hablar
mal de alguien o mostrar la sangre de alguna de sus heridas no era música de su
repertorio. Disfrutaba de la conversación amigable, ya fuera con peronistas,
marxistas o liberales como yo.
Nos conocíamos del barrio, Colón y La Pampa, donde él tenía
su carpintería. Habrá sido en 1957 o 58, aunque por entonces yo era un
adolescente y por eso no tuvimos un trato muy cercano. Cuando desilusionado por
ciertas ingratitudes y negaciones se alejó de la política activa y comenzó a escribir
ficciones fue cuando nos hicimos amigos y comenzamos a vernos cotidianamente.
Nunca antes él había escrito narraciones, aunque sí ensayos
políticos y muchas buenas notas periodísticas. Su iniciación en el cuento y la
novela fue una sorpresa para mí, y presumo que también para muchos de sus
amigos. Estaba entusiasmadísimo con su nuevo oficio, pero tenía la suficiente
humildad como para saber que necesitaba aprender muchas cosas. Concurrió al
taller literario de Marcela Predieri, y más tarde se unió a un grupo de
escritores independientes que buscaba saludablemente el hábito de la corrección
incansable y el perfeccionamiento técnico de la escritura.
Si siempre había escrito bien, con claridad, sencillez y
buena prosa, aprender el oficio de la escritura creativa de la mano de un
taller prestigioso no podía sino producir, en un hombre inteligente y buen
lector como Fabrizio, una notable y rápida transformación. ¡Pero lo destacable, la gran lección que nos dio a todos, es que cuando comenzó
esta gran aventura literaria ya tenía cerca de ochenta años!
Si a lo largo de su vida Fabrizio fue un político
honorable, gerente de varias empresas comerciales y, sobre todo, un esforzado trabajador que dejó
varios dedos de su mano derecha entre el aserrín de una sierra de carpintería; si fue,
además, un hombre íntegro a la hora de reconocer y hacerse cargo de errores y
desaciertos en algunas decisiones políticas que involucraron a muchos y no solamente a él, ¿qué debiéramos decir de sus
últimos diez años? Que fue sencillamente ejemplar: en la vejez encaró la vida con una nueva pasión, una nueva perspectiva
para canalizar su sensibilidad social: la literatura.
La enfermedad traicionera que lo invalidó en los últimos
años nos ha privado no solo del amigo dolorosamente ausente en la mesa de café,
sino de las historias que tenía dando vueltas en su cabeza y que proyectaba
escribir y publicar. Eso se ha perdido, pero no lo que dejó publicado que
siempre releeremos, sus cuentos aparecidos en La Capital que seguramente se
reeditarán ni su admirable ejemplo de amor por la vida productiva y el trabajo
entusiasta. Su lección nos ayudará a reírnos de nuestros cotidianos tropiezos y
a no caer en el desaliento
ni en el rencoroso rumiar de ingratitudes e imposturas.
ni en el rencoroso rumiar de ingratitudes e imposturas.
* * *
Información complementaria para saber a qué me refiero cuando hablo de ingratitudes e imposturas:
Luis Fabrizio fue diputado provincial y nacional, concejal municipal, delegado municipal del Puerto y dos veces intendente de Mar del Plata por el entonces Socialismo Democrático. Fue un hombre de bien y un político de gran vocación por servir a su comunidad. Ganó la Intendencia Municipal en 1973, cuando solamente en dos ciudades de la provincia de Buenos Aires, una de ellas Mar del Plata, el peronismo resultó derrotado. En 1976 fue desalojado por el golpe militar, y en 1981, nombrado nuevamente al frente de la comuna por el mismo gobierno que lo había sacado. Haber aceptado ese ofrecimiento siempre lo mortificó, y reconoció públicamente que fue una equivocación de la que él se declaró único responsable. Sin embargo, había sido una multitudinaria asamblea del socialismo local la que lo autorizó y lo instó casi por unanimidad a asumir ese compromiso. Por su parte el Partido Socialista en el orden nacional, presidido por Américo Ghioldi, lo presionó para que accediera a volver al cargo que había ganado anteriormente por el voto popular. Muchos socialistas regresaron felices de la mano de Fabrizio a sus puestos de altos funcionarios municipales, pero luego, ya en democracia y con la unificación del Socialismo Democrático con el Popular, algunos de esos correligionarios lo culparon acremente por la pérdida del capital político de ese partido como consecuencia de aquella errónea determinación colectiva. Era tal su hombría de bien que cargó en silencio sobre sus espaldas una "culpa" que era de todo el Socialismo Democrático y no solamente suya.
El colmo fue cuando no hace mucho el Partido Socialista difundió un listado de los muchos intendentes socialistas que había tenido la ciudad, desde el primero que fue don Teodoro Bronzini en 1919. Una larga lista, casi todos buenos intendentes. No estaba el nombre de Fabrizio. Jamás le escuché una palabra de reproche.
Se permite su reproducción
jueves, 15 de noviembre de 2012
Mi nuevo libro con historias de Navidad
RESEÑA, PRÓLOGO Y CONTRATAPA
DEL LIBRO
MÁGICA NAVIDAD,
24 cuentos para leer en diciembre
DEL LIBRO
MÁGICA NAVIDAD,
24 cuentos para leer en diciembre
EDITORIAL DUNKEN
En este libro he reunido todos mis cuentos de Navidad publicados, y ha incorporado otros inéditos que escribí expresamente para completar el número alegórico de veinticuatro. Esa cifra tiene un propósito: ofrecer una lectura para cada día de diciembre, desde el primero hasta que llegue la Nochebuena.
“Permítanme que haga una mención especial a mis cuentos de Navidad ─escribí recientemente en un artículo publicado en este blog─: es lo único que me enorgullece de todo lo que he escrito. Amo esas pequeñas narraciones porque sé que con ellas toqué el corazón de mucha buena gente. Escribí veinticuatro cuentos de Navidad (acabo de terminar los cuatro últimos), todo un récord cuantitativo en ese género literario que el tratadista francés Louis Vax definió como “fantástico edificante”, y que han abordado casi todos los grandes escritores, aunque ninguno le dio demasiada importancia, con excepción de Dickens y Emilia Pardo Bazán. Me propongo reunirlos todos en un libro de próxima aparición”.
Ese libro prometido ya está en las librerías. Desfilan por estas historias personajes de todas las condiciones humanas:
pobres y acomodados, ancianos, jóvenes y niños, solitarios, melancólicos y
marginales, todos ubicados en el mundo real, con sus problemas y angustias
terrenales, hasta que se cruzan en una Navidad con un fenómeno extraordinario. No
faltan los animales y hasta los seres sobrenaturales, todos en tramas que emocionan
e inducen a la reflexión. He intentado que estos cuentos nos hagan volver al mundo de
la niñez, nos lleven a recorrer la vieja calle y a sentarnos de nuevo en
aquella mesa grande de Nochebuena compartida con nuestros padres y abuelos, en
un vuelo mágico hacia los recuerdos.
El periodista y antólogo literario Miguel
Vendramin me honró accediendo a escribir la contratapa de esta edición:
CONTRATAPA
CONTRATAPA
“El escritor y periodista Enrique
Arenz se caracteriza por escribir, desde hace tiempo, un cuento de Navidad
anual. Lo publica en diciembre, un domingo antes de esta festividad, en La
Capital, el diario más importante de la ciudad de Mar del Plata, donde vive.
“Contrariamente a lo que sucede en
los países anglosajones, no es habitual en el ámbito rioplatense escribir este tipo de relato, salvo contadas
excepciones, como los “Cuentos de Nochebuena” (1946) del escritor uruguayo
Augusto Mario Delfino, que vivió y murió en nuestro país, o dos excelentes
cuentos del recordado Manuel Mujica Lainez.
“Enrique Arenz reúne en este libro 24 cuentos- uno por cada día de
los veinticuatro que preceden a la Navidad- en los que están presentes tres virtudes que son el espíritu de estas
Fiestas: fe, esperanza y caridad. La soledad, el desamor, los chicos de la calle,
las villas miserias, el abandono de los jubilados o el contraste entre quienes
tienen mucho y aquellos que no tienen casi nada, son la materia que componen la
mayor parte de estos relatos. Pero la imaginación y la destreza narrativa del autor logran darle,
sin excepción, un giro que sorprenderá al emocionado lector.
“Enrique Arenz logra en estos cuentos mantener
la magia siempre renovada de la Navidad, en la que aún los milagros pueden ser
posibles”
Miguel Vendramin
Prólogo del autor
ADVIENTO:
UN TIEMPO DE PRODIGIOS Y MISTERIOS
Navidad es un tiempo mágico que
comienza el primer domingo de Adviento, cuatro semanas antes del 25 de
diciembre.
La experiencia nos
enseña que Adviento es la época de los milagros precedidos o rodeados de
misteriosos acontecimientos. Varias leyendas antiguas nos dicen que entre los
mensajeros celestes hay una legión especial: la de los ángeles de la Navidad.
Otras opiniones sostienen que todos los ángeles reciben por igual la misión de
bajar a la Tierra a partir del primer domingo de Adviento para asistir a las
personas que están en dificultades.
Lo
curioso es que estos heraldos adoptan diversas formas para cumplir sus
difíciles, y en muchas ocasiones, imposibles misiones. A veces toman la
apariencia de un ser humano normal, generalmente un mendigo, un anciano, un
niño. Siempre de aspecto humilde y sencillo. En la Navidad,
invariablemente, predomina la humildad y la simpleza, porque, como escribió el
poeta francés Paul Claudel, “Navidad
es humildad: la humildad maravillosa de un Dios que desciende del cielo por
amor y se hace carne humana”.
Otras
veces, y es curioso la cantidad de casos que se han reportado, tienen la forma
de animales (particularmente perros y gatos), a cuyos gestos, miradas y
actitudes hay que estar en esos días muy atentos.
Si
es que han venido a ayudarnos, seguramente en algún momento del Adviento se nos
van a cruzar. Casi nunca nos anuncian que están aquí, somos nosotros los que
debemos descubrirlos, y para lograrlo debemos tener el corazón abierto a
las manifestaciones sobrenaturales. Lo peor que nos puede ocurrir es que
estemos distraídos, escépticos o tan absortos en nuestros intereses terrenales,
que dejemos pasar a ese mensajero sin notarlo.
Por
eso la antigua tradición europea indica que cada domingo de Adviento debemos
encender una vela en nuestros hogares. Es una manera de recordarnos a nosotros
mismos que en ese instante lo terrenal y lo sobrenatural se están superponiendo
para producir sucesos extraordinarios.
Por mi oficio he escuchado infinidad de historias de Navidad ─de hecho
muchos de los cuentos de este libro están inspirados en experiencias verdaderas
(tres de ellas, personales) ─y puedo asegurar que los milagros son reales y que
suelen producirse durante las semanas previas a la Nochebuena. Definitivamente
los milagros de Navidad existen.
La modesta pretensión de
este libro es ofrecer una lectura para cada día de diciembre, hasta que llegue
Nochebuena. Aquí se han reunido todos mis cuentos de Navidad, los que fueron
publicados y los que escribí especialmente para completar esta colección. Son
veinticuatro historias para reflexionar, emocionarse, sonreír y mantener en alto el espíritu navideño durante el mes más esperado del año.
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