LOS POBRES Y LA POBREZA
SEGÚN EL PAPA FRANCISCO
Por Enrique Arenz
Los liberales
católicos siempre nos encontramos frente al dilema que nos plantea nuestra
Iglesia con respecto a la libertad económica.
Permítanme que,
cansado de insistir acerca de la concordancia entre los Evangelios y el ideario
liberal, haga una “traducción” de las palabras de nuestro querido papa Francisco.
Francisco ha
dicho: “Quisiera una Iglesia pobre para pobres”.
Leído así parecería que quiso
decir: “Quiero una Iglesia sin recursos,
tan pobre que no pueda pagar ni los sueldos de sus empleados, ni ayudar a las
misiones ni sostener las miles de escuelas, universidades e institutos de
caridad que administra en todo el mundo, una iglesia miserable e insolvente que,
por añadidura, no será para todos los hijos de Dios sino tan sólo para los muy,
muy pobres”.
¿Ha querido decir esto Francisco? La descripción
nos recuerda el cuento de Jorge Luis Borges La secta de los treinta (El libro de arena). Esta
secta ordenaba a sus miembros vender lo que poseían y darlo a los pobres.
Como todos acataban rigurosamente el mandato, los primeros beneficiarios lo
daban a otros y estos a otros, hasta que todos andaban indigentes y desnudos.
Sabemos que éste no es el pensamiento ni de Francisco ni de ningún otro miembro
de la Iglesia católica. Al contrario: una de las prioridades del nuevo papa será poner
orden en las finanzas del Vaticano, terminar con la corrupción, los dispendios
y los gastos suntuarios que han llevado al pequeño Estado al borde de la bancarrota.
Lo
que Francisco quiso decir, y perdónenme que presuma de fiel exégeta del papa, es que sueña
con una Iglesia austera para todos los cristianos del mundo, aunque su
preferencia estará siempre del lado de los más pobres y desheredados. Lo cual, al menos me parece
a mí, es una postura justa, ética e incuestionablemente cristiana.
¿Se expresó mal?
No lo creo. La Iglesia nunca habla en términos de lógica política y menos de teorías
económicas. Sus palabras tienen un exclusivo sentido moral y así deben ser siempre
interpretadas.
Los liberales
católicos estamos acostumbrados a que, con la excepción de algunas notables personalidades
de la Iglesia, como el teólogo norteamericano Michael Novak y los Papas Pío XI
y Juan Pablo II (este último con definiciones contradictorias), la Iglesia ha
sido tradicionalmente antiliberal, antimercado y antiriqueza.
Esto se ha
debido, creo yo, a que la ciencia económica no ha estado nunca entre las
disciplinas que la Iglesia estudió a través de sus hombres más inteligentes. Han
leído mucho a Marx, de eso no cabe duda, pero parecería que nada a Mises, a Hayek,
a nuestro Alberdi.
Pero este no es
el caso de Jorge Bergoglio. ¿Por qué hago esta afirmación? Porque me consta que
él, un apasionado lector y hombre siempre ansioso de conocimientos y nuevas
perspectivas, leyó mucho sobre economía, se interiorizó acerca de las distintas
corrientes del liberalismo y, lo más importante, conoce la teoría subjetiva del valor de la Escuela Austríaca. No sé
si esas lecturas lo convencieron de la superioridad de tales teorías con relación al estatismo, al socialismo
y al intervencionismo keynesiano (probablemente, no), pero como es un hombre intelectualmente brillante
podemos alentar la ilusión, la esperanza, quizás un poco ingenua, de que no habrá de ser un papa antiliberal acérrimo.
Bergoglio no
ignora que para superar la pobreza en el mundo es necesario crear riqueza y
expandir las fronteras de las posibilidades económicas. (La borgeana secta de
los treinta está lejos de su pensamiento). Y sabe que para crear riqueza debe
haber personas ambiciosas (si fueran justos cristianos, mejor) que inviertan su
dinero para ganar más dinero; sabe que los ricos tienen en sus manos el poder
virtuoso de generar muchos empleos y abaratar los precios, y que para que
arriesguen sus fortunas en la búsqueda de nuevos proyectos productivos necesitan
algo más que la caridad cristiana: necesitan ambiciones, temple empresarial, relativa libertad económica,
condiciones ventajosas y un clima de respeto por el derecho y la propiedad
privada. Todo eso lo sabe Bergoglio mejor que cualquier economista, por lo
tanto sería absurdo sospechar que desea una iglesia para un mundo de pobres sin esperanza,
una secta que se extingue por su propio desprendimiento material como pereció la imaginada secta de Borges.
Que él predique
austeridad y humildad, y que lo haga con admirable ejemplo personal, no quiere
decir que deteste a los ricos. Lo que él detesta es la figuración, la ostentación,
el lujo obsceno que ofende a los que no tienen ni un plato de comida para alimentar
a sus hijos. Y esa prédica de sencillez y humildad nos viene bien a todos. No
está mal que seamos un poco menos vanidosos, menos superfluos menos codiciosos
de lujos innecesarios mientras en el mundo haya tanta desigualdad y tanta
pobreza, pero eso no quiere decir que para la Iglesia sea un pecado ser rico o
de clase media y que solo los pobres merecen el reino de los cielos.
Pero atención: predicar no
quiere decir imponer. Cada cual es libre de elegir su vida. El papa nos da una
lección, nos señala un camino, nos muestra un paradigma de conducta cristiana.
Para nosotros los creyentes es una lección moral que nos recuerda las
enseñanzas olvidadas del propio Jesús. Podemos
aprovecharla para ser mejores o desecharla. Seguimos teniendo el libre albedrío
que Dios le dio a cada uno de sus hijos.
Nota agregada el 14/6/14: Hoy leí las declaraciones que hizo Francisco al diario español La Vanguardia. Me siento profundamente sorprendido y desencantado. El papa ha demostrado un desconocimiento abrumador de la ciencia Económica y ha llegado a denunciar que el sistema capitalista necesita de las guerras y de la limitación de la natalidad para sobrevivir. Además habló de la idolatría del dinero, lo cual es un mito insostenible, ya que. como sabemos los liberales, no existe ni existió nunca el homo oeconomicus.
Debo, por lo tanto, rectificar mi optimismo excesivo volcado en esta nota. Mi fuente de información sobre los supuestos conocimientos del papa de la Escuela Austríaca, es absolutamente confiable, aunque ahora compruebo que me ha vendido pescado podrido. Con todo, sigo creyendo que Francisco es un gran hombre, que el mundo tiene mucho que esperar de su influencia moral y su sentido ético de la vida con relación a la paz, la concordia, la tolerancia y la convivencia pacífica entre distintas ideologías políticas y creencias religiosas, y en ese sentido siempre debemos apoyarlo. Pero cuando recemos por él, no olvidemos
pedirle a Dios que ilumine ese lado oscuro de su inteligencia.
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